Capítulo III. El dictador lunático Vórcex. Primera parte.
- ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favoor! ¡Zungaar!-
Desesperado, Bolos no dejaba de gritar mientras giraba alocadamente. Le suplicaba a su amigo que lo ayudara, que la Zona Plana lo estaba jalando, que estaba muy oscuro y muy frío, que tenía miedo; pero Zungaar no respondía. La fuerza que lo tiraba iba en aumento cada vez, lo mismo que su angustia. Ya no le quedaba energía para resistir; sólo esperaba el auxilio de Zungaar o de quien fuera. Era tal su terror que los gritos se le ahogaban antes de salir, quería desgañitarse para que lo escucharan, que vinieran Helio o Druma para rescatarlo. Nadie acudió; el planeta rebelde estaba solo y a punto de ser engullido por la Zona Plana. Finalmente ya no pudo más y su último alarido se fue extinguiendo paulatinamente, mientras se precipitaba en un abismo aterrador totalmente negro. Mientras caía en ese túnel interminable, sintió cómo se iba adormeciendo poco a poco; empezó a escuchar las voces muy lejanas de sus amigos que le pedían que no se fuera. En medio de este delirio perdió el conocimiento.
-¡Amigo, amigo!, ¡despierta!- La Esfera luminosa que estaba tratando de reanimarlo insistía sin éxito; lo rodeaba velozmente una y otra vez gritándole que despertara, que se estaba acercando peligrosamente al temible Vórcex, pero Bolos no reaccionaba. En un esfuerzo final por despabilarlo la pequeña estrella chocaba contra él, al tiempo que le gritaba con todas sus fuerzas. Todo era inútil porque Bolos seguía inconsciente vagando al garate, presa de los extraños vientos espaciales que ahora lo acercaban cada vez más a Vorcex, un pequeño sistema solar que era la pesadilla de todos los que se atrevían a rondar esa parte del cielo.
Desterrado de una galaxia muy lejana por sus constantes conflictos con sistemas solares vecinos, Vórcex se trasladó hasta esta parte del universo, paso frecuente de planetas errantes o exoplanetas que buscan llegar al Campo de Lluvia Plateada, un lugar de belleza extraordinaria, y asentó aquí su pequeño reino de terror. Dicen que tiene una fuerza gravitacional muy poderosa que utiliza malévolamente para atraer a los descuidados y obligarlos a orbitar para él por siempre. Tiene dos astros sin nombre a su servicio, siempre girando en torno suyo y al parecer los tiene esclavizados desde que fue expulsado; inicialmente los convenció que lo acompañaran con la promesa de que juntos, los tres, tendrían espectaculares aventuras por todo el universo, pero una vez fuera los aprisionó con su tremenda fuerza de atracción. Y tenerlos así sólo parece el capricho de un dictador lunático, pues Vórcex no obtiene ningún beneficio práctico de este cautiverio. Sólo le insufla el ego.
Parecía inevitable que Bolos cayera en las garras del maloso; cada vez se acercaba más y para su infortunio el viento espacial arreciaba. Por su parte, a la Esfera luminosa que intentaba reanimarlo se le acababan las ideas, hasta que notó el volcán que el aventurero tenía en su polo norte. A toda prisa se acercó al cráter y sin pensarlo mucho se lanzó hacia adentro como rayo y ahí dio un grito tan retumbante que la corteza de Bolos se cimbró de tal forma que casi se desprende. Por fin el astro desmayado volvió en sí y alertado por la esferita brillante pudo alejarse del peligro.
-Estuvo cerca, amigo-, respiró aliviada la salvadora de Bolos. -Creí que nunca ibas a despertar y que terminarías como esclavo de Vórcex.
Bolos, que aún no sabía bien a bien qué era lo que estaba sucediendo, sólo la miraba fijamente sin poder decir nada y se estremecía cada momento hasta que le pasó el aturdimiento.
-¿Dónde estamos?- por fin pudo decir algo el trotamundos.
-Exactamente no lo sé pero creo que en el Brazo de Orión de la Vía Láctea-, dudó la Esfera.
-Me refiero a este sitio específico, supongo que el Anillo de Asteroides está por aquí.
-¿Anillo? No amigo, en esta parte no hay ninguno. Llevo recorriendo esta zona mucho tiempo y no he sabido nunca acerca de un anillo de asteroides-, aclaraba la pequeña lucecita. -Creo que aún no acabas de despertar y estás alucinando- concluyó.
- No, créeme que no. Acabo de escapar del Laberinto de las Roca Silenciosas, que es como le dicen a una parte de ese anillo-, trataba de explicarle Bolos.
-Estaba ahí con mi amigo Zungaar, y cuando pude cruzar la puerta de salida ya no supe más. -¿Aquí es la Zona Plana?
-¡Qué Zona Plana ni qué nada! ¡Despierta amigo! Sigues delirando- exclamó la Esfera Luminosa.
-Mejor demos un paseo para que te repongas y puedas pensar con claridad. Yo mientras te platico del maniático de Vórcex- remató.
continúa...
-¡Amigo, amigo!, ¡despierta!- La Esfera luminosa que estaba tratando de reanimarlo insistía sin éxito; lo rodeaba velozmente una y otra vez gritándole que despertara, que se estaba acercando peligrosamente al temible Vórcex, pero Bolos no reaccionaba. En un esfuerzo final por despabilarlo la pequeña estrella chocaba contra él, al tiempo que le gritaba con todas sus fuerzas. Todo era inútil porque Bolos seguía inconsciente vagando al garate, presa de los extraños vientos espaciales que ahora lo acercaban cada vez más a Vorcex, un pequeño sistema solar que era la pesadilla de todos los que se atrevían a rondar esa parte del cielo.
Desterrado de una galaxia muy lejana por sus constantes conflictos con sistemas solares vecinos, Vórcex se trasladó hasta esta parte del universo, paso frecuente de planetas errantes o exoplanetas que buscan llegar al Campo de Lluvia Plateada, un lugar de belleza extraordinaria, y asentó aquí su pequeño reino de terror. Dicen que tiene una fuerza gravitacional muy poderosa que utiliza malévolamente para atraer a los descuidados y obligarlos a orbitar para él por siempre. Tiene dos astros sin nombre a su servicio, siempre girando en torno suyo y al parecer los tiene esclavizados desde que fue expulsado; inicialmente los convenció que lo acompañaran con la promesa de que juntos, los tres, tendrían espectaculares aventuras por todo el universo, pero una vez fuera los aprisionó con su tremenda fuerza de atracción. Y tenerlos así sólo parece el capricho de un dictador lunático, pues Vórcex no obtiene ningún beneficio práctico de este cautiverio. Sólo le insufla el ego.
Parecía inevitable que Bolos cayera en las garras del maloso; cada vez se acercaba más y para su infortunio el viento espacial arreciaba. Por su parte, a la Esfera luminosa que intentaba reanimarlo se le acababan las ideas, hasta que notó el volcán que el aventurero tenía en su polo norte. A toda prisa se acercó al cráter y sin pensarlo mucho se lanzó hacia adentro como rayo y ahí dio un grito tan retumbante que la corteza de Bolos se cimbró de tal forma que casi se desprende. Por fin el astro desmayado volvió en sí y alertado por la esferita brillante pudo alejarse del peligro.
-Estuvo cerca, amigo-, respiró aliviada la salvadora de Bolos. -Creí que nunca ibas a despertar y que terminarías como esclavo de Vórcex.
Bolos, que aún no sabía bien a bien qué era lo que estaba sucediendo, sólo la miraba fijamente sin poder decir nada y se estremecía cada momento hasta que le pasó el aturdimiento.
-¿Dónde estamos?- por fin pudo decir algo el trotamundos.
-Exactamente no lo sé pero creo que en el Brazo de Orión de la Vía Láctea-, dudó la Esfera.
-Me refiero a este sitio específico, supongo que el Anillo de Asteroides está por aquí.
-¿Anillo? No amigo, en esta parte no hay ninguno. Llevo recorriendo esta zona mucho tiempo y no he sabido nunca acerca de un anillo de asteroides-, aclaraba la pequeña lucecita. -Creo que aún no acabas de despertar y estás alucinando- concluyó.
- No, créeme que no. Acabo de escapar del Laberinto de las Roca Silenciosas, que es como le dicen a una parte de ese anillo-, trataba de explicarle Bolos.
-Estaba ahí con mi amigo Zungaar, y cuando pude cruzar la puerta de salida ya no supe más. -¿Aquí es la Zona Plana?
-¡Qué Zona Plana ni qué nada! ¡Despierta amigo! Sigues delirando- exclamó la Esfera Luminosa.
-Mejor demos un paseo para que te repongas y puedas pensar con claridad. Yo mientras te platico del maniático de Vórcex- remató.
continúa...
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