Capitulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Cuarta parte
El silencio y la penumbra reinantes en la cueva eran ideales para el recogimiento nocturno. Ahí estaban los dos planetas: Bolos y Zungaar, que por azares de la vida se conocieron en medio de una emergencia cósmica y ahora eran amigos entrañables; ambos eran trotamundos venidos de sistemas solares muy diferentes y lejanos entre sí, pero, cosas del destino, ahora estaban sitiados en el Anillo de Asteroides y juntos buscaban la manera de salir de ahí. Bueno, en realidad el de la urgencia era Bolos porque Zungaar siempre dijo que que ésa era su casa y al parecer estaba muy a gusto; sin embargo el anaranjado ya tenía planeado llevarlo con él cuando por fin encontraran la puerta de escape, y según él se las arreglaría para convencerlo.
En medio de esta tranquilidad que sólo era interrumpida ocasionalmente por la resonancia moribunda de alguna explosión estelar lejana o por la súbita iluminación del recoveco por el paso de una estrella errante, los dos amigos descansaban plácidamente en espera de otra jornada colmada de trabajo y, por qué no, sorpresas. Pero al parecer Bolos no estaba teniendo una noche muy tranquila, de mucho reposo, digamos.
-¡Parecía una tremenda pesadilla, Zungaar, te lo prometo!- exclamó Bolos a la primera luz de la mañana siguiente. -De entrada pensé que se trataba un mal sueño, que había dormido en una postura incómoda, pero cuando desperté seguí sintiendo muy caliente y dolorido mi polo norte- continuó quejándose, y se inclinó un poco para que su compañero viera.
-Cuando más a gusto estaba empecé a sentir algo muy extraño acá arriba; primero mucha comezón y luego como un cosquilleo muy intenso, por dentro de mi corteza- explicaba un tanto alarmado Bolos. -Al final escuché un tronido muy leve y de inmediato la parte de arriba se me puso muy caliente y sudorosa.
Apenas lo revisó, Zungaar supo qué había sucedido; -resulta, muchacho, que el volcán que tienes en la parte de arriba ha erupcionado esta noche. Nada de qué alarmarse por...-
-¿Nada de qué alarmarse?- interrumpió atropelladamente el diagnóstico, -¿Nada de qué alarmarse? Por todos los cielos, Zungaar, tengo un volcán estallando en mi polo norte ¿y me dices que no me alarmé?-continuaba la queja de Bolos y su amigo, impasible esperaba a que le pasara el susto. Con mucha paciencia Zungaar le explicó al quejumbroso que la mayoría de los planetas tiene volcanes, unos chicos otros grandes, y que cualquier día, sin avisar: ¡Pum!, les explotan. -Nada del otro mundo, Bolos-, intentaba tranquilizarlo. Así estuvieron buena parte de la mañana: uno lloriqueando asustado y otro que tratando de explicar lo sucedido, hasta se daba un tiempo para la broma.
-Deberías estar contento, mi querido Bolos, pues, aunque de mala manera, te has enterado que no eres una naranja flotante; que lo que tenías en el polo no era un rabillo, sino una montaña a punto de estallar- se burlaba Zungaar, divertido.
Pasado el trance, con su chichón superior ahora un poco más grande y resignado ya a cargar por siempre con ese volcán tornadizo sobre sí, pero aún dolorido y desconcertado, Bolos decidió quedarse en casa ese día y posponer para el siguiente las exploraciones en el laberinto. Además quería cerciorarse de algo que vio durante la madrugada en el cielo raso de la cueva gracias a la luz producida por la erupción, y que lo mantuvo intrigado todo ese rato y no dijo nada a Zungaar para evitar más burlas. Antes de comentarle nada quería estar seguro que las inscripciones que observó no eran producto de un sueño o una alucinación por la fiebre que le provocó la explosión de su volcán. Sin embargo la oscuridad total de la cueva impidió que Bolos pudiera ver algo.
-¿Nada de qué alarmarse?- interrumpió atropelladamente el diagnóstico, -¿Nada de qué alarmarse? Por todos los cielos, Zungaar, tengo un volcán estallando en mi polo norte ¿y me dices que no me alarmé?-continuaba la queja de Bolos y su amigo, impasible esperaba a que le pasara el susto. Con mucha paciencia Zungaar le explicó al quejumbroso que la mayoría de los planetas tiene volcanes, unos chicos otros grandes, y que cualquier día, sin avisar: ¡Pum!, les explotan. -Nada del otro mundo, Bolos-, intentaba tranquilizarlo. Así estuvieron buena parte de la mañana: uno lloriqueando asustado y otro que tratando de explicar lo sucedido, hasta se daba un tiempo para la broma.
-Deberías estar contento, mi querido Bolos, pues, aunque de mala manera, te has enterado que no eres una naranja flotante; que lo que tenías en el polo no era un rabillo, sino una montaña a punto de estallar- se burlaba Zungaar, divertido.
-Ni hablar, voy a tener que preguntar al burlón-, se dijo Bolos, -y espero que no me tome por loco.
-Zungaar, anoche, cuando el volcán estaba en plena actividad- se atrevió a comentarlo por fin con su amigo, -iluminó el techo del refugió y pude ver algunas inscripciones extrañas. ¿Sabes tú algo al respecto?- le preguntó
-Nop -respondió Zungaar, -pero lo que sí recuerdo es que Druma, el explorador perdido, pasaba muchos ratos en esa parte de la cueva y nunca me dijo qué era lo que hacía ahí. Y además-, continuó, -yo nunca sentí curiosidad por saberlo.
-Lo cierto es que sin una luz externa no podremos ver nada-, concluyó Bolos, -a menos que la bengala que tengo enterrada en mi polo norte se encienda de nuevo, pero supongo que no será pronto.
-Una solución posible es traer hasta acá una nano-esfera chispeante-, sugirió Zungaar, -al fin que abundan en el anillo de asteroides, pero son muy inestables y escurridizas, por lo que no será sencillo hacerlo-, explicó. A continuación dio una cátedra no solicitada sobre estos diminutos cuerpos celestes que Bolos no entendió del todo, pero eso sí, que escuchó atenta y cortésmente. El resto del día lo pasaron trazando el plan para llevar a una nano-esfera a la cueva y poder ver los extraños signos inscritos en su techo, y saber si eran pistas útiles para encontrar la elusiva puerta de salida del Laberinto de las Rocas Silenciosas.
continúa...
-Zungaar, anoche, cuando el volcán estaba en plena actividad- se atrevió a comentarlo por fin con su amigo, -iluminó el techo del refugió y pude ver algunas inscripciones extrañas. ¿Sabes tú algo al respecto?- le preguntó
-Nop -respondió Zungaar, -pero lo que sí recuerdo es que Druma, el explorador perdido, pasaba muchos ratos en esa parte de la cueva y nunca me dijo qué era lo que hacía ahí. Y además-, continuó, -yo nunca sentí curiosidad por saberlo.
-Lo cierto es que sin una luz externa no podremos ver nada-, concluyó Bolos, -a menos que la bengala que tengo enterrada en mi polo norte se encienda de nuevo, pero supongo que no será pronto.
-Una solución posible es traer hasta acá una nano-esfera chispeante-, sugirió Zungaar, -al fin que abundan en el anillo de asteroides, pero son muy inestables y escurridizas, por lo que no será sencillo hacerlo-, explicó. A continuación dio una cátedra no solicitada sobre estos diminutos cuerpos celestes que Bolos no entendió del todo, pero eso sí, que escuchó atenta y cortésmente. El resto del día lo pasaron trazando el plan para llevar a una nano-esfera a la cueva y poder ver los extraños signos inscritos en su techo, y saber si eran pistas útiles para encontrar la elusiva puerta de salida del Laberinto de las Rocas Silenciosas.
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