Xavier Q Farfán.
TERCERA PARTE
El discurso disuasivo de Leonorita -que pronunció en todos los tonos, desde el colérico hasta el conciliador- sirvió para maldita la cosa: Júpiter siguió en su loco afán taurómaco hasta que al cabo de los meses terminó infiltrado en los usos y costumbres de los Mancha Peñapobre. Tanto, que a lo mejor de manera involuntaria, hermanos y padres por momentos parecían alentar la futura carrera del menor. Fili chico, por ejemplo, improvisó unos cuernos de cartón que pegó al manubrio de su bici "para que parezca un toro" y Bernardo consiguió en casa de un amigo una toalla roja para el capote de Jupi, el niño torero.
Los domingos eran de Filiberto el papá, que a cambio de llevar a su familia a la misa de 9, se adueñaba del jardín, hasta donde llevaba una tele para mirar el futbol todo el día. Por los gritos que daba, se pensaría que más que disfrutar, sufría su juego preferido. Hasta Leonorita llegó a sugerirle que se calmara.
- Te va a dar un infarto mi vida, no te enojes tanto; además ni la mamá del árbitro, ni la de los jugadores, te oyen, ¿para qué las ofendes?
- ¡Tú qué vas a saber Leonor, qué no ves que el árbitro es un cabrón vendido! Y para colmo el técnico no tiene la mínima puta idea de lo que está pasando en la cancha. Por Dios, ¿qué no ves?- Y la esposa mejor lo dejaba maldiciendo solo y se iba a la sala a terminar de ver una película.
Sin saber desde cuándo y cómo, Fili grande empezó a alternar sus partidos de futbol con juegos taurinos; con tablas de por ahí, armó algo que parecía una barrera, trajo de la casa un equipo de sonido para poner pasos dobles y darle mayor dramatismo a la mini-corrida, que por supuesto, estelarizaba Júpiter Mancha. Incluso Leonorita, tan reacia, le hizo un chalequito brillante con lentejuelas y de una gorra improvisó una montera. Los hermanos se prestaban para la fiesta empujando el bici-toro y aplaudiendo los lances del joven diestro. Cuando Jupi terminaba cada faena, su hermano Berna, el chistoso de la familia, fingía llorar y gritoneaba:
- ¡Torito, Torito, mataron a mi Torito!
Después de aceptada por todos la vocación del más chico, todo parecía estar bien en el hogar de los Mancha Peñapobre. No había, pues, mayores problemas, salvo los que salpican la vida cotidiana de cualquier familia en cualquier parte. Sin embargo, cuando Júpiter Mancha ingreso a la escuela primaria, su mamá, Leonorita, notó algo que acabó con su habitual calma, y entonces cundió la alarma.
Continua
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