Xavier Q Farfán
Crónicas del Sendero de la Gruta. Décima parte.
La casa de gobierno luce desierta y silenciosa; hasta la cotorras serranas de Doña Lucinda están muy serias esta tarde. Al cruzar el pasillo por la derecha, donde están el despacho del presidente y el comedor, sólo se escuchan algunas vocecitas apagadas del personal. Por curiosidad decidí, en vez de entrar a mi cuarto del fondo, dar la vuelta completa por el pasillo. En en lado izquierdo del zaguán de la entrada están las habitaciones privadas de la familia de Don Salmón y la última, que ese momento estaba entreabierta, es una pequeña oficina personal. Un cartel de toros de la Plaza México de 1946 anunciando a Silverio Pérez y a Manuel Rodríguez, Manolete, que iban a lidiar toros de Torrecilla, junto a otros cuadros menores, también taurinos, dominaban la pared frente al pesado escritorio de madera y su butacón de piel. En el muro tras el escritorio, al centro, figura una foto enorme del Jerarca acompañado de su esposa y de un joven que imagino es su hijo Lalo. Ya no quise fisgonear más y regresé al dormitorio pensando en mi anfitrión y su gusto por la fiesta brava.
Me saqué las botas para tumbarme unos minutos en la cama; en realidad no estaba fatigado por la excursión a la montaña, sin embargo acostado podría hacer una recapitulación más reposada de mi primer día en El Leñoso. Llevaba un registro mental de todo lo acontecido las últimas horas, pero lo indicado sería hacer las anotaciones, como es mi costumbre, en la bitácora de viaje. Me propuse que esta noche después de la fogata, si hay, escribir puntualmente todas las novedades, como debe ser. Tengo una idea muy general de cómo presentar a mis jefes la leyenda del descalzo, sin embargo las nuevas historias paralelas y los personajes implicados, tan extravagantes, que voy conociendo, me revelan que no será tan sencillo. En el pasado logré terminar con éxito trabajos similares pero, ahora, con esta sensación muy extraña que irrumpe por momentos y que no puedo explicar bien a bien, no se si lo consiga. Es como una premonición, o como se diga,
No hubo recapitulación ni nada; el descanso sólo me sirvió para sumarle interrogantes al asunto, así que resolví salir a buscar a Don Elías para que me acompañara a dar un recorrido por el pueblo. Me dirigí a la oficina de correos para preguntar por él y la encargada me informó que seguramente estaría en la taberna jugando dominó y me dio las señas para llegar: vaya hacia la alameda, por esta misma acera y dos cuadras adelante, en la esquina, ahí está La Dorada, dijo. No fue necesario llegar hasta la cantina pues me lo encontré antes; nos saludamos y le recordé su ofrecimiento de acompañarme al Museo Testimonial de los Héroes. Con todo el gusto, amigo Aurelio, vamos para allá ahora mismo, me respondió.
El Museo está en uno de los salones de la escuela, no tiene personal y registrarse en el libro de asistencia parece ser el único requisito para entrar. Al momento de anotarme descubrí que las visitas al recinto son esporádicas, lo que no significa que lo descuidan, pues todo luce limpio y ordenado. En la parte central del aula está una vitrina de cristal horizontal alargada y en ella lucen algunos objetos rescatados del campo de batalla, aquel donde heroícamente murió el Capitán Avellanas. Están la cantimplora famosa del raso Meneses, su medalla de honor, la daga de Horacio Adán que mató a Carazul, su casaca militar negra con botonadura dorada que vestía esa madrugada aciaga y un collar con colmillos de lobo de Carazul; también está, por supuesto, la placa conmemorativa donde se narra lo acontecido aquel día glorioso, cuando los liebros fueron derrotados y expulsados para siempre del pueblo.
Alrededor del salón, repegada a los muros, se muestra una línea cronológica que reseña los sucesos más importantes de El Leñoso. Inicia a la izquierda de la puerta de entrada con algunas pinturas que intentan recrear escenas típicas de los antiguos asentamientos nativos y en una repisa de madera con puertas de vidrio se ven vasijas y morteros, puntas de lanzas talladas en piedra, abalorios muy coloridos y algunas piezas de la indumentaria india. El señor Rentería comenta que las culturas de jollos y liebros eran muy similares, excepto por la ferocidad de los segundos; eran muy salvajes y todo lo querían arreglar a golpes, me comentó. En el siguiente muro está la sección dedicada a la construcción Santa María de los Jollos, episodio considerado como fundacional del pueblo. Antiguos óleos muestran a los sacerdotes enseñando el evangelio y las letras a los niños indígenas y en labores de alfarería; destaca un retrato de Francisco de Viedma, el jesuita fundador de la misión. quien murió aquí un poco antes de que la Compañía de Jesús fuera proscrita. Un relicario, algunos crucifijos, devocionarios y otros objetos personales, posiblemente olvidados por los curas cuando los largaron, figuran en otra repisa.
En el muro del fondo, frente a la entrada, sobresale un lienzo vertical en tamaño natural del valeroso Horacio Adán, luciendo su traje militar de gala con la mano derecha en la empuñadura de su espada y la izquierda sobre su corazón. A sus lados se ilustran los dos períodos de la bonanza minera: el primero, cuando accidentalmente se descubrieron los primeros filones de oro y el segundo, cuando los trabajos del geólogo Zachary Andrews, le dieron el segundo esplendor a la mina de la Virgen. Ahí estaba la foto en sepia del americano, el famoso Mister Andrux, fumando su pipa sentado en alguno de los descansos del Sendero de la Gruta. Finalmente en la pared lateral restante figura la crónica de los acontecimientos más recientes de El Leñoso, así como una galería con los retratos de todos sus alcaldes. Mi improvisado guía en el museo me advierte que ya no tardan en cerrarlo pues la encargada, la maestra Cuca, está por concluir sus clases de la tarde y al final deja toda la escuela bajo llave. Salimos del salón y al encaminarnos hacia la salida, en otra de las aulas vi a la maestra frente al grupito de cuatro o cinco muchachos de secundaria. Mirarla así, de pronto, me hizo tropezar ligeramente con mi acompañante y de la forma más disimulada que pude di un paso atrás para verla de nuevo. Es hermosa la maestra, con su cabello recogido en un chongo y sus pequeñas gafas y su discreto traje sastre que la hace ver tan distinguida y ese aplomo con el dicta la materia. Dios mío.
Mi querido señor Ávila, parece que acaba de ver al diablo, me bromeó Don Elías cuando notó mi turbación y lo único que atiné a contestar, o a balbucir fue: todo lo contrario caballero, todo lo contrario. Y salimos de la escuela, muy callados con rumbo al templo de San Lorenzo Mártir. Sin verlo, sentía las miraditas divertidas del chofer y cuando cruzábamos por la plaza empezó a responder todas las preguntas que, debo confesar, traía en la cabeza, pero que nunca pronuncié. Se llama Ana Refugio Hernández y llegó a El Leñoso hace 3 años, en 1961; venía para suplir temporalmente al Profe Manuel que en paz descanse, pero su encargo se fue alargando, hasta que decidió quedarse. Es curioso, reflexionaba Don Elías, pero casi todos los que vienen por acá, sin importar el propósito, se quedan con nosotros.
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