Capítulo III. El dictador lunático Vorcex. Segunda parte.
¡Rayos! Apenas salió de un lío, y ya está planeando meterse en otro. Este planeta tan vago no tiene llenadera. Hace apenas unos minutos era una bola de desconcierto y miedos y ahora quiere conquistar al universo.
Fue lo que pensó la Nano-esfera cuando Bolos le comentó que el paseo le estaba sentado de maravilla, que se sentía lleno de energía y libre de temores.
-Parece que dio resultado el paseíto, lo aproveché para reflexionar y poner en claro mi aspiración más alta, que por cierto sigue siendo la de explorar buena parte del espacio sideral. Sin embargo ahora que conozco un poco más mis debilidades y mis fuerzas, lo haré con sensatez-, siguió diciendo a la pequeña estrella.
-Ahora deberíamos concentrarnos en rescatar a los astros cautivos de Vorcex, ¿no te parece?- sugirió el anaranjado y la esferita, no muy convencida de la iniciativa, sólo atinó a responder:
-Es muy arriesgado, Bolos; ese Vorcex es muy perverso y si nos acercamos demasiado, seguramente nos jalará su fuerza y ya no podremos escapar, ni nosotros, ni las rocas aquellas. Además no sabemos si están de manera voluntaria, así que ¿para que molestarlos?- le reviró la Nano-esfera, desmarcándose un tanto.
Luego de discutir un buen rato, por fin el planeta rebelde consiguió convencerla y se dispusieron a elaborar un plan. Lo primero sería ir a echar un vistazo a los alrededores del sistema malvado para tener una idea de lo que sucede y tratar de saber si los planetas atrapados quieren dejar de orbitar al tirano o si ya se acostumbraron y se quedarán por siempre.
-Que estén acostumbrados no quiere decir que estén felices, ¿o sí?- remató Bolos. Y emprendieron el camino rumbo al territorio del solecito malicioso.
Mientras se acercaban a la zona de Vorcex, Bolos trataba de urdir una salida para los astros tiranizados; recordó entonces algo que le dijo Zungaar alguna vez: en el espacio sideral suceden cosas incomprensibles. -Tan incomprensibles, por ejemplo, como cruzar por el agujero de una roca y aparecer en un sitio lejanísimo y desconocido-, dijo para sí el aventurero. Y enseguida razonó que la solución que ahora necesitaba se iba a presentar, también, de manera sorprendente.
Pronto estuvieron a buena distancia para espiar y no ser absorbidos por la fuerza gravitacional del dictadorzuelo: largo rato estudiaron el movimiento de los astros retenidos y no vieron señales de inconformidad, y la Nano-esfera aprovechó para intentar abortar el plan
-Por lo que se alcanza a ver están muy a gusto cincundando al Vorcex, así que vámonos-, urgió. Bolos por su parte pensaba en la forma de acercarse un poco más y poder hablarles pero era más que imposible. Miró a su compañera, tan frágil aparentemente y se le ocurrió que por su masa pequeña y su velocidad, bien pudiera hacer una aproximación muy rápida sin ser atraída por el pequeño sol. Como no queriendo se lo propuso a la lucecita, quien escandalizada amenazó con abandonarlo.
-¡Claro que no! Antes que eso prefiero cargar un asteroide de hielo y estrellarlo contra el engreído ese. ¡Yo mejor me voy!- profirió. Bolos intentó tranquilizarla sin mucha fortuna, pero la Nano-esfera seguía muy indignada vociferando reclamos.
-¿Qué pasaría si estrellas un asteroide de hielo contra Vorcex?- preguntó súbitamente el explorador.
-¡Qué se yo! ¡Se apagaría o podría perder su fuerza de atracción! ¡Tú eres el de las ideas brillantes!. Mira que pretender sacrificarme para medir la fuerza del bruto aquel. ¡Genio!- fue la respuesta furibunda, y Bolos, sin hacer mucho caso del sarcasmo preguntó de nuevo.
-¿Y dónde encontraremos un asteroide de hielo por acá?
-¡No se! Pudiera haber algunos en el Campo de la Lluvia Plateada, pero no hagas mucho caso de una Nano-esfera que iba a ser entregada al malvado Vorcex- continuaba muy molesta y el anaranjado tuvo que pedir perdón muchas veces.
Después del zipizape, y otra vez tan amigos como siempre Bolos y la Nano-esfera emprendieron el camino a hacia el Campo de la Lluvia Plateada para encontrar un asteroide de hielo más grande que Vorcex. En el trayecto la pequeña luz preguntó a su compañero si de verdad era un planeta errante o sólo una roca perdida en el espacio. Y Bolos, que tenía ya muchos conocimientos sobre el tema le dijo que sí, que era todo un planeta vagabundo.
-No me confundas con los exoplanetas; esos necesariamente tienen que estar ligados a la gravedad de alguna estrella, como sus súbditos. Y aunque se desplazan libremente por ahí, quien marca el rumbo es aquella. No debe ser muy divertido. Yo, en cambio me muevo con toda libertad, y aunque por momentos es muy peligroso, siempre he contado con la ayuda de alguien, cómo tú-, explicó Bolos, que siguió diciendo
-Al principio, cuando apenas estaba en formación el Sistema Solar del que vengo, el plan era que yo me quedara gravitando eternamente para Helio, pero antes de que se formalizara todo decidí salir, pues ese porvenir nunca me agradó. Y según parece hay muchos como yo, astros errantes o interestelares por ahí. Unos fueron expulsados de sus sistemas y otros salimos voluntariamente.
Faltaba mucho para llegar al famoso campo de plata pero la charla y los paisajes tan llamativos por los que pasaban, hicieron menos aburrido el trayecto. Vieron, por ejemplo, cómo el choque de dos estrellas muy lejanas producía los destellos más vivos jamas imaginados: líneas vibrantes azules, rojas, amarillas que se extendían miles de kilómetros y que gradualmente se agotaban. Tan intensas eran que aún después de apagadas, insistían en quedarse plasmadas en la mirada atónita de los viajeros. No obstante que era el espectáculo era rutinario, el asombro de Bolos era tal como el primer día de su aventura, cuando presenció la exhibición más fastuosa de pirotecnia estelar.
-¿Será posible convencer a un gigantón de hielo que nos ayude para liberar a las rocas esclavas?-preguntó el anaranjado y la esfera le respondió que sí, que si le daban unas buenas razones, podría acceder a colaborar.
-Además, en el Campo de la Lluvia Plateada, que ciertamente es muy hermoso, los visitantes se quedan como hipnotizados, nomás mirándolo sin hacer nada. Así que, incluso, le haríamos un favor al asteroide que acceda a auxiliarnos-, explicaba la esfera con optimismo y remató:
-Lo vamos a sacar de su atolondramiento y lo pondremos a hacer algo bueno.
Los meteoros siguieron avanzando hasta que a lo lejos, frente a ellos, empezaron a notar un resplandor apenas perceptible, que a la distancia parecía vivo por los movimientos que hacía: se dilataba y se contraía una y otra vez. Conforme se acercaban la luminosidad del resplandor se intensificaba cada vez.
-Supongo que ese es el Campo de la Lluvia Plateada-, dijo Bolos.
-Ajá-, respondió la Nano-esfera.
continúa...
Pronto estuvieron a buena distancia para espiar y no ser absorbidos por la fuerza gravitacional del dictadorzuelo: largo rato estudiaron el movimiento de los astros retenidos y no vieron señales de inconformidad, y la Nano-esfera aprovechó para intentar abortar el plan
-Por lo que se alcanza a ver están muy a gusto cincundando al Vorcex, así que vámonos-, urgió. Bolos por su parte pensaba en la forma de acercarse un poco más y poder hablarles pero era más que imposible. Miró a su compañera, tan frágil aparentemente y se le ocurrió que por su masa pequeña y su velocidad, bien pudiera hacer una aproximación muy rápida sin ser atraída por el pequeño sol. Como no queriendo se lo propuso a la lucecita, quien escandalizada amenazó con abandonarlo.
-¡Claro que no! Antes que eso prefiero cargar un asteroide de hielo y estrellarlo contra el engreído ese. ¡Yo mejor me voy!- profirió. Bolos intentó tranquilizarla sin mucha fortuna, pero la Nano-esfera seguía muy indignada vociferando reclamos.
-¿Qué pasaría si estrellas un asteroide de hielo contra Vorcex?- preguntó súbitamente el explorador.
-¡Qué se yo! ¡Se apagaría o podría perder su fuerza de atracción! ¡Tú eres el de las ideas brillantes!. Mira que pretender sacrificarme para medir la fuerza del bruto aquel. ¡Genio!- fue la respuesta furibunda, y Bolos, sin hacer mucho caso del sarcasmo preguntó de nuevo.
-¿Y dónde encontraremos un asteroide de hielo por acá?
-¡No se! Pudiera haber algunos en el Campo de la Lluvia Plateada, pero no hagas mucho caso de una Nano-esfera que iba a ser entregada al malvado Vorcex- continuaba muy molesta y el anaranjado tuvo que pedir perdón muchas veces.
Después del zipizape, y otra vez tan amigos como siempre Bolos y la Nano-esfera emprendieron el camino a hacia el Campo de la Lluvia Plateada para encontrar un asteroide de hielo más grande que Vorcex. En el trayecto la pequeña luz preguntó a su compañero si de verdad era un planeta errante o sólo una roca perdida en el espacio. Y Bolos, que tenía ya muchos conocimientos sobre el tema le dijo que sí, que era todo un planeta vagabundo.
-No me confundas con los exoplanetas; esos necesariamente tienen que estar ligados a la gravedad de alguna estrella, como sus súbditos. Y aunque se desplazan libremente por ahí, quien marca el rumbo es aquella. No debe ser muy divertido. Yo, en cambio me muevo con toda libertad, y aunque por momentos es muy peligroso, siempre he contado con la ayuda de alguien, cómo tú-, explicó Bolos, que siguió diciendo
-Al principio, cuando apenas estaba en formación el Sistema Solar del que vengo, el plan era que yo me quedara gravitando eternamente para Helio, pero antes de que se formalizara todo decidí salir, pues ese porvenir nunca me agradó. Y según parece hay muchos como yo, astros errantes o interestelares por ahí. Unos fueron expulsados de sus sistemas y otros salimos voluntariamente.
Faltaba mucho para llegar al famoso campo de plata pero la charla y los paisajes tan llamativos por los que pasaban, hicieron menos aburrido el trayecto. Vieron, por ejemplo, cómo el choque de dos estrellas muy lejanas producía los destellos más vivos jamas imaginados: líneas vibrantes azules, rojas, amarillas que se extendían miles de kilómetros y que gradualmente se agotaban. Tan intensas eran que aún después de apagadas, insistían en quedarse plasmadas en la mirada atónita de los viajeros. No obstante que era el espectáculo era rutinario, el asombro de Bolos era tal como el primer día de su aventura, cuando presenció la exhibición más fastuosa de pirotecnia estelar.
-¿Será posible convencer a un gigantón de hielo que nos ayude para liberar a las rocas esclavas?-preguntó el anaranjado y la esfera le respondió que sí, que si le daban unas buenas razones, podría acceder a colaborar.
-Además, en el Campo de la Lluvia Plateada, que ciertamente es muy hermoso, los visitantes se quedan como hipnotizados, nomás mirándolo sin hacer nada. Así que, incluso, le haríamos un favor al asteroide que acceda a auxiliarnos-, explicaba la esfera con optimismo y remató:
-Lo vamos a sacar de su atolondramiento y lo pondremos a hacer algo bueno.
Los meteoros siguieron avanzando hasta que a lo lejos, frente a ellos, empezaron a notar un resplandor apenas perceptible, que a la distancia parecía vivo por los movimientos que hacía: se dilataba y se contraía una y otra vez. Conforme se acercaban la luminosidad del resplandor se intensificaba cada vez.
-Supongo que ese es el Campo de la Lluvia Plateada-, dijo Bolos.
-Ajá-, respondió la Nano-esfera.
continúa...
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