miércoles, 30 de diciembre de 2015

Bolos, el planeta rebelde

Xavier Q Farfán

Capítulo 1. Bolos en El Laberinto de las Rocas Silenciosas. Parte sexta final.

   En esa parte del universo en que Bolos y Zungaar permanecían atrapados, el amanecer era una pasmosa exhibición de colores y luces. Hacia los lados del anillo de asteroides, el cielo se inundaba con una tonalidad amarilla muy viva salpicada de destellos lejanos anaranjados y púrpuras, producto de caprichosos incendios de material gaseoso. Al avanzar el día los efectos ópticos del alba, ya un poco diluídos en el azul total de la bóveda celeste se extinguían lentamente con una última exhibición de fuegos de artificio muy llamativa. Y esto era todos los días.
-Bien podría quedarme aquí una vida admirando este paisaje increíble- confesó Bolos a su amigo, mientras se alejaban del refugio dispuestos a ejecutar el inaudito plan de atrapar una Nano-esfera chispeante y no tardaron mucho en divisar una que se dirigía hacia el campo de las rocas grises. Muy agitado, el anaranjado le pidió a Zungaar que hiciera rápido los cálculos necesarios mientras él se ponía en el camino del pequeño meteoro iluminado.
-Lo estoy haciendo lo más veloz que puedo, Bolos-, replicó mientras deducía la posición e inclinación exactas requeridas para un impacto exitoso.
-¡Baja 3 múes y gira un grado frente a ti!- le urgió Zungaar. Bolos así lo hizo y la Nano-esfera rebotó a la derecha de su hemisferio sur. Con mucha expectación los exploradores siguieron la nueva dirección de la luz volante y a la distancia les pareció que iba directo hacia a la cueva, pero pegó a unos 5 múes de la entrada.
-Estuvimos muy cercas amigo, sigamos intentando-, exclamó Bolos muy emocionado. En espera de otra Nano-esfera, Zungaar hacía correcciones en sus cuentas para tener mejor puntería en el próximo intento. Cuando vieron aproximarse a la siguiente, Bolos se acomodó rápido en el trayecto y esperaba indicaciones del matemático, que llegaron pronto.
-¡Giro a la derecha de 5 grados... desplazamiento hacia atrás de 1 múe! (el múe era una medida de longitud inventada por el par trotamundos para hacer más certeros los ensayos).
-¡Bingo!-, gritó Bolos desde donde estaba cuando vio entrar a la bola de luz y presuroso, sin esperar a Zungaar, voló hasta el refugio y fue entonces que pudo ver los jeroglíficos dejados por Druma en el techo. Por su parte la Nano-esfera seguía en su loca carrera dentro de la cueva dando rebotes y rebotes hasta que llegó Zungaar y se quedó en la entrada, tapándola, para evitar que luego de un choque adecuado pudiera ir en dirección a la salida.
   Luego de un buen rato, los planetas intercambiaron posiciones para que ahora Zungaar pudiera estudiar las inscripciones y continuaron así hasta que ambos estuvieron de acuerdo en la interpretación del mensaje cifrado de Druma, el explorador perdido. Cuando dejaron libre la entrada de la caverna, la Nano-esfera no tardó mucho en dar el rebote de salida.
-Muy bien, mi querido Bolos-, dijo el planeta sabio a Bolos, -parece que ahora sí tenemos la clave de escape del laberinto. Lo que decía Druma de la "triada" espejo-cometa-puerta cobra sentido con la lectura de las inscripciones- explicaba Zungaar muy entusiasmado.

   En resumen, los pictogramas indicaban que durante el paso del segundo cometa, Milo, su fuerza gravitacional neutralizaba a la centrípeta del anillo y los asteroides quedaban libres de cualquier atracción, pero que no se movían de su posición habitual en virtud de la inercia. En se lapso de tiempo -el paso del cometa por la zona- Druma desplazó fácilmente aquella roca gris en forma de cacahuate parado con un orificio gigante en su parte inferior, hasta el centro de las rocas blancas, las de mármol. Ahí, gracias a los extraños efectos holográficos, el hueco de la piedra se iluminaba con una flourescencia inexplicable, y proyectaba una imagen de espejo a un meteoro adyacente. Por ahí, a través de la puerta virtual esbozada en la roca, salió Druma de su cautiverio, concluyeron los amigos planetas.
-Más claro que el agua no se puede, Bolos-, afirmaba Zungaar con mucha petulancia. -Ahora sólo falta la prueba final, la del ácido, cuando tú intentes salir por ahí- y su semblante se puso serio de pronto por el temor a que el muchacho quedara atrapado en la Zona Plana luego de trasponer la puerta.

   La fiesta por el éxito del experimento muy pronto se disolvió en el lago de la incertidumbre que era copiosamente abastecido por dos o tres ríos. Por un lado estaba la preocupación genuina de Zungaar por la suerte de su amigo luego de cruzar la puerta virtual, pues había escuchado en la Zona Plana no lo pasa uno muy bien; y por el otro, la de Bolos, que sentía mucho temor de separarse de su amigo tan apreciado, además de un entendible desasosiego por lo que vendría al salir del Laberinto de las Rocas Silenciosas. Pero no quedaba mucho tiempo para las vacilaciones, pues el paso de los cometas era inminente y los amigos planetas, ahora mucho más amigos, tuvieron que posponer sus inquietudes,

-Es menester hacer un simulacro para estar seguros que no faltará nada a la hora decisiva- planteó Zungaar, que era un tipo muy previsor y juicioso. -Pensemos la estrategia para aprovechar muy bien el paso de Milo que es de apenas unos minutos- propuso. Y así lo hicieron durante el rato que les quedaba de luz natural. El cometa, según las estimaciones del planeta sapiente, pasaría por el anillo de asteroides a la mitad del día siguiente por lo que no había mucho tiempo que perder.

   Esa noche, por más esfuerzos que hacían, ninguno de los astros vagabundos pudo dormir bien; sin embargo a la mañana siguiente, muy temprano, realizaron un falso de todas las maniobras que más tarde replicarían a la hora buena, cuando el cometa Milo surcara el cielo del Laberinto. Finalmente, al cabo de unas horas el primer cometa, Arthuro, hizo acto de presencia en el firmamento ofreciendo a su paso una fastuosa ostentación de efectos lumínicos que dejó anonadados a los astros; su cauda era enorme y parecía de plata brillantísima. Minutos más tarde apareció Milo, cuyo tamaño y esplendor era menores que Arthuro, pero no impedía que su espectáculo fuera también maravilloso.

-Rápido Bolos, a tu posición- urgió Zungaar, mientras se desplazaba hacia el cacahuate gigante a esperar que quedara libre de cualquier fuerza y poder empujarlo hasta la zona de las rocas blancas, donde Bolos esperaría para entre ambos colocarlo en el centro, donde se proyectaba la imagen de la roca blanca ficticia. Por su parte el cometa avanzaba lentamente y cuando estuvo sobre el anillo los asteroides quedaron libres de cualquier fuerza,  sin embargo seguían su marcha, impertérritos, por la acción de la inercia. Zungaar empujó ligeramente al cacahuate sin peso y lo llevó hasta el sitio indicado donde esperaba Bolos y por fin pudieron colocarlo en medio de los meteoros blancos. Cuando quedó perfectamente posicionado, el efecto espejo esperado se presentó de inmediato y el cacahuate gigante se iluminó repentinamente con flourescencias enceguecedoras, proyectando a través de su agujero un círculo perfecto en la roca blanca contigua.
-¡Esa es la salida, Bolos¡ -exclamó Zungaar -¡Date prisa por que queda poco tiempo del paso del cometa!- apuraba. Y Bolos, muy temeroso no se atrevía a cruzar ese agujero que parecía una pared de gas muy denso e intensamente azul.
-¡Vamos, muchacho, que una nubecita de gas no te detenga¡ ¡Tus sueños te esperan!- lo animaba.

   Bolos ya no escucho la última frase porque apenas toco la puerta de gas azul desapareció por completo del Laberinto de las Rocas Silenciosas.






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