miércoles, 30 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Parte sexta final.

   En esa parte del universo en que Bolos y Zungaar permanecían atrapados, el amanecer era una pasmosa exhibición de colores y luces. Hacia los lados del anillo de asteroides, el cielo se inundaba con una tonalidad amarilla muy viva salpicada de destellos lejanos anaranjados y púrpuras, producto de caprichosos incendios de material gaseoso. Al avanzar el día los efectos ópticos del alba, ya un poco diluídos en el azul total de la bóveda celeste se extinguían lentamente con una última exhibición de fuegos de artificio muy llamativa. Y esto era todos los días.
-Bien podría quedarme aquí una vida admirando este paisaje increíble- confesó Bolos a su amigo, mientras se alejaban del refugio dispuestos a ejecutar el inaudito plan de atrapar una Nano-esfera chispeante y no tardaron mucho en divisar una que se dirigía hacia el campo de las rocas grises. Muy agitado, el anaranjado le pidió a Zungaar que hiciera rápido los cálculos necesarios mientras él se ponía en el camino del pequeño meteoro iluminado.
-Lo estoy haciendo lo más veloz que puedo, Bolos-, replicó mientras deducía la posición e inclinación exactas requeridas para un impacto exitoso.
-¡Baja 3 múes y gira un grado frente a ti!- le urgió Zungaar. Bolos así lo hizo y la Nano-esfera rebotó a la derecha de su hemisferio sur. Con mucha expectación los exploradores siguieron la nueva dirección de la luz volante y a la distancia les pareció que iba directo hacia a la cueva, pero pegó a unos 5 múes de la entrada.
-Estuvimos muy cercas amigo, sigamos intentando-, exclamó Bolos muy emocionado. En espera de otra Nano-esfera, Zungaar hacía correcciones en sus cuentas para tener mejor puntería en el próximo intento. Cuando vieron aproximarse a la siguiente, Bolos se acomodó rápido en el trayecto y esperaba indicaciones del matemático, que llegaron pronto.
-¡Giro a la derecha de 5 grados... desplazamiento hacia atrás de 1 múe! (el múe era una medida de longitud inventada por el par trotamundos para hacer más certeros los ensayos).
-¡Bingo!-, gritó Bolos desde donde estaba cuando vio entrar a la bola de luz y presuroso, sin esperar a Zungaar, voló hasta el refugio y fue entonces que pudo ver los jeroglíficos dejados por Druma en el techo. Por su parte la Nano-esfera seguía en su loca carrera dentro de la cueva dando rebotes y rebotes hasta que llegó Zungaar y se quedó en la entrada, tapándola, para evitar que luego de un choque adecuado pudiera ir en dirección a la salida.
   Luego de un buen rato, los planetas intercambiaron posiciones para que ahora Zungaar pudiera estudiar las inscripciones y continuaron así hasta que ambos estuvieron de acuerdo en la interpretación del mensaje cifrado de Druma, el explorador perdido. Cuando dejaron libre la entrada de la caverna, la Nano-esfera no tardó mucho en dar el rebote de salida.
-Muy bien, mi querido Bolos-, dijo el planeta sabio a Bolos, -parece que ahora sí tenemos la clave de escape del laberinto. Lo que decía Druma de la "triada" espejo-cometa-puerta cobra sentido con la lectura de las inscripciones- explicaba Zungaar muy entusiasmado.

   En resumen, los pictogramas indicaban que durante el paso del segundo cometa, Milo, su fuerza gravitacional neutralizaba a la centrípeta del anillo y los asteroides quedaban libres de cualquier atracción, pero que no se movían de su posición habitual en virtud de la inercia. En se lapso de tiempo -el paso del cometa por la zona- Druma desplazó fácilmente aquella roca gris en forma de cacahuate parado con un orificio gigante en su parte inferior, hasta el centro de las rocas blancas, las de mármol. Ahí, gracias a los extraños efectos holográficos, el hueco de la piedra se iluminaba con una flourescencia inexplicable, y proyectaba una imagen de espejo a un meteoro adyacente. Por ahí, a través de la puerta virtual esbozada en la roca, salió Druma de su cautiverio, concluyeron los amigos planetas.
-Más claro que el agua no se puede, Bolos-, afirmaba Zungaar con mucha petulancia. -Ahora sólo falta la prueba final, la del ácido, cuando tú intentes salir por ahí- y su semblante se puso serio de pronto por el temor a que el muchacho quedara atrapado en la Zona Plana luego de trasponer la puerta.

   La fiesta por el éxito del experimento muy pronto se disolvió en el lago de la incertidumbre que era copiosamente abastecido por dos o tres ríos. Por un lado estaba la preocupación genuina de Zungaar por la suerte de su amigo luego de cruzar la puerta virtual, pues había escuchado en la Zona Plana no lo pasa uno muy bien; y por el otro, la de Bolos, que sentía mucho temor de separarse de su amigo tan apreciado, además de un entendible desasosiego por lo que vendría al salir del Laberinto de las Rocas Silenciosas. Pero no quedaba mucho tiempo para las vacilaciones, pues el paso de los cometas era inminente y los amigos planetas, ahora mucho más amigos, tuvieron que posponer sus inquietudes,

-Es menester hacer un simulacro para estar seguros que no faltará nada a la hora decisiva- planteó Zungaar, que era un tipo muy previsor y juicioso. -Pensemos la estrategia para aprovechar muy bien el paso de Milo que es de apenas unos minutos- propuso. Y así lo hicieron durante el rato que les quedaba de luz natural. El cometa, según las estimaciones del planeta sapiente, pasaría por el anillo de asteroides a la mitad del día siguiente por lo que no había mucho tiempo que perder.

   Esa noche, por más esfuerzos que hacían, ninguno de los astros vagabundos pudo dormir bien; sin embargo a la mañana siguiente, muy temprano, realizaron un falso de todas las maniobras que más tarde replicarían a la hora buena, cuando el cometa Milo surcara el cielo del Laberinto. Finalmente, al cabo de unas horas el primer cometa, Arthuro, hizo acto de presencia en el firmamento ofreciendo a su paso una fastuosa ostentación de efectos lumínicos que dejó anonadados a los astros; su cauda era enorme y parecía de plata brillantísima. Minutos más tarde apareció Milo, cuyo tamaño y esplendor era menores que Arthuro, pero no impedía que su espectáculo fuera también maravilloso.

-Rápido Bolos, a tu posición- urgió Zungaar, mientras se desplazaba hacia el cacahuate gigante a esperar que quedara libre de cualquier fuerza y poder empujarlo hasta la zona de las rocas blancas, donde Bolos esperaría para entre ambos colocarlo en el centro, donde se proyectaba la imagen de la roca blanca ficticia. Por su parte el cometa avanzaba lentamente y cuando estuvo sobre el anillo los asteroides quedaron libres de cualquier fuerza,  sin embargo seguían su marcha, impertérritos, por la acción de la inercia. Zungaar empujó ligeramente al cacahuate sin peso y lo llevó hasta el sitio indicado donde esperaba Bolos y por fin pudieron colocarlo en medio de los meteoros blancos. Cuando quedó perfectamente posicionado, el efecto espejo esperado se presentó de inmediato y el cacahuate gigante se iluminó repentinamente con flourescencias enceguecedoras, proyectando a través de su agujero un círculo perfecto en la roca blanca contigua.
-¡Esa es la salida, Bolos¡ -exclamó Zungaar -¡Date prisa por que queda poco tiempo del paso del cometa!- apuraba. Y Bolos, muy temeroso no se atrevía a cruzar ese agujero que parecía una pared de gas muy denso e intensamente azul.
-¡Vamos, muchacho, que una nubecita de gas no te detenga¡ ¡Tus sueños te esperan!- lo animaba.

   Bolos ya no escucho la última frase porque apenas toco la puerta de gas azul desapareció por completo del Laberinto de las Rocas Silenciosas.






martes, 29 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capítulo 1. Bolos en el Laberinto de las Rocas Silenciosas. Quinta parte.

   Atrapar una Nano-esfera chispeante no era un asunto menor y se hacía pertinente un plan muy elaborado. Bolos y Zungaar lo sabían y optaron por encerrarse en la caverna el resto del día para trabajar en eso. Después de las más sesudas deliberaciones de ambos, antes de anochecer ya contaban con un proyecto general de cómo hacer entrar en la cueva a la minicentella para que la iluminara y poder, por fin, estudiar los pictogramas dejados por Druma en el raso. Antes, por supuesto, habían pensado en otras alternativas para alumbrar el refugio pero todas eran inviables y concluyeron que la Nano-esfera era, pues, la menos complicada.
-Las Nano-esferas son cuerpos celestes expelidos por alguna estrella súper-cargada lejana- explicó Zungaar y Bolos, que ya se había acostumbrado a sus rollos científicos, lo escuchaba calladamente -y vagan fortuitamente por el espacio chocando, más bien rebotando, contra cualquier objeto que esté en su trayectoria. Su velocidad es constante y al parecer no decrece con el tiempo ni con los constantes impactos- alargaba Zungaar su ponencia. -La luminosidad permanente, supongo que es resultado de una intensa actividad eléctrica-molecular en su núcleo- aventuró el sabio.
-¿Y cómo vamos a lograr que una partícula de éstas entre en la caverna?- planteó Bolos.
-No disponemos de nada excepto de nuestros cuerpos-, repuso Zungaar y a grandes rasgos propuso una idea que parecía, de inicio, descabellada.
   La propuesta consistía determinar la dirección exacta de una de las pequeñas bolas de luz y luego cruzarse en su trayectoria con la posición e inclinación precisas para que el ángulo de rebote fuera tal que su nueva dirección sea hacia la entrada de la cueva. Parecía algo loco atravesarse en el camino de las esferitas pero no había otra solución mejor.
   Cuando ultimaron los detalles de su plan genial, al que Bolos denominó - con algo de sarcasmo- el pin-ball del espacio, los dos astros tuvieron una conversación muy amistosa que se prolongó hasta muy tarde en la que Zungaar contó algo de su historia personal; también recordó a su sistema solar nativo y sus antiguos vecinos planetas. Tras escuchar el relato Bolos se sintió aún más identificado con su amigo pues sus historias eran algo similares.
   El sistema planetario del que procedía Zungaar era Vel, ubicado en una remota zona sideral conocida como Espiro y, caso muy peculiar, contaba con dos soles a los que circundaban alternadamente tres planetas describiendo una órbita en forma de "8".  Era un espectáculo sobrecogedor ver la sincronicidad con la que funcionaba: sus estrellas centrales, merced a la fuerza electromagnética intermedia, se hacían aproximaciones regulares entre sí para luego alejarse, mientras que los planetas Ectó, Vari y Lomno los circunvalaban dócilmente en una sola órbita. Zungaar, cuando estaba ahì, era el cuarto en la fila que nunca se detenía.
   Sin embargo, todo este mecanismo celeste perfecto se veía constantemente amenazado por la disputa entre sus soles, que reclamaban para sí el mando del sistema. Era el cuento de nunca acabar, según Zungaar, pues ambos astros son del mismo tamaño y de la misma fuerza, y evidentemente nunca habría un ganador de la controversia. Lo más saludable para todos, sería que cualquiera de los dos cediera un ápice y así no habría perdedores, pero el sentido común no era una cualidad de ninguno. O asumir un liderazgo compartido pudo ser una salida decorosa, no obstante pesaron más el orgullo y la necedad; supongo que siguen igual, haciéndose la vida de cuadritos, reflexionaba el astro oriundo de Vel.
-Era imposible vivir tranquilo allá; entre gritos, ultimátums y aspavientos no se puede estar; por eso decidí largarme- decía Zungaar.
-¿Y los demás planetas?- interrogó Bolos.
-Ah, los sordos, esos parecían troncos rodantes, ni se inmutaban siquiera ante la escandalera diaria de los peleoneros; o a lo mejor eran muy sensatos como para mezclarse en la pelea y sólo nadaban, es decir, flotaban de muertito- contestó Zungaar y luego recordó que los tres eran del mismo tamaño y de un color amarilloso pálido con la superficie muy arenosa y plana. -Igualitos a mì- refirió sonrojándose ligeramente.
   Enseguida Zungaar platicó que cuando les avisó que se iba, los soles se enfrascaron en una explosiva discusión para determinar cuál de ellos le debería dar el permiso de salir. -Mientras terminaban de discutir yo me fui-remató.
  Al igual que Bolos, Zungaar inició su carrera de trotamundos con muchas inseguridades y, en momentos de flaqueza, cuando sentía que la inmensidad sideral se lo iba a tragar, o cuando la soledad arreciaba, creía mejor volver a su sitio libre de riesgos y calamidades;  sin embargo pudo más el espíritu aventurero y nunca regresó. Y también, como el anaranjado fue protagonista de las más increíbles hazañas siderales antes de caer atrapado en el Laberinto de las Rocas Silenciosas..

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sábado, 26 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capitulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Cuarta parte

   El silencio y la penumbra reinantes en la cueva eran ideales para el recogimiento nocturno. Ahí estaban los dos planetas: Bolos y Zungaar, que por azares de la vida se conocieron en medio de una emergencia cósmica y ahora eran amigos entrañables; ambos eran trotamundos venidos de sistemas solares muy diferentes y lejanos entre sí, pero, cosas del destino, ahora estaban sitiados en el Anillo de Asteroides y juntos buscaban la manera de salir de ahí. Bueno, en realidad el de la urgencia era Bolos porque Zungaar siempre dijo que que ésa era su casa y al parecer estaba muy a gusto; sin embargo el anaranjado ya tenía planeado llevarlo con él cuando por fin encontraran la puerta de escape, y según él se las arreglaría para convencerlo.
   En medio de esta tranquilidad que sólo era interrumpida ocasionalmente por la resonancia moribunda de alguna explosión estelar lejana o por la súbita iluminación del recoveco por el paso de una estrella errante, los dos amigos descansaban plácidamente en espera de otra jornada colmada de trabajo y, por qué no, sorpresas. Pero al parecer Bolos no estaba teniendo una noche muy tranquila, de mucho reposo, digamos.
-¡Parecía una tremenda pesadilla, Zungaar, te lo prometo!- exclamó Bolos a la primera luz de la mañana siguiente. -De entrada pensé que se trataba un mal sueño, que había dormido en una postura incómoda, pero cuando desperté seguí sintiendo muy caliente y dolorido mi polo norte- continuó quejándose, y se inclinó un poco para que su compañero viera.
-Cuando más a gusto estaba empecé a sentir algo muy extraño acá arriba; primero mucha comezón y luego como un cosquilleo muy intenso, por dentro de mi corteza- explicaba un tanto alarmado Bolos. -Al final escuché un tronido muy leve y de inmediato la parte de arriba se me puso muy caliente y sudorosa. 
   Apenas lo revisó, Zungaar supo qué había sucedido; -resulta, muchacho, que el volcán que tienes en la parte de arriba ha erupcionado esta noche. Nada de qué alarmarse por...-
-¿Nada de qué alarmarse?- interrumpió atropelladamente el diagnóstico, -¿Nada de qué alarmarse? Por todos los cielos, Zungaar, tengo un volcán estallando en mi polo norte ¿y me dices que no me alarmé?-continuaba la queja de Bolos y su amigo, impasible esperaba a que le pasara el susto. Con mucha paciencia Zungaar le explicó al quejumbroso que la mayoría de los planetas tiene volcanes, unos chicos otros grandes, y que cualquier día, sin avisar: ¡Pum!, les explotan. -Nada del otro mundo, Bolos-, intentaba tranquilizarlo. Así estuvieron buena parte de la mañana: uno lloriqueando asustado y otro que tratando de explicar lo sucedido, hasta se daba un tiempo para la broma.
-Deberías estar contento, mi querido Bolos, pues, aunque de mala manera, te has enterado que no eres una naranja flotante; que lo que tenías en el polo no era un rabillo, sino una montaña a punto de estallar- se burlaba Zungaar, divertido.
   Pasado el trance, con su chichón superior ahora un poco más grande y resignado ya a cargar por siempre con ese volcán tornadizo sobre sí, pero aún dolorido y desconcertado, Bolos decidió quedarse en casa ese día y posponer para el siguiente las exploraciones en el laberinto. Además quería cerciorarse de algo que vio durante la madrugada en el cielo raso de la cueva gracias a la luz producida por la erupción, y que lo mantuvo intrigado todo ese rato y no dijo nada a Zungaar para evitar más burlas. Antes de comentarle nada quería estar seguro que las inscripciones que observó no eran producto de un sueño o una alucinación por la fiebre que le provocó la explosión de su volcán. Sin embargo la oscuridad total de la cueva impidió que Bolos pudiera ver algo. 
-Ni hablar, voy a tener que preguntar al burlón-, se dijo Bolos, -y espero que no me tome por loco.
-Zungaar, anoche, cuando el volcán estaba en plena actividad- se atrevió a comentarlo por fin con su amigo, -iluminó el techo del refugió y pude ver algunas inscripciones extrañas. ¿Sabes tú algo al respecto?- le preguntó
-Nop -respondió Zungaar, -pero lo que sí recuerdo es que Druma, el explorador perdido, pasaba muchos ratos en esa parte de la cueva y nunca me dijo qué era lo que hacía ahí. Y además-, continuó, -yo nunca sentí curiosidad por saberlo.
-Lo cierto es que sin una luz externa no podremos ver nada-, concluyó Bolos, -a menos que la bengala que tengo enterrada en mi polo norte se encienda de nuevo, pero supongo que no será pronto.
-Una solución posible es traer hasta acá una nano-esfera chispeante-, sugirió Zungaar, -al fin que abundan en el anillo de asteroides, pero son muy inestables y escurridizas, por lo que no será sencillo hacerlo-, explicó. A continuación dio una cátedra no solicitada sobre estos diminutos cuerpos celestes que Bolos no entendió del todo, pero eso sí, que escuchó atenta y cortésmente. El resto del día lo pasaron trazando el plan para llevar a una nano-esfera a la cueva y poder ver los extraños signos inscritos en su techo, y saber si eran pistas útiles para encontrar la elusiva puerta de salida del Laberinto de las Rocas Silenciosas.

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jueves, 24 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Tercera parte.

   De nuevo en el refugio, Bolos y Zungaar se dispusieron a repasar lo acontecido durante el día, que ciertamente había sido agotador, pero de mucho avance en la tarea de resolver el misterio de cómo salir del laberinto. De inicio Zungaar hizo un recuento de todo lo que recordaba acerca de las investigaciones de Druma, el osado astro aventurero que al parecer sí pudo escapar, quien mencionaba una "triada" como factor clave: cometa, espejo y puerta. Con estos datos, trató de establecer una conexión con lo que habían descubierto en la jornada. 
-Tenemos el primer signo, que es un cometa- comentó Zungaar, y por esta parte del espacio normalmente cruzan dos cada cierto tiempo, Arthuro y Milo. Ambos son, al parecer, cometas ordinarios, muy parecidos y cualquiera de ellos pudiera ser la clave- continuó diciendo, algo confundido. -Habrá que buscar, cuando pasen, algo singular en ellos que podamos asociar con el espejo y la puerta..
- ¿Y cada cuánto es que pasan?- interrogó Bolos, que escuchaba atentamente.
- Déjame ver, déjame ver- repuso Zungaar mirando hacia arriba, como hace cada que intenta recordar algo. -Debe ser en un par de días si mis cálculos no fallan.
-Perfecto- añadió Bolos-, entonces tenemos que aprovechar muy bien este tiempo e investigar más allá afuera, en el campo de rocas, en busca de nuevos datos. Y tú Zungaar, podrías exigirle más a tu memoria eidética y recordar más información valiosa- lo animó con una sonrisa picarona. Un buen rato continuaron elaborando las más diversas hipótesis con lo que tenían disponible y trazaron el plan de acción para el siguiente día.

   El tránsfuga anaranjado se sintió optimista de los avances logrados hasta el momento y estaba convencido que, con el esfuerzo de ambos, resolverían por fin el enigma del laberinto. Ahora que conocía la diferencia entre urgencia e importancia, las cosas parecían ir mejor; lo iban a lograr, por supuesto, pero ya no establecía plazos fatales que sólo lo conducían a una búsqueda frenética y desordenada sin resultados. Miró a su amigo que descansaba serenamente en un rincón de la cueva y sintió mucha gratitud hacia él: -Qué afortunado soy de conocerlo-, dijo para sí y flotó hacia la entrada de la guarida para contemplar por unos momentos la pirotecnia nocturna del espacio cercano. Era un espectáculo portentoso ver el cielo empedrado de astros fulgurantes y multicolores, cometas presuntuosos muy lejanos, que aún así dejaban ver sus estelas brillantísimas; estrellas supernovas cuyas explosiones esporádicas iluminaban la bóveda celeste con colores muy intensos e inesperados. Todo era desmesurado y hermoso. Embelesado por el alarde celeste, Bolos recordó a su sistema solar nativo e intentó ubicarlo en la vastedad sideral y por supuesto que no lo logró, pero se hizo el compromiso personal de que algún vez regresaría para visitar a sus amigos planetas.

   Por su parte, ahora que se menciona, en el sistema solar de Helio las cosas iban de maravilla. Todos sus astros giraban en torno al sol con una disciplina marcial -impensada para Bolos-; sus órbitas habían sido perfectamente establecidas, sus velocidades sincronizadas, sus campos electromagnéticos calibrados, su fuerzas gravitacionales balanceadas; en fin, todo lo necesario para funcionar como un enorme reloj perfecto. No obstante esta precisión logística, el Sistema Solar ya había presentado un segundo desaguisado entre sus elementos -el de Bolos, como se recordará, fue el primero, cuando decidió marcharse-. Resulta que el Sol en un desplante rigorista y autoritario, decretó que Plutón, el planeta más alejado de él, no era planeta y que por tanto no pertenecía más a su sistema. De entrada el decreto fue observado a regañadientes por todos, pero Plutón, ahora planeta enano, seguía ahí, muy orondo en la última órbita rodeando puntualmente al sol. No tenía ninguna intención de irse, y aunque lo hubiese querido, no podía pues su membresía era permanente y obligatoria.
   El argumento presentado por sus compañeros de que para ser planeta sólo se requería orbitar a una estrella, en este caso al petulante Helio, fue suficiente para que Plutón fuera incluido de nuevo en la nómina. Además le hicieron ver al sol que los planes originales del Arquitecto no podían modificarse, y de paso, le recordaron que ellos lo habían elegido líder alguna vez, y que fácilmente podrían cambiar de opinión. Con este estatequieto el sol abandonó un poco su postura de patrón intransigente.
-¡Y si lo recuerdas, Helio, tu fuerza de gravedad es la que mantiene a Plutón unido al sistema! Luego entonces cómo quieres que se vaya: ¿O prefieres perder tu poder de atracción sólo para el enano se largue?- le espetó el grandulón Saturno desde su lugar, mientras sus anillos gaseosos se estremecían por el estruendo de su grito.
   Llamado a ser su sucesor en caso de un imponderable, Saturno, inconfundible por los aros planos multicolores que lo circundaban en su parte media, continuó con su discurso-regaño para Helio:
-No pierdas de vista que la órbita de Plutón, fuertemente imantada, nos sirve de caso protector contra eventuales colisiones que pudieran ser catastróficas, e incluso contra meteoros intrusos malintencionados. ¿Te das cuenta?- finalizó con poco exaltado.
   Superado el connato, todo volvió a la normalidad cotidiana; la rotación y traslación de todos se reanudaron y el desplazamiento colectivo también, hacia quién sabe dónde.
   De vuelta en el Anillo de Asteroides, en la guarida de Zungaar Bolos se dispuso a descansar luego de presenciar en primera fila el más fastuoso show cósmico jamás imaginado y prometerse a sí mismo volver algún día al vecindario de Helio y los otros planetas.



 
   

martes, 22 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Segunda parte.

   -¡Despierta, pequeño holgazán aventurero!- gritoneó Zungaar, y Bolos, agotado por la jornada tan intensa del día anterior apenas podía abrir los ojos.
-¡Animo, muchacho!, que he tenido una noche espléndida y mi memoria está tan fresca como el primer día. Recuerdo vivamente todo lo que hizo el explorador aquel para escapar del Laberinto, No cabe duda que mi memoria eidética aún es prodigiosa-, alardeaba girando en torno a su amigo medio dormido.
-Demos un paseo entre las rocas para explicarte todo- lo invitó 

    El optimismo desbordante de su amigo, hizo que Bolos se despertara del todo y con energía renovada lo acompañó a la salida de la cueva para recorrer el anillo de asteroides, que visto después del descanso, no era tan tenebroso como le pareció la noche previa.

   Empezaron el paseo por la Región Gris, en la que las rocas eran de una tonalidad plomiza y de formas muy similares, que con un poco de imaginación asemejaban descomunales cacahuates parados. Los amigos se desplazaban por entre ellas sin ningún problema, mirándolas de cercas y en algunos casos rozándolas; eran enormes, casi al doble del tamaño de Bolos. Mucho rato pasaron revisando los meteoros en busca de alguna peculiaridad, de algo que pudiera darles una pista de como encontrar la salida, pero no notaron nada relevante en esa Zona, excepto que una de las piedras tenía un enorme hueco en la parte inferior por el que fácilmente podían cruzar; anotaron este dato sin importancia aparente y se dirigieron hacia las rocas blancas, las que parecían de mármol.

-El explorador perdido-, comentó Zungaar mientras avanzaban-, Druma, que así se llamaba, pasó mucho tiempo cartografiando el laberinto. Pudo hacer un mapa aproximado y también calculó el tiempo preciso que las rocas tardaban en rodear al centro del anillo- siguíó explicando. -Daba mucha importancia a la región de las rocas blancas, hacia donde vamos, pues suponía que ahí estaba la clave de todo.

   Mientras escuchaba atentamente la disertación de Zungaar,  Bolos notó que curiosamente ya no sentía aquella urgencia inicial por salir del Anillo de Asteroides para continuar su excursión sideral y asumió que el atorón presente era parte de ella. Recordó lo dicho por su amigo respecto al tiempo espacial, que transcurría a una velocidad demencial y por tanto tener prisa era, necesariamente, un contrasentido. Este pensamiento lo hizo sentir reconfortado y atizó nuevos brios en su afán de resolver el acertijo del laberinto. -"Serenidad y paciencia no es indolencia"- parafraseó a Zungaar.

   Cuando llegaron al sitio donde rotaban las rocas blancas y verlas de cercas, el chico anaranjado quedó atónito: ¡Eran apenas una docena! y de lejos parecían muchísimas más, como cien o doscientas. Perplejo miró a su compañero, que esperando la reacción de aquel, ya tenía preparada la explicación -o lo que parecía una explicación-.
-Resulta que por algún efecto óptico generado por la fuerza electromagnética de las piedras, y que se irradia hacia las que no son blancas, de lejos da la impresión de que son muchas, pero cuando te acercas el efecto se va difuminando, como un espejismo en los planetas desérticos- explicaba Zungaar, con aires de erudito espacial. Y claro que Bolos no entendió nada, pero poco importaba, pues mientras escuchaba la perorata científica, se dio cuenta que algunos de los asteroides blancos no existían, ¡que eran sencillamente un reflejo holográfico de las genuinas! Maravillado por este descubrimiento, que seguramente le sería muy útil para dar con la salida del laberinto, lo contó de inmediato a su compañero, quien para colmo del optimismo, recién había recordado otro dato importante que le escuchó a Druma, el explorador perdido.

-Excelente observación, Bolos. Yo no lo había notado- le dijo Zungaar. -Y ahora que mencionas lo de los hologramas, recuerdo que Druma mencionó una "triada" que era imprescindible para llegar a la salida: espejo, cometa y puerta. Pero regresemos al refugio porque se hace tarde, ¿te parece? y ahí sacamos las conclusiones de todo lo que hemos encontrada durante el día.

   En el caminó de regreso Bolos, soltó una pregunta que le daba cosquillas desde temprano, cuando Zungaar lo despertó a punta de grito, pero que no se atrevía a hacer por temor a un discurso soporífero.
-Oye Zungaar, ¿qué es la memoria eidética?- preguntó por fin.
-Es como la memoria fotográfica. Quienes tenemos esta habilidad recordamos imágenes, datos, en fin cualquier cosa, con un nivel de detalle asombroso, sólo con el hecho de verlos, aún sin prestar mucha atención, bla-bla-bla- fanfarroneó el anfitrión de Bolos.

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domingo, 20 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán


Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Primera parte.

   Antes de emprender su camino sin vuelta, miró por última vez su casa, aquel sistema solar acogedor y seguro al que había renunciado. Aunque no lo admitía, Bolos, el planeta rebelde, sintió un poco de nostalgia y, por qué no, miedo, pero pudo más su convicción aventurera. Su destino era, pues, viajar hasta los más recónditos lugares del universo, explorar mundos nuevos, bordear espeluznantes tormentas estelares, conocer los misteriosos agujeros negros y desafiar a las galaxias más hostiles. Y lentamente empezó a alejarse. 

   Frente a él todo era novedoso, lleno de misterios y con la resolución de un conquistador formidable emprendió la marcha a paso veloz. El primer rumbo que eligió era luminoso, de un color azul muy claro que dejaba ver, a lo lejos, decenas de estrellas que, a pesar de la claridad reinante, brillaban intensamente con unos cambios de color espectaculares. Hacia el otro lado Bolos observó colosales galaxias en formación, algunas que con explosiones internas generaban las más alucinantes y caprichosas figuras, y otras que se expandían a tamaños irreales para luego contraerse repentinamente en medio de un estruendo lejano, pero aún así escandaloso.
-Esto es increíble! Es una pena que mis amigos del sistema solar no lo vean- decía para sí el pequeño aventurero, mientras avanzaba cada vez más, ya sin temor alguno y muy contento de haber dejado su casa original.

   Bolos, que como ya sabemos tiene un carácter independiente y emprendedor; comparado con sus primeros compañeros, es de tamaño es más bien pequeño, no tanto como Plutón, y su forma es casi redonda, excepto por un ligero achatamiento en su polo sur y su color lo hace parecer una enorme naranja. Aunque no tan brillante como la fruta, también acusa, a simple vista, una superficie ligeramente porosa pero no accidentada ni abrupta. Curiosamente en la parte superior, o norte, tiene una pequeña protuberancia producto de un volcán que asemeja el rabillo de una naranja. Así pues, nadie hubiera objetado que Bolos se llamara Naranjin, o Naranjón; incluso sus excompañeros lo empezaban a llamar el Temblor Anaranjado, pero su salida repentina impidió que el apodo prosperara. Así es, a grandes rasgos, nuestro planeta rebelde, Bolos, que rebosante de optimismo, continuaba su travesía celeste.

   Las maravillas que su primera jornada le ofrecía no acababan y ya entrada la tarde, cuando el brillo de las estrellas se hizo más intenso y los efectos luminosos de todas las constelaciones y galaxias eran aún más fastuosos, Bolos empezó a sentir algo así como una lluvia apenas perceptible. No era agua, lo notó de inmediato, sino algo parecido a una arena que lo golpeaba muy suavemente, arriba y abajo. Entre intrigado y y temeroso siguió su camino  mientras que el chipi-chipi de arena aumentaba de intensidad y tamaño. Ahora sí de veras preocupado, el pequeño trotamundos decidió refugiarse en el recoveco de una roca enorme que flotaba, perdida, en las proximidades. Lentamente los granos de arena fueron pasando frente al escondrijo de Bolos; parecía un desfile interminable de piedras formadas por estatura. Cada vez eran más grandes, tanto que algunas duplicaban el tamaño del vago anaranjado y se desplazaban con una precisión militar. Había rocas de todas las formas imaginables pero casi todas eran negras y unas pocas blancas, como de mármol. Aún en medio de su desconcierto, con tintes ya de pánico, Bolos pudo imaginar un juego de ajedrez sin tablero volando frente a él en perfecta sincronía.
-¿Estás asustado, amigo?- retumbó una voz a sus espaldas y Bolos, del susto, dio tal brinco que se golpeó violentamente en el techo de la cavidad y a toda la velocidad que su adrenalina le permitía, escapó de la cueva.
-No temas muchacho- se escuchó de nuevo la voz misteriosa y el pequeño anaranjado detuvo su huída.
-¿Quién eres y por qué estás en mi escondite?- preguntó Bolos tímidamente.
-Soy Zungaar y para tu conocimiento, esta cueva no es tu escondite, es mi casa; y aunque entraste sin avisar eres muy bienvenido. ¿Cómo te llamas?
-Soy Bolos, del Sistema Solar-, contestó solemnemente
-Excelente, Bolos, ¿Y se puede saber qué haces tan lejos de casa? ¿Eres un fugitivo, o de plano te corrieron?
Con un dejo de arrogancia, el aventurero repuso:
-Ni fugitivo ni corrido. Salí porque me gustaría explorar el universo entero, y, además, yo no nací para estar dándole vueltas eternamente al Sol, que por cierto es un tipo muy mandón.

   La charla entre Bolos y Zungaar continuó el resto de la tarde y al final parecían viejos amigos que se contaban todo: desde sus historias más personales, sus recuerdos más tristes o felices, sus andanzas prodigiosas, hasta los más alocados proyectos. Mientras, afuera de la guarida las enormes rocas silenciosas continuaban su paso interminable y nuestro amigo, ya inquieto, esperaba ver desfilar las últimas para emprender nuevamente la marcha en busca de su destino fantástico. Sin embargo la situación no cambiaba y Bolos, que aunque no quería parecer un novato ignorante, finalmente preguntó a Zunggar dónde estaban exactamente.
-Estamos en el Anillo de Asteroides, conocido como el Laberinto de las Rocas Silenciosas. Es una antigua región de la nebulosa protosolar que quedó fuera de la fuerza gravitacional de cualquier sistema, por tanto su campo electromagnético es, si vale decirlo, autónomo. Esto impide que cualquier objeto que entre aquí pueda salir jamás- contestó Zungaar en tono sabiondo.
-¿Jamás?- inquirió Bolos muy alarmado. -¡No puede ser, yo debo regresar a mi ruta! ¡Debe haber algún modo de salir del laberinto! ¿Y tú, Zungaar, nunca has intentado escapar?

   En el umbral de la caverna, con la mirada perdida en el mar de rocas silentes que pasaba frente a él, Zungaar permaneció callado mucho rato. Ocasionalmente miraba por el rabillo del ojo a su nuevo amigo, que presa de la zozobra esperaba una respuesta. Se alargaba el silencio y también la angustia de Bolos. Parecía que el dueño de la cueva buscaba entre sus recuerdos una respuesta adecuada, que nunca no aparecía. El pensamiento de Zungaar se concentró entonces en una época que llegó al Anillo un explorador y que como Bolos, también quedó atrapado en el Laberinto. En un agotador ejercicio de memoria intentaba recordar qué había sucedido con él, pero los recuerdos no llegaban. Finalmente miró directamente al anaranjado y le dijo:
-¿No te parecen muchas preguntas a la vez?- y continuó: -Antes de contestarte permite que te diga unas cositas.
-Tu prisa por vivir es normal pero conviene que te tomes ciertos momentos de reposo para meditar las cosas, al menos una vez diaria; esto permitirá examinar tus actos pasados y mejorar los futuros. Además este ejercicio, sencillo como ves, te cargará de la energía necesaria para lograr las más grandes hazañas. También es muy bueno que preguntes todo lo que no comprendas, pues créelo, tus recursos y conocimientos nunca bastarán para cumplir tus metas, por más encomiables que parezcan. Hoy, por ejemplo, preguntaste dónde diantres estabas, porque evidentemente no lo sabías, pero dudaste un buen rato antes de hacerlo, ¿Cierto? Por otra parte, en el espacio las cosas suceden vertiginosamente, incluso el tiempo. Verás: aparentemente tú llegaste acá esta tarde como un trotamundos principiante, sin experiencia de la vida; sin embargo mañana por la mañana serás un consumado viajero estelar. Por lo tanto cualquier prisa o arrebato no tienen sentido y sólo serán esfuerzos inútiles y tiempo perdido. Es extraño pero así pasa.

-Ahora trataré de responder a tus preguntas, mi querido amigo- remató Zungaar en tono amable.

-Nunca he intentado salir del Anillo, porque aquí es mi casa. No recuerdo -prosiguió- cuándo ni cómo llegué y como ya conozco buena parte del universo para mí eso es suficiente. Ya no quiero más aventuras intergalácticas, y como ves, aquí estoy muy a gusto, acompañado de estas enormes rocas calladas que nunca se detienen. Creo que hasta aprecio les he tomado -confesó.

-Respecto a cómo salir de aquí-, continuó Zungaar ante la mirada ansiosa de Bolos, -entiendo que no hay manera de superar la fuerza centrípeta del anillo; sin embargo, alguna vez un explorar bisoño, como tú, entró accidentalmente en el laberinto y pasó mucho tiempo intentando salir. Hizo muchas investigaciones y pruebas; incluso recurrió a estrambóticos conjuros, que según él eran muy efectivos en su galaxia...- en este punto Zungaar parecía muy divertido con su relato, pero Bolos, presa del desespero, lo interrumpió:
-¿Y el tipo pudo salir?, por favor dime si lo logró...
-Supongo que sí, pues un buen día desapareció entre las rocas blancas, las de mármol. Nunca lo volví a ver. Al parecer sus trucos extraños dieron resultados- recordaba Zungaar, y su rostro se tornó un tanto sombrío para continuar:
-Sin embargo bien pudo quedar atrapado en la Zona Plana, o en otras regiones opacas del universo. ¿cómo saberlo?- se preguntó seriamente.

   Era muy tarde y Zungaar dio por terminada la charla; le sugirió al anaranjado que descansaran unas horas y le prometió que al día siguiente, muy temprano, le iba a pasar toda la información disponible acerca de las investigaciones que aquel explorador bisoño que un buen día desapareció del laberinto, había realizado.
continúa...
 

viernes, 18 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

   En el diálogo inicial de los planetas había uno, Bolos, que no estaba de acuerdo en nada y decidió marcharse, así nomás, a rodar por su cuenta. Aturdidos como estaban luego de su nacimiento tan explosivo y caótico, los otros planetas no prestaron mucha atención al desertor y ninguno intentó detenerlo. Sólo muchos años después tendrían alguna noticia del pequeño rebelde.

   En esa porción del cielo que les habían asignado estaban Helio, Marte, Plutón, Saturno, Tierra, Júpiter, Mercurio, Venus, Urano, Neptuno y, sin Bolos -que como ya se mencionó, eligió irse- iniciaron su primera reunión para organizar un sistema planetario; ese era su propósito inmediato y vieron pertinente elegir a un líder como primera acción. Todos voltearon a ver a Helio, que por su exuberancia y tamaño estaba llamado a dirigirlos; era, pues, el guía natural de los planetas. No fueron necesarios muchos argumentos para convencer al gigantón amarillo de encabezar la legión planetaria y en una suerte de impronta astral todos empezaron a girar en torno suyo. En esa primera danza concéntrica, aún cercana, los astros fueron acordando sus funciones, sus posiciones, su velocidad; en fin, todo lo que le tocaba a cada quien para que el plan fuera muy exitoso y perdurable.

   Por su parte, Bolos se alejaba cada vez más; no tenía ninguna idea a dónde iba ni de dónde venía, pero estas cuestiones no le importaban mucho: su deseo era ser un tipo aventurero y conocer todo el universo que apenas se estaba organizando. Frente a él había muchos caminos para recorrer y muchos lugares extraños para descubrir, sin embargo la inmensidad sideral que sus ojos no alcanzaban a cubrir, por un momento lo amedrentó y dudó de su arriesgada empresa; sintió ganas de regresar con sus primeros compañeros y giró sobre sus espaldas. Al contemplar a lo lejos el sitio de donde venía y ver a Helio intentar sincronizar aquella majestuosa orquesta cósmica, Bolos pensó seriamente en renunciar a sus andanzas fantásticas.
 
   Estaba listo para emprender el camino de regreso, a la seguridad de su sistema planetario; con los suyos, con quienes había llegado a este lugar desconocido pero maravilloso. Sabía que junto al grupo habría pocas cosas de qué preocuparse o asustarse, que con la protección magnífica de Helio los peligros serían mínimos. Sin embargo la perspectiva de una vida tan disciplinada como un círculo, o para decirlo mejor, como una elipse, no acababa de convencerlo. Ademas someterse a las indicaciones de Helio no empataba con su espíritu emancipado.
- Ese gigantón se siente un Sol, hasta acá oigo sus órdenes!- exclamó Bolos, y decidió en ese momento no regresar y emprender, ahora sí, las aventuras más increíbles conocidas hasta ahora. Por cierto que desde este desplante levantisco del pequeño Bolos, Helio empezó a ser llamado también el Sol.
   Así fue como Bolos, el planeta rebelde, inició los viajes más fascinantes a través del universo.