lunes, 21 de abril de 2014

Las mujeres del Presidente

Xavier Q Farfán.

PARTE DOS
 
   El presidente López Portillo inició su sexenio casado, con todas las de la ley, con Carmen Romano, mujerona defeña aficionada al piano y a las rolas del grupo Mocedades. Compradora compulsiva de ropa y joyas, la Romano hacía cerrar las tiendas de Estados Unidos a las que entraba, "para comprar a sus anchas". Cuentan por ahí que en los eventos sociales presidenciales de muy altos vuelos pedía a sus invitados dejar sus joyas para luego subastarlas con fines sociales. Algunos le creían, supongo, y otros no, pero igual tenían que hacer su "donativo" y salían de Los Pinos sin relojes ni brazaletes. "Ni hablar, todo sea por quedar bien con la Primera Dama y ayudar a los mexicanos más jodidones" suspiraban. Imagínemos nomás la cara, al final de la tertulia, de los que llegaron radiantes con una invitación suscrita por el mismísimo Presidente, y que se sintieron por un rato tocados por el dedo de Dios. Y es que para una fiesta de ese nivel se sacan las mejores piedras y relojes de diseño: Bulgari, Cartier, Tiffany, Graff, Bucellati. Ni modo, matanga dijo la changa
   Nunca fue un secreto que el marido de Doña Carmen, el flamante Presidente de México, Don Pepe, era contento de su cuerpo y se daba vuelo fuera del nido instalado en la casa presidencial (algunos de sus deslices fueron memorables, y por supuesto que los vamos a recordar más adelante) y no sé si por contagio, o por encabronamiento vengador, su esposa se hizo también contenta de su cuerpo. Por aquella época, a finales de los 70, vino a México un charlatán ilusionista isrealí, el famoso Uri Geller, que doblaba objetos de metal sólo con mirarlos y hacía otras monerías y dejó boquiabierta, y patifloja, a la First Lady. Y hete aquí, dicen las lenguas de dos filos, que la First Lady se enamoró. Muy pronto el mago Geller contaría con su carta de naturalización como mexicano, gracias a la expedita reacción de la SRE, luego de un manotazo femenino. No te rías, lector, esto que te cuento fue neto. Es más, tú y yo debemos estar agradecidos con doña Carmen y su juguete hebreo, pues como el chamaco poseía poderes extraordinarios, Pemex lo contrató para hacer exploraciones mentales de nuevos yacimientos. Ahora sí, atormentado lector, puedes reirte hasta morir si es tú deseo.
   A Chihuahua, la presencia y recuerdo de Doña Carmen Romano de López Portillo llegaron para quedarse hasta el final de los tiempos o hasta que el edificio se caiga. Así es: una escuela primaria que está enfrente de la Deportiva, enseguida del Tec., lleva el nombre de tan egregia dama y, paradójicamente, es de los planteles con mayor demanda y prestigio de la ciudad. Quién lo iba a decir. Finalmente, habrá en dicho parvulario algún niño curioso que quiera saber por qué su escuela se llama como se llama; y para que no tengan que oir la historia verdadera de nuestra heroína, los maestros o papas pueden usar las versiones alternas que este modesto foro propone:
   Pueden explicarles a los niños preguntones que Carmen Romano fue la hermana mayor de Sor Juana Inés, que también escribía redondillas, igual de brillantes, pero que el fulgor de la religiosa le impidió escalar los peldaños tan imprecisos y frágiles de la fama. O bien, digan a los curiosos que era la mamá de un líder sindical muy fregón y a quien los maestros propusieron para que la escuela llevara su nombre, pero que en un arranque de modestia y sano juicio declinó y se optó por el nombre de su progenitora. La ópción final es decirles a los chavitos que Carmen Romano de L.P. era el nombre verdadero de Jeni Rivera, y santo remedio.  Así andarán los alumnos muy contentos estudie y estudie y cantando La Inolvidable. Mejor me callo y me despido; mañana no hay que perderse la parte tercera, con Beatriz Paredes Rangel. Namasté.






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