Xavier Q Farfán
En el diálogo inicial de los planetas había uno, Bolos, que no estaba de acuerdo en nada y decidió marcharse, así nomás, a rodar por su cuenta. Aturdidos como estaban luego de su nacimiento tan explosivo y caótico, los otros planetas no prestaron mucha atención al desertor y ninguno intentó detenerlo. Sólo muchos años después tendrían alguna noticia del pequeño rebelde.
En esa porción del cielo que les habían asignado estaban Helio, Marte, Plutón, Saturno, Tierra, Júpiter, Mercurio, Venus, Urano, Neptuno y, sin Bolos -que como ya se mencionó, eligió irse- iniciaron su primera reunión para organizar un sistema planetario; ese era su propósito inmediato y vieron pertinente elegir a un líder como primera acción. Todos voltearon a ver a Helio, que por su exuberancia y tamaño estaba llamado a dirigirlos; era, pues, el guía natural de los planetas. No fueron necesarios muchos argumentos para convencer al gigantón amarillo de encabezar la legión planetaria y en una suerte de impronta astral todos empezaron a girar en torno suyo. En esa primera danza concéntrica, aún cercana, los astros fueron acordando sus funciones, sus posiciones, su velocidad; en fin, todo lo que le tocaba a cada quien para que el plan fuera muy exitoso y perdurable.
Por su parte, Bolos se alejaba cada vez más; no tenía ninguna idea a dónde iba ni de dónde venía, pero estas cuestiones no le importaban mucho: su deseo era ser un tipo aventurero y conocer todo el universo que apenas se estaba organizando. Frente a él había muchos caminos para recorrer y muchos lugares extraños para descubrir, sin embargo la inmensidad sideral que sus ojos no alcanzaban a cubrir, por un momento lo amedrentó y dudó de su arriesgada empresa; sintió ganas de regresar con sus primeros compañeros y giró sobre sus espaldas. Al contemplar a lo lejos el sitio de donde venía y ver a Helio intentar sincronizar aquella majestuosa orquesta cósmica, Bolos pensó seriamente en renunciar a sus andanzas fantásticas.
Estaba listo para emprender el camino de regreso, a la seguridad de su sistema planetario; con los suyos, con quienes había llegado a este lugar desconocido pero maravilloso. Sabía que junto al grupo habría pocas cosas de qué preocuparse o asustarse, que con la protección magnífica de Helio los peligros serían mínimos. Sin embargo la perspectiva de una vida tan disciplinada como un círculo, o para decirlo mejor, como una elipse, no acababa de convencerlo. Ademas someterse a las indicaciones de Helio no empataba con su espíritu emancipado.
- Ese gigantón se siente un Sol, hasta acá oigo sus órdenes!- exclamó Bolos, y decidió en ese momento no regresar y emprender, ahora sí, las aventuras más increíbles conocidas hasta ahora. Por cierto que desde este desplante levantisco del pequeño Bolos, Helio empezó a ser llamado también el Sol.
Así fue como Bolos, el planeta rebelde, inició los viajes más fascinantes a través del universo.
Estaba listo para emprender el camino de regreso, a la seguridad de su sistema planetario; con los suyos, con quienes había llegado a este lugar desconocido pero maravilloso. Sabía que junto al grupo habría pocas cosas de qué preocuparse o asustarse, que con la protección magnífica de Helio los peligros serían mínimos. Sin embargo la perspectiva de una vida tan disciplinada como un círculo, o para decirlo mejor, como una elipse, no acababa de convencerlo. Ademas someterse a las indicaciones de Helio no empataba con su espíritu emancipado.
- Ese gigantón se siente un Sol, hasta acá oigo sus órdenes!- exclamó Bolos, y decidió en ese momento no regresar y emprender, ahora sí, las aventuras más increíbles conocidas hasta ahora. Por cierto que desde este desplante levantisco del pequeño Bolos, Helio empezó a ser llamado también el Sol.
Así fue como Bolos, el planeta rebelde, inició los viajes más fascinantes a través del universo.
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