martes, 22 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Segunda parte.

   -¡Despierta, pequeño holgazán aventurero!- gritoneó Zungaar, y Bolos, agotado por la jornada tan intensa del día anterior apenas podía abrir los ojos.
-¡Animo, muchacho!, que he tenido una noche espléndida y mi memoria está tan fresca como el primer día. Recuerdo vivamente todo lo que hizo el explorador aquel para escapar del Laberinto, No cabe duda que mi memoria eidética aún es prodigiosa-, alardeaba girando en torno a su amigo medio dormido.
-Demos un paseo entre las rocas para explicarte todo- lo invitó 

    El optimismo desbordante de su amigo, hizo que Bolos se despertara del todo y con energía renovada lo acompañó a la salida de la cueva para recorrer el anillo de asteroides, que visto después del descanso, no era tan tenebroso como le pareció la noche previa.

   Empezaron el paseo por la Región Gris, en la que las rocas eran de una tonalidad plomiza y de formas muy similares, que con un poco de imaginación asemejaban descomunales cacahuates parados. Los amigos se desplazaban por entre ellas sin ningún problema, mirándolas de cercas y en algunos casos rozándolas; eran enormes, casi al doble del tamaño de Bolos. Mucho rato pasaron revisando los meteoros en busca de alguna peculiaridad, de algo que pudiera darles una pista de como encontrar la salida, pero no notaron nada relevante en esa Zona, excepto que una de las piedras tenía un enorme hueco en la parte inferior por el que fácilmente podían cruzar; anotaron este dato sin importancia aparente y se dirigieron hacia las rocas blancas, las que parecían de mármol.

-El explorador perdido-, comentó Zungaar mientras avanzaban-, Druma, que así se llamaba, pasó mucho tiempo cartografiando el laberinto. Pudo hacer un mapa aproximado y también calculó el tiempo preciso que las rocas tardaban en rodear al centro del anillo- siguíó explicando. -Daba mucha importancia a la región de las rocas blancas, hacia donde vamos, pues suponía que ahí estaba la clave de todo.

   Mientras escuchaba atentamente la disertación de Zungaar,  Bolos notó que curiosamente ya no sentía aquella urgencia inicial por salir del Anillo de Asteroides para continuar su excursión sideral y asumió que el atorón presente era parte de ella. Recordó lo dicho por su amigo respecto al tiempo espacial, que transcurría a una velocidad demencial y por tanto tener prisa era, necesariamente, un contrasentido. Este pensamiento lo hizo sentir reconfortado y atizó nuevos brios en su afán de resolver el acertijo del laberinto. -"Serenidad y paciencia no es indolencia"- parafraseó a Zungaar.

   Cuando llegaron al sitio donde rotaban las rocas blancas y verlas de cercas, el chico anaranjado quedó atónito: ¡Eran apenas una docena! y de lejos parecían muchísimas más, como cien o doscientas. Perplejo miró a su compañero, que esperando la reacción de aquel, ya tenía preparada la explicación -o lo que parecía una explicación-.
-Resulta que por algún efecto óptico generado por la fuerza electromagnética de las piedras, y que se irradia hacia las que no son blancas, de lejos da la impresión de que son muchas, pero cuando te acercas el efecto se va difuminando, como un espejismo en los planetas desérticos- explicaba Zungaar, con aires de erudito espacial. Y claro que Bolos no entendió nada, pero poco importaba, pues mientras escuchaba la perorata científica, se dio cuenta que algunos de los asteroides blancos no existían, ¡que eran sencillamente un reflejo holográfico de las genuinas! Maravillado por este descubrimiento, que seguramente le sería muy útil para dar con la salida del laberinto, lo contó de inmediato a su compañero, quien para colmo del optimismo, recién había recordado otro dato importante que le escuchó a Druma, el explorador perdido.

-Excelente observación, Bolos. Yo no lo había notado- le dijo Zungaar. -Y ahora que mencionas lo de los hologramas, recuerdo que Druma mencionó una "triada" que era imprescindible para llegar a la salida: espejo, cometa y puerta. Pero regresemos al refugio porque se hace tarde, ¿te parece? y ahí sacamos las conclusiones de todo lo que hemos encontrada durante el día.

   En el caminó de regreso Bolos, soltó una pregunta que le daba cosquillas desde temprano, cuando Zungaar lo despertó a punta de grito, pero que no se atrevía a hacer por temor a un discurso soporífero.
-Oye Zungaar, ¿qué es la memoria eidética?- preguntó por fin.
-Es como la memoria fotográfica. Quienes tenemos esta habilidad recordamos imágenes, datos, en fin cualquier cosa, con un nivel de detalle asombroso, sólo con el hecho de verlos, aún sin prestar mucha atención, bla-bla-bla- fanfarroneó el anfitrión de Bolos.

continúa...


 


  

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