miércoles, 30 de abril de 2014

¡Se les olvido París, mensos!

Xavier Q Farfán.

   No tengo la menor idea de quién o quiénes ponen los nombres a las calles de nuestra Ciudad de Chihuahua. A lo mejor es un funcionario municipal, a lo mejor el Cabildo, a lo mejor el constructor de nuevas colonias, o una combinación de todos. No sé, y la verdad-verdad es que me importa un rábano, pero resulta que en ocasiones no se de quién burlarme, o a quién reclamarle. Y es que aunque finja no verlos, en la nomenclatura de nuestras calles hay detalles que saltan a la vista por lo irracional y grotesco -también hay detalles elegantes y bonitos, por supuesto-.
   Quiero suponer que hay una pauta, al menos algún criterio general que guía esto de poner nombres a las calles, pues no se puede andar ahí por la vida bautizándolas a lo loco, aunque a veces así parezca. Naturalmente que este plan no contempla la opinión de los vecinos de la calle a nominar, porque finalmente ¿a quién le interesa cómo se llama la calle en la que vive? Han de pensar los pone-nombres oficiales que a mí no me da verguenza decir que vivo en la Calle Luis Echeverría, por ejemplo. En fin. Y para no hacerla más de cuento, estimado lector, déjame contarte algunos datos curiosos que nos regalan esas calles benditas de Dios. 
   En la parte vieja, el centro de nuestra hermosa capital, los nombres de las calles no entran en conflicto con nadie, vamos, ni con el buen gusto: Libertad, Juárez, Allende, Independencía, etc. El criterio aplicado fue el histórico y alcanza a los barrios circundantes: Dale, Santa Rosa, Obrera, Cuauhtémoc, San Felipe y demás. También hay otras colonias, en otros rumbos, con nombres de flores, de árboles, de capitales de Estado, de aves, de ciudades, de países (de todos los continentes, claro), de haciendas, de minas, de artistas, de montañas, de ríos, de frutas y verduras, de planetas, de volcanes, de parques, de etnias, de escritores, de escuelas y universidades, de desiertos, de elementos químicos, de piedras preciosas, de dioses, de mares, de razas bobinas, de lagos, de instituciones de gobierno, de mártires, de deportistas, de presas, de santos y un muy largo etcétera.
   En Colinas del Sol, como se sabe, las calles llevan nombres de especies de aves: paloma, golondrina, ruiseñor... Sin embargo hay una que se llama Ave Fénix, así como lo oyes. Parece chistoso, pero este detalle ilustra la ignorancia de quien nombró tal rúa, pues el Ave Fénix como ave, con sus alitas y su piquito, no existe (es una figura mitológica "del tamaño de una águila de tonos rojizos y dorados que consumía el fuego cada 500 años para luego renacer, triunfante, de entre las cenizas") . Como éste, hay muchos casos. Y tristemente también hay casos en los que el criterio utilizado para denominar a las vías fue el "agradecimiento" (servilismo rastrero, dirán algunos): colonias enteras tienen calles con nombres de políticos desprestigiados que ahora no saben cómo cambiarlos. A qué caray. Y desde luego que los nombres horribles no faltan: Mastodonte, Proletarios, Sección 42, Secretaría de Gobernación, etc.
  Pero, a mi corto entender, lo más grave de todo es que los nombra-calles oficiales olvidaron, o desdeñaron, o dejaron para mejor ocasión, a una de las ciudades más espléndidas del planeta: París. No hay calle o colonia en toda la ciudad que lleve su nombre. Es extraño ¿no te parece amigo?, porque incluso la Colonia Mirador nombra a sus calles con las capitales europeas, pero la de Francia no está. Por qué, pues, esta omisión tan fea. Tengo para mí que la idea es esperar a que llegue esa colonia magnífica, de ensueño, en la que su avenida principal se llame obviamente París; las calles secundarias y adyacentes, por extensión, tendrían que llevar nombres como Museo Louvre, Torre Eiffel, Jardín de Tullerías, Champs Elysées, Catedral de Notredame, Montmartre, Versalles, Moulin Ruoge, Río Senna, Puente del Alma (donde murió la princesa malcriada Diana y su novio árabe Dodi), Los Inválidos, Museo D Orsay, Montparnasse.
   Tienes razón, querido lector, se me olvidaba el Arco del Triunfo, imponente puerta que mandó construir Napoleón para festejar que ganó en la Batalla de Austerlitz y cuyo fuego eterno fue apagado por un mexicano borracho con aquella memorable meada de 1998. Namasté

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