jueves, 24 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Tercera parte.

   De nuevo en el refugio, Bolos y Zungaar se dispusieron a repasar lo acontecido durante el día, que ciertamente había sido agotador, pero de mucho avance en la tarea de resolver el misterio de cómo salir del laberinto. De inicio Zungaar hizo un recuento de todo lo que recordaba acerca de las investigaciones de Druma, el osado astro aventurero que al parecer sí pudo escapar, quien mencionaba una "triada" como factor clave: cometa, espejo y puerta. Con estos datos, trató de establecer una conexión con lo que habían descubierto en la jornada. 
-Tenemos el primer signo, que es un cometa- comentó Zungaar, y por esta parte del espacio normalmente cruzan dos cada cierto tiempo, Arthuro y Milo. Ambos son, al parecer, cometas ordinarios, muy parecidos y cualquiera de ellos pudiera ser la clave- continuó diciendo, algo confundido. -Habrá que buscar, cuando pasen, algo singular en ellos que podamos asociar con el espejo y la puerta..
- ¿Y cada cuánto es que pasan?- interrogó Bolos, que escuchaba atentamente.
- Déjame ver, déjame ver- repuso Zungaar mirando hacia arriba, como hace cada que intenta recordar algo. -Debe ser en un par de días si mis cálculos no fallan.
-Perfecto- añadió Bolos-, entonces tenemos que aprovechar muy bien este tiempo e investigar más allá afuera, en el campo de rocas, en busca de nuevos datos. Y tú Zungaar, podrías exigirle más a tu memoria eidética y recordar más información valiosa- lo animó con una sonrisa picarona. Un buen rato continuaron elaborando las más diversas hipótesis con lo que tenían disponible y trazaron el plan de acción para el siguiente día.

   El tránsfuga anaranjado se sintió optimista de los avances logrados hasta el momento y estaba convencido que, con el esfuerzo de ambos, resolverían por fin el enigma del laberinto. Ahora que conocía la diferencia entre urgencia e importancia, las cosas parecían ir mejor; lo iban a lograr, por supuesto, pero ya no establecía plazos fatales que sólo lo conducían a una búsqueda frenética y desordenada sin resultados. Miró a su amigo que descansaba serenamente en un rincón de la cueva y sintió mucha gratitud hacia él: -Qué afortunado soy de conocerlo-, dijo para sí y flotó hacia la entrada de la guarida para contemplar por unos momentos la pirotecnia nocturna del espacio cercano. Era un espectáculo portentoso ver el cielo empedrado de astros fulgurantes y multicolores, cometas presuntuosos muy lejanos, que aún así dejaban ver sus estelas brillantísimas; estrellas supernovas cuyas explosiones esporádicas iluminaban la bóveda celeste con colores muy intensos e inesperados. Todo era desmesurado y hermoso. Embelesado por el alarde celeste, Bolos recordó a su sistema solar nativo e intentó ubicarlo en la vastedad sideral y por supuesto que no lo logró, pero se hizo el compromiso personal de que algún vez regresaría para visitar a sus amigos planetas.

   Por su parte, ahora que se menciona, en el sistema solar de Helio las cosas iban de maravilla. Todos sus astros giraban en torno al sol con una disciplina marcial -impensada para Bolos-; sus órbitas habían sido perfectamente establecidas, sus velocidades sincronizadas, sus campos electromagnéticos calibrados, su fuerzas gravitacionales balanceadas; en fin, todo lo necesario para funcionar como un enorme reloj perfecto. No obstante esta precisión logística, el Sistema Solar ya había presentado un segundo desaguisado entre sus elementos -el de Bolos, como se recordará, fue el primero, cuando decidió marcharse-. Resulta que el Sol en un desplante rigorista y autoritario, decretó que Plutón, el planeta más alejado de él, no era planeta y que por tanto no pertenecía más a su sistema. De entrada el decreto fue observado a regañadientes por todos, pero Plutón, ahora planeta enano, seguía ahí, muy orondo en la última órbita rodeando puntualmente al sol. No tenía ninguna intención de irse, y aunque lo hubiese querido, no podía pues su membresía era permanente y obligatoria.
   El argumento presentado por sus compañeros de que para ser planeta sólo se requería orbitar a una estrella, en este caso al petulante Helio, fue suficiente para que Plutón fuera incluido de nuevo en la nómina. Además le hicieron ver al sol que los planes originales del Arquitecto no podían modificarse, y de paso, le recordaron que ellos lo habían elegido líder alguna vez, y que fácilmente podrían cambiar de opinión. Con este estatequieto el sol abandonó un poco su postura de patrón intransigente.
-¡Y si lo recuerdas, Helio, tu fuerza de gravedad es la que mantiene a Plutón unido al sistema! Luego entonces cómo quieres que se vaya: ¿O prefieres perder tu poder de atracción sólo para el enano se largue?- le espetó el grandulón Saturno desde su lugar, mientras sus anillos gaseosos se estremecían por el estruendo de su grito.
   Llamado a ser su sucesor en caso de un imponderable, Saturno, inconfundible por los aros planos multicolores que lo circundaban en su parte media, continuó con su discurso-regaño para Helio:
-No pierdas de vista que la órbita de Plutón, fuertemente imantada, nos sirve de caso protector contra eventuales colisiones que pudieran ser catastróficas, e incluso contra meteoros intrusos malintencionados. ¿Te das cuenta?- finalizó con poco exaltado.
   Superado el connato, todo volvió a la normalidad cotidiana; la rotación y traslación de todos se reanudaron y el desplazamiento colectivo también, hacia quién sabe dónde.
   De vuelta en el Anillo de Asteroides, en la guarida de Zungaar Bolos se dispuso a descansar luego de presenciar en primera fila el más fastuoso show cósmico jamás imaginado y prometerse a sí mismo volver algún día al vecindario de Helio y los otros planetas.



 
   

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