domingo, 20 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán


Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Primera parte.

   Antes de emprender su camino sin vuelta, miró por última vez su casa, aquel sistema solar acogedor y seguro al que había renunciado. Aunque no lo admitía, Bolos, el planeta rebelde, sintió un poco de nostalgia y, por qué no, miedo, pero pudo más su convicción aventurera. Su destino era, pues, viajar hasta los más recónditos lugares del universo, explorar mundos nuevos, bordear espeluznantes tormentas estelares, conocer los misteriosos agujeros negros y desafiar a las galaxias más hostiles. Y lentamente empezó a alejarse. 

   Frente a él todo era novedoso, lleno de misterios y con la resolución de un conquistador formidable emprendió la marcha a paso veloz. El primer rumbo que eligió era luminoso, de un color azul muy claro que dejaba ver, a lo lejos, decenas de estrellas que, a pesar de la claridad reinante, brillaban intensamente con unos cambios de color espectaculares. Hacia el otro lado Bolos observó colosales galaxias en formación, algunas que con explosiones internas generaban las más alucinantes y caprichosas figuras, y otras que se expandían a tamaños irreales para luego contraerse repentinamente en medio de un estruendo lejano, pero aún así escandaloso.
-Esto es increíble! Es una pena que mis amigos del sistema solar no lo vean- decía para sí el pequeño aventurero, mientras avanzaba cada vez más, ya sin temor alguno y muy contento de haber dejado su casa original.

   Bolos, que como ya sabemos tiene un carácter independiente y emprendedor; comparado con sus primeros compañeros, es de tamaño es más bien pequeño, no tanto como Plutón, y su forma es casi redonda, excepto por un ligero achatamiento en su polo sur y su color lo hace parecer una enorme naranja. Aunque no tan brillante como la fruta, también acusa, a simple vista, una superficie ligeramente porosa pero no accidentada ni abrupta. Curiosamente en la parte superior, o norte, tiene una pequeña protuberancia producto de un volcán que asemeja el rabillo de una naranja. Así pues, nadie hubiera objetado que Bolos se llamara Naranjin, o Naranjón; incluso sus excompañeros lo empezaban a llamar el Temblor Anaranjado, pero su salida repentina impidió que el apodo prosperara. Así es, a grandes rasgos, nuestro planeta rebelde, Bolos, que rebosante de optimismo, continuaba su travesía celeste.

   Las maravillas que su primera jornada le ofrecía no acababan y ya entrada la tarde, cuando el brillo de las estrellas se hizo más intenso y los efectos luminosos de todas las constelaciones y galaxias eran aún más fastuosos, Bolos empezó a sentir algo así como una lluvia apenas perceptible. No era agua, lo notó de inmediato, sino algo parecido a una arena que lo golpeaba muy suavemente, arriba y abajo. Entre intrigado y y temeroso siguió su camino  mientras que el chipi-chipi de arena aumentaba de intensidad y tamaño. Ahora sí de veras preocupado, el pequeño trotamundos decidió refugiarse en el recoveco de una roca enorme que flotaba, perdida, en las proximidades. Lentamente los granos de arena fueron pasando frente al escondrijo de Bolos; parecía un desfile interminable de piedras formadas por estatura. Cada vez eran más grandes, tanto que algunas duplicaban el tamaño del vago anaranjado y se desplazaban con una precisión militar. Había rocas de todas las formas imaginables pero casi todas eran negras y unas pocas blancas, como de mármol. Aún en medio de su desconcierto, con tintes ya de pánico, Bolos pudo imaginar un juego de ajedrez sin tablero volando frente a él en perfecta sincronía.
-¿Estás asustado, amigo?- retumbó una voz a sus espaldas y Bolos, del susto, dio tal brinco que se golpeó violentamente en el techo de la cavidad y a toda la velocidad que su adrenalina le permitía, escapó de la cueva.
-No temas muchacho- se escuchó de nuevo la voz misteriosa y el pequeño anaranjado detuvo su huída.
-¿Quién eres y por qué estás en mi escondite?- preguntó Bolos tímidamente.
-Soy Zungaar y para tu conocimiento, esta cueva no es tu escondite, es mi casa; y aunque entraste sin avisar eres muy bienvenido. ¿Cómo te llamas?
-Soy Bolos, del Sistema Solar-, contestó solemnemente
-Excelente, Bolos, ¿Y se puede saber qué haces tan lejos de casa? ¿Eres un fugitivo, o de plano te corrieron?
Con un dejo de arrogancia, el aventurero repuso:
-Ni fugitivo ni corrido. Salí porque me gustaría explorar el universo entero, y, además, yo no nací para estar dándole vueltas eternamente al Sol, que por cierto es un tipo muy mandón.

   La charla entre Bolos y Zungaar continuó el resto de la tarde y al final parecían viejos amigos que se contaban todo: desde sus historias más personales, sus recuerdos más tristes o felices, sus andanzas prodigiosas, hasta los más alocados proyectos. Mientras, afuera de la guarida las enormes rocas silenciosas continuaban su paso interminable y nuestro amigo, ya inquieto, esperaba ver desfilar las últimas para emprender nuevamente la marcha en busca de su destino fantástico. Sin embargo la situación no cambiaba y Bolos, que aunque no quería parecer un novato ignorante, finalmente preguntó a Zunggar dónde estaban exactamente.
-Estamos en el Anillo de Asteroides, conocido como el Laberinto de las Rocas Silenciosas. Es una antigua región de la nebulosa protosolar que quedó fuera de la fuerza gravitacional de cualquier sistema, por tanto su campo electromagnético es, si vale decirlo, autónomo. Esto impide que cualquier objeto que entre aquí pueda salir jamás- contestó Zungaar en tono sabiondo.
-¿Jamás?- inquirió Bolos muy alarmado. -¡No puede ser, yo debo regresar a mi ruta! ¡Debe haber algún modo de salir del laberinto! ¿Y tú, Zungaar, nunca has intentado escapar?

   En el umbral de la caverna, con la mirada perdida en el mar de rocas silentes que pasaba frente a él, Zungaar permaneció callado mucho rato. Ocasionalmente miraba por el rabillo del ojo a su nuevo amigo, que presa de la zozobra esperaba una respuesta. Se alargaba el silencio y también la angustia de Bolos. Parecía que el dueño de la cueva buscaba entre sus recuerdos una respuesta adecuada, que nunca no aparecía. El pensamiento de Zungaar se concentró entonces en una época que llegó al Anillo un explorador y que como Bolos, también quedó atrapado en el Laberinto. En un agotador ejercicio de memoria intentaba recordar qué había sucedido con él, pero los recuerdos no llegaban. Finalmente miró directamente al anaranjado y le dijo:
-¿No te parecen muchas preguntas a la vez?- y continuó: -Antes de contestarte permite que te diga unas cositas.
-Tu prisa por vivir es normal pero conviene que te tomes ciertos momentos de reposo para meditar las cosas, al menos una vez diaria; esto permitirá examinar tus actos pasados y mejorar los futuros. Además este ejercicio, sencillo como ves, te cargará de la energía necesaria para lograr las más grandes hazañas. También es muy bueno que preguntes todo lo que no comprendas, pues créelo, tus recursos y conocimientos nunca bastarán para cumplir tus metas, por más encomiables que parezcan. Hoy, por ejemplo, preguntaste dónde diantres estabas, porque evidentemente no lo sabías, pero dudaste un buen rato antes de hacerlo, ¿Cierto? Por otra parte, en el espacio las cosas suceden vertiginosamente, incluso el tiempo. Verás: aparentemente tú llegaste acá esta tarde como un trotamundos principiante, sin experiencia de la vida; sin embargo mañana por la mañana serás un consumado viajero estelar. Por lo tanto cualquier prisa o arrebato no tienen sentido y sólo serán esfuerzos inútiles y tiempo perdido. Es extraño pero así pasa.

-Ahora trataré de responder a tus preguntas, mi querido amigo- remató Zungaar en tono amable.

-Nunca he intentado salir del Anillo, porque aquí es mi casa. No recuerdo -prosiguió- cuándo ni cómo llegué y como ya conozco buena parte del universo para mí eso es suficiente. Ya no quiero más aventuras intergalácticas, y como ves, aquí estoy muy a gusto, acompañado de estas enormes rocas calladas que nunca se detienen. Creo que hasta aprecio les he tomado -confesó.

-Respecto a cómo salir de aquí-, continuó Zungaar ante la mirada ansiosa de Bolos, -entiendo que no hay manera de superar la fuerza centrípeta del anillo; sin embargo, alguna vez un explorar bisoño, como tú, entró accidentalmente en el laberinto y pasó mucho tiempo intentando salir. Hizo muchas investigaciones y pruebas; incluso recurrió a estrambóticos conjuros, que según él eran muy efectivos en su galaxia...- en este punto Zungaar parecía muy divertido con su relato, pero Bolos, presa del desespero, lo interrumpió:
-¿Y el tipo pudo salir?, por favor dime si lo logró...
-Supongo que sí, pues un buen día desapareció entre las rocas blancas, las de mármol. Nunca lo volví a ver. Al parecer sus trucos extraños dieron resultados- recordaba Zungaar, y su rostro se tornó un tanto sombrío para continuar:
-Sin embargo bien pudo quedar atrapado en la Zona Plana, o en otras regiones opacas del universo. ¿cómo saberlo?- se preguntó seriamente.

   Era muy tarde y Zungaar dio por terminada la charla; le sugirió al anaranjado que descansaran unas horas y le prometió que al día siguiente, muy temprano, le iba a pasar toda la información disponible acerca de las investigaciones que aquel explorador bisoño que un buen día desapareció del laberinto, había realizado.
continúa...
 

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