sábado, 23 de enero de 2016

La Leyenda de Ricardo el descalzo

Xavier Q Farfán

Crónicas del Sendero de la Gruta. Quinta parte


   La conversación en el despacho del Jerarca se pudo prolongar indefinidamente, pero ambos estábamos cansados de un día muy largo. Tiempo para platicar habrá de sobra, ya lo verá, me dijo antes de despedirme gentilmente, y también me recordó el recorrido por el Sendero que habríamos de emprender al día siguiente. Yo me dispuse a ir a mi dormitorio al fondo de la casona. sin embargo traía untadas en mi pensamiento las palabras de Don Salmón acerca de que en El Leñoso no había gente pobre, entonces decidí salir sólo unos minutos para echar un vistazo y corroborarlo.

   El Sr. Espirigota tenía mucha razón: con una breve y rápida ojeada por los alrededores de la casa de gobierno comprobé que, efectivamente, no había casas ruinosas ni gente pobre. Lo que vi eran viviendas sencillas, bien construídas y limpias, y las pocas personas que andaban en la calle a esa hora no parecían menesterosos, antes bien, su apariencia era aseada y ordenada. Y recordé la sentencia, acertada por lo demás, de mi anfitrión: sólo reparamos lo que no tenemos y en lo que no tienen los demás. Una vez más sentí que el propósito de mi viaje a este singular pueblo se estaba desvirtuando. Debía conservar hasta donde fuera posible la objetividad de mis juicios, pero la simpatía que empezaba a sentir por el lugar y sus habitantes, iba en aumento. Tumbado en la cama al lado de toda la fatiga de mi primera jornada en la villa, me prometí salvaguardar el éxito de mi misión y no dejar que mis ideas prefabricadas la fastidiaran.

   A las siete en punto llamaron a la puerta. Era una de las muchachas que la tarde anterior me habían recibido con una indiferencia muy educada, y ahora su talante era más afable y hasta parlanchín. Me informó que Don Salmón ya estaba en el comedor para almorzar conmigo. Desayunamos rápido, pues según él nos esperaba un día de mucha acción; antes de salir lo acompañé a su oficina para que despachara algunos asuntos propios de su puesto de presidente o de jefe o de jerarca o de líder. Sólo él sabía su posición y yo, por supuesto, tenía planeado preguntarle sobre eso, y sobre el peculiar modo de gobierno del lugar. Pero todo a su debido tiempo, y claro, sin comprometer mi renovada promesa personal de no desviarme de mi tarea profesional que era exclusivamente documentar las leyendas de la región, en particular la de Ricardo el descalzo.

Image result for imagenes de cotorras serranas   Camino al despacho reparé en una gran jaula de latón que estaba entre los macetones de helechos y malvones del pasillo, y que la noche previa no vi, a lo mejor porque estaba tapada. De día es imposible no notarla por el parloteo incesante de las 6 cotorras serranas que la habitan. Con sus inconfundibles copetes de un rojo muy brillante que contrasta con su picos negros, pasan su cautiverio en medio de un intercambio de reclamos escandalosos y breves vuelos frustrados por las rejas. El mandamás del pueblo me explicó que eran de su esposa, y que sólo una vez le insinuó que se verían mejor libres, volando por ahí y su respuesta, dijo, fue suficiente para no volver a tocar el tema. Así, con la cacofonía de las aves como fondo, irritante por momentos, aproveché para dejar en claro mi misión en El Leñoso; con mucho tacto le dije a Espirigota que estaba muy agradecido por tanta deferencia, pero que debía concentrarme en el descalzo. Sin verme y mientras firmaba unos documentos me respondió que no debía preocuparme, que todas las atenciones que estaba recibiendo por parte de él y de todos, las recibían todos los visitantes y que además, en mi caso, podrían ser de mucho valor; conocer nuestras pasiones, nuestros temores, nuestras opiniones, nuestras creencias y nuestros lugares le ayudará sobremanera a redondear su trabajo, añadió. Y luego mencionó algo que me dejó un tanto confundido: la historia de Ricardo el descalzo está muy ligada a la de Mister Andrux y a la de la guerra de las mojoneras, luego entonces se hace indispensable conocerlas todas, y eso lleva algo de tiempo y, amigo Aurelio, tiempo hay de sobra. Y me recordó, de paso, que ellos no necesitaban la promoción de sus leyendas, que nunca la pidieron, pero que tampoco se oponían siempre que fueran contadas con seriedad y respeto. Por eso es muy importante un vínculo más allá de lo profesional, me explicó. Por primera vez el jefe del pueblo mencionó mi nombre, mismo que por el trajín del viaje olvidé referir antes. Me llamo Aurelio Ávila y soy auditor de leyendas.

   Salimos para iniciar nuestro paseo hacia la montaña, a conocer el Sendero de la Gruta y pude ver desde la puerta de la casa de gobierno, con la luz del día, que El Leñoso es muy pintoresco y su trazo es por demás sencillo: al sur, frente a la plaza y la casona se extiende la Alameda, que es la entrada y avenida principal. Al oeste, también frente a la plaza está la iglesia de San Lorenzo y más allá el Río Roto, que discurre entre el pueblo y la Sierra de la Virgen. Al este del zócalo están los edificios públicos como la escuela, el museo y la oficina de correos. Imposible perderse en este lugar pues todas las calles secundarias, angostas y de terracería, atraviesan a la principal. Al norte del pueblo, es decir, a espaldas de la casona, está el camino pegado al río que lleva a la distante Sierra Gruesa.

   Don Salmón me condujo hasta un cobertizo en la parte trasera de la finca para abordar su camioneta, una Ford al parecer 1960 -de esas cuyos faros parecen un antifaz metálico- y nos pusimos en marcha por la callecita entre la presidencia y la iglesia, rumbo al río. En la parte posterior del templo, delimitado por una pequeña barda rematada con herrajes, observé el cementerio local, que luce austero y cuyas lápidas, todas, son verticales y pequeñas, apenas para que figuren nombres y fechas de los muertitos. Al panteón lo divide una pequeña calzada flanqueada por cipreses que termina en el muro de la iglesia. Casi no lo usamos, me comentó el Jerarca mientras detenía el vehículo frente a la entrada. Cuando muere algún vecino, por supuesto que hay dolor, pero es temporal y su familia ocasionalmente viene a visitarlo y le deja algunas flores. Enseguida me dijo que en El Leñoso nos les gustaba el drama, menos el de la muerte, pues no hay forma de evitarla. Llorar y gritar sólo empeora las cosas ¿no cree?, me preguntó.  Y reanudó la marcha para enfilarnos hacia la montañas, que dejaban ver a lo lejos sus cimas escarpadas.

  Aunque de tierra, el camino de un carril hacia el río está en buenas condiciones por el tráfico continuo de los obreros que aún trabajan en las minas y otros lugares cercanos a la sierra, sin embargo es evidente que tuvo mejores tiempos, cuando era una rúa de dos sentidos, a juzgar por el ancho de vía y los vetustos señalamientos que nunca fueron removidos cuando colapsó la mina. Es sinuoso porque rodea los peñascos frecuentes -propios de las cercanías de la montaña-, y a sus costados se extienden los sembradíos de cebolla, de chile, de maíz. También se ven los campos de huamilón, exclusivos de la región según Don Salmón. En este territorio, que va desde la estación del tren de La Pila hasta la Virgen, es muy notoria la transición del semidesierto a la pradera y luego a las zonas boscosas. Son paisajes bonitos de ver y mientras el camión avanzaba Espirigota me exponía didácticamente la historia de la iglesia de San Lorenzo, que recién habíamos pasado.

continúa...

 


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