domingo, 13 de marzo de 2016

La leyenda de Ricardo el descalzo

Xavier Q Farfán

Crónicas del Sendero de la Gruta. Decimonovena parte

      El escándalo mañanero de las cotorras de Doña Lucinda me despertó muy temprano y pese a que las últimas noches no había dormido lo suficiente, me sentí fresco y motivado, con muchas ganas de continuar con el encargo que me trajo a El Leñoso, que a veces, debo confesarlo, olvido completamente llevado por la corriente deliciosa de la vida en este lugar. Sin embargo mi tarea debe ser completada, pues en la oficina pretenden que la historia de Ricardo el descalzo, vea la luz en la siguiente edición del Catálogo General de la Leyendas Nacionales, la de 1965. Por lo pronto, trataré de aprovechar todo el fin de semana en el que Don Salmón estará fuera para avanzar, pues hay que entrevistar a muchas personas y visitar algunos lugares para seguir documentando el asunto. No digo que el Jerarca no me ayude pues, al contrario: ha sido un gran apoyo desde que llegué, pero en ocasiones siento que todas sus atenciones y su cordialidad, me detienen un poco.

   Salí de mi dormitorio para dirigirme al comedor y la muchachita del servicio, Celestita, andaba por ahí regando los malvones y los helechos; cuando me vio dejó su mojapiés en el piso y secándose la manos con su delantal amarillo de florecitas me invitó a almorzar. Mientras me acercaba el platón con avena,  me informó que el Presidente ya se había marchado a la Capital y que le había encargado avisarme que la maestra Cuca vendría a la casa de gobierno a comer y para ayudarme en lo que se ofreciera. La señora Lucinda nos pidió que preparáramos mole con arroz amarillo, pues le gusta mucho a la maestra y espero que a usted también le agrade, me dijo Celestita. Ah, y dijo el patrón que si la ocupaba, las llaves de la camioneta están en su oficina privada. Enseguida me trajo café de olla y se marchó, con sus pasitos cortos y veloces, a seguir regando. Todavía me quedé un buen rato solo, sentado en el enorme comedor rústico, tomando mi café y tratando de elaborar el plan de trabajo para este día. Resolví que lo mejor sería quedarme para avanzar con mis reportes y más tarde buscar al señor Jiménez, el secretario, pues también necesitaba reportarme con mis jefes, y él podría prestarme el teléfono de la Presidencia, que hasta donde se, es el único del lugar.

   Es mucha la información sobre el descalzo la que he acumulado estos días y es preciso empezar a elaborar un bosquejo de la historia que, al parecer, no será tan sencillo ni tan lineal como una biografía, pues en la vida de Ricardo se entretejen sucesos alternos muy interesantes que necesariamente debo contemplar. La guerra de las mojoneras, por ejemplo, es un hecho que debe ser incluído pues, según Don Salmón, el descalzo fue quien la propició por algo que hizo o que dijo. Y por otro lado está el famoso Mister Andrux, de la misma época de Ricardo, que fue el géologo precursor del segundo esplendor minero de El Leñoso y por lo que he notado, le guardan mucha admiración y respeto por aquí, tanto que lo tienen por héroe local a juzgar por el espacio que le dedicaron en el Museo Testimonial del Honor. Según lo que he recogido hasta el momento, Ricardo nació en 1904, un par de meses después que sus padres arribaran a El Leñoso, y murió en 1942 a la edad de 38 años. Y el señor Andrews al parecer murió tres años después, a los 71. De las fechas no estoy muy seguro pues en las charlas que he tenido con Espirigota y con el padre Mayelo, así como con Don Ramiro, he escuchado datos un poco discordantes, lo que resulta comprensible puesto que cada uno tiene su versión particular de los hechos. Habrá que revisarlas cuidadosamente y creo que la maestra Cuca es la persona idónea para ayudarme con eso, pues supongo que debe tener mayor rigor histórico que mis amigos, y mejor memoria. Y además me gustaría mucho saber su opinión acerca del supuesto encantamiento nocturno del Sendero de la Gruta.

   El secretario del Jerarca es un tipo muy solemne y creo que es el único en el pueblo que usa traje y corbatín de mariposa. Cuando me abrió la puerta de su oficina y lo vi, de inmediato pensé en un gerente de banco de lo impecable que viste y por sus gestos tan formales. Adelante señor Ávila, es un placer conocerlo; tome asiento, por favor, me invitó con voz afectada. Le agradecí la silla, también con mucha formalidad, y sin sentarme le comenté que sólo necesitaba un teléfono. Me ofreció el aparato que estaba en su escritorio al tiempo que me decía que era una extensión de la línea del Presidente, que podía hacer todas las llamadas que necesitara y enseguida me dejó solo. Fui muy breve en mi comunicación, para no abusar, y al terminar eché una ojeada rápida a la oficina, que como su titular, rezuma pulcritud. Me imagino a Élfego Jiménez fuera de lugar, como que no encaja en este sitio, en donde todos son un poco despreocupados. Don Salmón ya me había platicado sobre su secretario, al que le guarda mucho aprecio, pues según él es una excelente persona y mejor funcionario. Dice que llegó a El Leñoso en una gira del gobernador de la Vega, cuando era candidato, y por una diarrea tan tremenda que le dio, se tuvo que quedar unos días, para componerse. Cuando ya se sintió mejor y se disponía a alcanzar a la comitiva, inesperadamente pidió trabajo como secretario e inmediatamente fue aceptado por Espirigota, a quien no le gusta mucho lidiar con los asuntos administrativos de la Presidencia. Desde entonces lleva los asuntos del pueblo con mucha diligencia; es un burócrata obsesionado con el orden y con el reloj y por momentos, me contaba Don Salmón, me da la impresión que quiere cargar a todo el pueblo en su lomo. Y tal parece que disfruta mucho su trabajo: los trámites, las reuniones, atender al público, negociar con los políticos de la capital, Y de pilón, me confió el Jerarca, Jiménez tiene metida en la cabeza la idea de traer al mismísimo presidente de la Unión, para una visita de trabajo, aquí, donde rara vez se para un gobernador.

   Le agradecí al secretario por la llamada y me dispuse a regresar a la casona pues se acercaba la hora de comer con la maestra y, aunque había planeado muchos temas de conversación con ella, no sabía cómo empezar. Lo más prudente sería hablar de las leyendas y después preguntarle alguna cosa sobre su trabajo en la escuela, o al revés. Me sorprendió mi propia confusión al respecto pero no me importaba mucho; la perspectiva feliz de conocerla personalmente era suficiente, y explicaba mi actitud tan positiva y laboriosa desde anoche, cuando el Jerarca me avisó que Ana Refugio vendría para ayudarme. Finalmente me senté en una de las bancas platicadoras del patio para esperar, según yo leyendo, pero no leía nada, pues estaba muy nervioso y muy manos y mis sienes sudaban profusamente, hasta que Celeste me anunció que la señorita Cuca estaba preguntando por mí; de un salto me puse de pie y casi corrí al comedor. Ahí estaba mi admirada maestra, parada junto a la mesa curioseando el enorme bodegón colgado de la pared. Me sorprendió un poco verla vestida con un pantalón de mezclilla, pues siempre la imaginé con su trajecito tan discreto y elegante. Llevaba su cabello recogido con una pañoleta azul que dejaba ver su frente y sus cejas muy pobladas. Era más bonita de lo que yo recordaba, cuando la vi dando la clase hace algunos días. ¿Qué diantres hace esta mujer tan hermosa en este lugar tan apartado, casi perdido en la Sierra de la Virgen?

   Providencialmente toda mi torpeza social desapareció como por encanto y pude entablar con Ana Refugió una charla muy animada mientras comíamos el mole y el arroz amarillo, al azafrán, tan exquisitos que prepararon en su honor. Me contó con lujo de detalles cómo había llegado a El Leñoso para sustituir al difunto profe Manuel, hace cuatro años, y me confesó que desde siempre, desde que era niña cuando vivía con sus padres en la frontera, quiso ser maestra pero que nunca se imaginó que iba a llegar a un pueblo como éste y encargarse de todos los chamacos escolapios, desde los que están en la primaria, hasta los de preparatoria. Por momentos me siento agobiada con tanto trabajo, pero puede más mi vocación por enseñar, se quejaba un poco. Ya va siendo tiempo que Don Salmón me busque apoyo, me dijo con una risita cómplice. Cuando terminamos de comer nos quedamos en el comedor charlando un rato más, acerca de todo y de nada. Me dijo que ella estaba en la mejor disposición de ayudarme en mi tarea y me dejó ver que conocía muy bien la historia del señor Andrews, Mister Andrux, pues era responsable de la biblioteca que el gringo había donado al pueblo y que además tenía acceso a toda su correspondencia. También me dijo que, en efecto, la de Mister Andrux era historia muy relacionada a la de Ricardo el descalzo, y que con mucho gusto me aclararía cualquier duda que tuviera al respecto. Y tratando de alargar nuestro encuentro, tan afortunado para mí, le confesé que nada me gustaría más que empezar a escuchar las anécdotas del géologo. De muy buena gana accedió pero, para fortuna extra mía, puso una pequeña condición: quiero que me acompañe al río para buscar mi piedra, porque ya falta poco para la procesión de San Lorenzo Mártir y necesito una para pulirla. Y de paso me recomendó que procurara la mía por si pensaba permanecer en El Leñoso hasta el diez de agosto, cuando festejan al santo. A todo le respondí que sí, por supuesto.

continúa...

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