Capitulo II. La Pesadilla de la Zona Plana
Los destellos multicolores emitidos desde el pórtico virtual cesaron de pronto, pero ese zumbido irritante siguió haciendo vibrar todo el anillo de asteroides algunos instantes; daba la impresión que en cualquier momento estallaría todo, pero no pasó nada. El silencio habitual del espacio otra vez se hizo presente y Zungaar, solo de nuevo en el Laberinto de las Rocas Silenciosas, no dejaba de mirar la roca blanca por cuyo orificio su amigo Bolos había desaparecido. Mucho rato permaneció ahí, ensimismado e inmóvil ocasionalmente estremecido por los remezones de la luz vibrante. Imposible saber lo que estaba pensando.
Cuando finalmente el intenso brillo de Milo fue declinando paulatinamente hasta desaparecer del firmamento del anillo, el cansancio y la oscuridad sacaron a Zungaar de sus cavilaciones y flotó de regreso a su guarida. Ya en la seguridad de la cueva, aunque un poco triste por la ausencia del anaranjado, no dejaba de pensar y maravillarse del paso de los cometas. Claro que ya los había visto en ocasiones anteriores, pero jamás les prestó mucha atención y ahora que estuvo tan atento a su paso pudo ver que no se trataba de estrellas nómadas, de brillo propio, sino más bien montones de hielo y otras sustancias que reflejaban intensamente la luz de algún sol cercano. Es increíble, pensaba, cómo un objeto sin luz propia puede brillar tanto en el cielo, al grado de parecer una hermosa estrella con su coma deslumbrante y una cauda de polvo y gas cósmicos que de tan luminosa, parece viva.
Las reflexiones de Zungaar siguieron durante parte de la noche y por supuesto pensaba en Bolos; tenía la preocupación de que en el momento de cruzar la puerta virtual, algo pudo salir mal y en lugar de llegar al espacio abierto, como ambos esperaban, quizás fue abducido por la Zona Plana. Sin embargo no había forma de saberlo y sólo confiaba en que su amigo ya estaba nuevamente recorriendo el universo. Y nostálgico por momentos, deseaba haber acompañado al vagabundo, saber que estaba bien y ser testigo de primera mano de los descubrimientos fantásticos que seguramente lograría.
La Zona Plana es un lugar indefinido del que nadie puede precisar su ubicación ni su tamaño ni nada y solamente los astros que alguna vez estuvieron cautivos ahí, pudieran dar alguna información de lo que vieron y de cómo entraron y al final de cómo salieron, pero hasta la fecha, en todo el espacio conocido nunca se ha sabido de alguno. Ni siquiera Druma que era un consumado planeta aventurero y conocedor de los fenómenos celestes sabía mucho de la ZP, sólo versiones que fue recogiendo a lo largo de sus viajes interestelares. Incluso él, ahora mismo, bien pudiera estar encerrado ahí. ¿Cómo saberlo? Lo que se especulaba era que adentro sólo existía una dimensión y los objetos por grandes que fueran se transformaban en algo así como discos con un solo plano muy delgado y que vagaban por siempre, a veces adheridos al muro invisible de la Zona, a veces sueltos por ahí, sin dirección ni propósito.
También se decía que los astros aherrojados en la Zona, podían mirar hacia el exterior a través de sus muros invisibles pero infranqueables y hasta gritar, si querían, pero sus voces eran devueltas por la pared en forma de ecos muy chirriantes, insoportables, tanto que preferían ni siquiera hablar. Era, si vale la comparación, como estar en una gran pecera esférica inexpugnable y por si fuera poco, invisible para quienes estaban afuera. No había, pues, forma de salir y tampoco de pedir auxilio.
No obstante este destino de cautiverio absoluto sin fin, las leyendas también mencionaban algunas posibilidades, muy remotas e improbables, de escape. Así, por ejemplo, se decía que la Zona Plana no era la única del universo, que otras como ella vagaban fortuitamente en la inmensidad espacial y cuando accidentalmente dos se aproximaban entre sí, la atracción resultante era tal que el choque producía una anti-explosión, o explosión muda, como les dicen. Tan descomunal era la energía producida por el choque de dos zonas planas que por un brevísimo instante se iluminaba, hasta sus confines mismos, todo el universo.
El resultado de la explosión muda, de una potencia tan absurda como silenciosa, era que las zonas planas involucradas desaparecían por completo y que los objetos retenidos eran liberados todavía en forma de discos muy delgados pero que en cualquier momento, así de repente, recobraban su volumen normal. Como si fuera posible más asombro, esta leyenda remataba con la versión de que cuando los astros aplanados retomaban su forma, también, así de repente, se duplicaban a sí mismos y adquirían luz propia, es decir se convertían en estrellas -de las conocidas como gemelas-, en una suerte de mitosis sideral gigantesca. Sin embargo no se debe perder de vista que se trata sólo de una leyenda, que aún con elementos muy reales y resultados muy convincentes no deja de ser eso, una leyenda. Habría entonces que preguntar a los astros liberados, ahora relucientes estrellas, si todo esto es cierto. Sólo falta encontrar uno.
Todas estas divagaciones excéntricas a cerca de la Zona Plana al parecer seguirán siendo sólo eso, porque en algún sitio sin identificar y por lo que se ve, muy lejano, sorpresivamente apareció Bolos, el planeta rebelde y estaba muy atolondrado, tanto que no sabía se subía o bajaba, o si iba o venía. Resulta que cuando apenas tocó la superficie que parecía líquida de la puerta virtual, allá en el Laberinto de las Rocas Silenciosas, fue jalado por una fuerza muy grande y desconocida que lo condujo por algo que parecía una resbaladilla casi vertical muy oscura. En apenas una fracción de segundo la caída adquirió tal velocidad que su masa empezó a contraerse y a aplanarse; sentía que la fricción que enfrentaba le arrancaba partes enormes de su corteza y creyó entonces que la Zona Plana lo había atrapado, pues su forma redonda, de naranja, se había esfumado y ahora era sólo un disco volador muy veloz. De pronto ya no vio ni sintió nada, hasta que así de pronto, también, su cuerpo recobró sus formas normales y Bolos volvió en sí.
Cuando finalmente el intenso brillo de Milo fue declinando paulatinamente hasta desaparecer del firmamento del anillo, el cansancio y la oscuridad sacaron a Zungaar de sus cavilaciones y flotó de regreso a su guarida. Ya en la seguridad de la cueva, aunque un poco triste por la ausencia del anaranjado, no dejaba de pensar y maravillarse del paso de los cometas. Claro que ya los había visto en ocasiones anteriores, pero jamás les prestó mucha atención y ahora que estuvo tan atento a su paso pudo ver que no se trataba de estrellas nómadas, de brillo propio, sino más bien montones de hielo y otras sustancias que reflejaban intensamente la luz de algún sol cercano. Es increíble, pensaba, cómo un objeto sin luz propia puede brillar tanto en el cielo, al grado de parecer una hermosa estrella con su coma deslumbrante y una cauda de polvo y gas cósmicos que de tan luminosa, parece viva.
Las reflexiones de Zungaar siguieron durante parte de la noche y por supuesto pensaba en Bolos; tenía la preocupación de que en el momento de cruzar la puerta virtual, algo pudo salir mal y en lugar de llegar al espacio abierto, como ambos esperaban, quizás fue abducido por la Zona Plana. Sin embargo no había forma de saberlo y sólo confiaba en que su amigo ya estaba nuevamente recorriendo el universo. Y nostálgico por momentos, deseaba haber acompañado al vagabundo, saber que estaba bien y ser testigo de primera mano de los descubrimientos fantásticos que seguramente lograría.
La Zona Plana es un lugar indefinido del que nadie puede precisar su ubicación ni su tamaño ni nada y solamente los astros que alguna vez estuvieron cautivos ahí, pudieran dar alguna información de lo que vieron y de cómo entraron y al final de cómo salieron, pero hasta la fecha, en todo el espacio conocido nunca se ha sabido de alguno. Ni siquiera Druma que era un consumado planeta aventurero y conocedor de los fenómenos celestes sabía mucho de la ZP, sólo versiones que fue recogiendo a lo largo de sus viajes interestelares. Incluso él, ahora mismo, bien pudiera estar encerrado ahí. ¿Cómo saberlo? Lo que se especulaba era que adentro sólo existía una dimensión y los objetos por grandes que fueran se transformaban en algo así como discos con un solo plano muy delgado y que vagaban por siempre, a veces adheridos al muro invisible de la Zona, a veces sueltos por ahí, sin dirección ni propósito.
También se decía que los astros aherrojados en la Zona, podían mirar hacia el exterior a través de sus muros invisibles pero infranqueables y hasta gritar, si querían, pero sus voces eran devueltas por la pared en forma de ecos muy chirriantes, insoportables, tanto que preferían ni siquiera hablar. Era, si vale la comparación, como estar en una gran pecera esférica inexpugnable y por si fuera poco, invisible para quienes estaban afuera. No había, pues, forma de salir y tampoco de pedir auxilio.
No obstante este destino de cautiverio absoluto sin fin, las leyendas también mencionaban algunas posibilidades, muy remotas e improbables, de escape. Así, por ejemplo, se decía que la Zona Plana no era la única del universo, que otras como ella vagaban fortuitamente en la inmensidad espacial y cuando accidentalmente dos se aproximaban entre sí, la atracción resultante era tal que el choque producía una anti-explosión, o explosión muda, como les dicen. Tan descomunal era la energía producida por el choque de dos zonas planas que por un brevísimo instante se iluminaba, hasta sus confines mismos, todo el universo.
El resultado de la explosión muda, de una potencia tan absurda como silenciosa, era que las zonas planas involucradas desaparecían por completo y que los objetos retenidos eran liberados todavía en forma de discos muy delgados pero que en cualquier momento, así de repente, recobraban su volumen normal. Como si fuera posible más asombro, esta leyenda remataba con la versión de que cuando los astros aplanados retomaban su forma, también, así de repente, se duplicaban a sí mismos y adquirían luz propia, es decir se convertían en estrellas -de las conocidas como gemelas-, en una suerte de mitosis sideral gigantesca. Sin embargo no se debe perder de vista que se trata sólo de una leyenda, que aún con elementos muy reales y resultados muy convincentes no deja de ser eso, una leyenda. Habría entonces que preguntar a los astros liberados, ahora relucientes estrellas, si todo esto es cierto. Sólo falta encontrar uno.
Todas estas divagaciones excéntricas a cerca de la Zona Plana al parecer seguirán siendo sólo eso, porque en algún sitio sin identificar y por lo que se ve, muy lejano, sorpresivamente apareció Bolos, el planeta rebelde y estaba muy atolondrado, tanto que no sabía se subía o bajaba, o si iba o venía. Resulta que cuando apenas tocó la superficie que parecía líquida de la puerta virtual, allá en el Laberinto de las Rocas Silenciosas, fue jalado por una fuerza muy grande y desconocida que lo condujo por algo que parecía una resbaladilla casi vertical muy oscura. En apenas una fracción de segundo la caída adquirió tal velocidad que su masa empezó a contraerse y a aplanarse; sentía que la fricción que enfrentaba le arrancaba partes enormes de su corteza y creyó entonces que la Zona Plana lo había atrapado, pues su forma redonda, de naranja, se había esfumado y ahora era sólo un disco volador muy veloz. De pronto ya no vio ni sintió nada, hasta que así de pronto, también, su cuerpo recobró sus formas normales y Bolos volvió en sí.
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