PRIMER DÏA.
Esta mañana, muy temprano, estaba regando el jardincito de mi casa y vi a una pareja salir de la cochera de un vecino; estaban bien vestidos y compartían una sombrilla. Supuse que eran Testigos y ni modo de meterme corriendo a la casa. Rápido pensé una excusa para evadir la predicación mañanera "gracias por llegar a mi humilde casa, pero saben que estoy por salir a un funeral, qué pena, pero si gustan dejarme sus revistas, más tarde las leo, qué amables"
-Buenos días caballero, ¿nos permitíría su atención un par de segundos? - La manera de pedirlo y la prestancia de la dama no admitían negativas, ninguna en absoluto.
-A sus órdenes-, pude bisbisear, notoriamente amoscado.
-Lo molestamos señor porque sabe que estamos colectando firmas de apoyo en todo el país, para hacer un homenaje a nuestra Clase Política en virtud de todo lo que ha hecho por el bien de los mexicanos.
Amoscado y todo, de pronto sentí ganas de correrlos a patadones de mi propiedad. Ya no me importó la belleza de la mujer ni lo que había planeado hacer con ella. El tipo que la acompañaba notó mi enfado y se apresuró a decir
-Sabemos que parece una muy mala idea, pero debemos recordar que la tarea de gobernar es muy extenuante, sobre todo en México. Se requiere una capacidad de sacrificio, que a veces raya en el martirio. Recuerde usted a todos esos servidores que rara vez pueden ir a su casa para comer, o para dormir. Por ejemplo -siguió diciendo el tipo-, esas sesiones en el Congreso que en ocasiones demoran todo el día y toda la noche y para qué, pues para que los mexicanos tengamos leyes más justas; eso lo hacen los legisladores desinteresadamente. Todos ellos, los de la Clase Política, sin exagerar, se inmolan todos los días al servicio de la Patria. Gobernadores, secretarios, alcaldes, mandos medios, están ahí todos los días, prestos para saber de las necesidades más sentidas de los mexicanos, que tendremos muchos defectos, mister, pero malagradecidos no, nunca, jamás-, finalizó el tipo.
La homilía del visitante me anestesió la beligerancia y la propuesta, de suyo extravagante, empezó a tener sentido, pese a los prejuicios que durante años había tejído delicadamente con suspicacias y envidia, respecto a la Clase Política.
-No estaría mal, pues si se les motiva un poco, los políticos harán mejor su trabajo-, dije, tratando de leer la reacción de la mujer de ojos de avellanas brillantes y cejas muy pobladas, pero bien cuidadas. Enseguida la cuestioné sin dejar de verla, -pero dígame, ¿exactamente quiénes son la Clase Política?
-Todos aquellos que obtienen un beneficio de los dineros públicos, bien ganado, por supuesto. Le puedo mencionar ahora que constructores, comunicadores, proveedores diversos, funcionarios de cierto nivel, se benefician del herario público, pero lo hacen a cambio de un servicio o un trabajo valiosos para el Estado. Y no obstante que su servicio al bien común es puntualmente pagado, sentimos que se hace necesario un incentivo extra- explicó persuasivamente la mujer.
-Además-, remató, -recuerde que ellos son nuestros empleados, y a los empleados hay que tenerlos contentos para que no nos roben.
Este último razonamiento terminó por convencerme. Les pedí la hoja para firmarla muy contento y me presenté con una disculpa: -Perdón, me llamo Juan Eduardo Mariscal.
-Mucho gusto Juan, yo soy Elvira del Mistro y mi amigo se llama Rodolfo Urbina-, dijo la dama elegante de cejas muy pobladas, pero bien cuidadas.
Y otra vez amoscado, les pedí que me aceptaran como voluntario de su causa, tan justa y necesaria.
-Claro que sí-, me aceptó el tal Urbina, -mañana a las 9 pasamos por usted para la junta en la que vamos a revisar los resultados de la encuesta y decidir cómo será el homenaje, o el obsequio, o lo que sea que fuere, para nuestra Clase Política.
continúa
La homilía del visitante me anestesió la beligerancia y la propuesta, de suyo extravagante, empezó a tener sentido, pese a los prejuicios que durante años había tejído delicadamente con suspicacias y envidia, respecto a la Clase Política.
-No estaría mal, pues si se les motiva un poco, los políticos harán mejor su trabajo-, dije, tratando de leer la reacción de la mujer de ojos de avellanas brillantes y cejas muy pobladas, pero bien cuidadas. Enseguida la cuestioné sin dejar de verla, -pero dígame, ¿exactamente quiénes son la Clase Política?
-Todos aquellos que obtienen un beneficio de los dineros públicos, bien ganado, por supuesto. Le puedo mencionar ahora que constructores, comunicadores, proveedores diversos, funcionarios de cierto nivel, se benefician del herario público, pero lo hacen a cambio de un servicio o un trabajo valiosos para el Estado. Y no obstante que su servicio al bien común es puntualmente pagado, sentimos que se hace necesario un incentivo extra- explicó persuasivamente la mujer.
-Además-, remató, -recuerde que ellos son nuestros empleados, y a los empleados hay que tenerlos contentos para que no nos roben.
Este último razonamiento terminó por convencerme. Les pedí la hoja para firmarla muy contento y me presenté con una disculpa: -Perdón, me llamo Juan Eduardo Mariscal.
-Mucho gusto Juan, yo soy Elvira del Mistro y mi amigo se llama Rodolfo Urbina-, dijo la dama elegante de cejas muy pobladas, pero bien cuidadas.
Y otra vez amoscado, les pedí que me aceptaran como voluntario de su causa, tan justa y necesaria.
-Claro que sí-, me aceptó el tal Urbina, -mañana a las 9 pasamos por usted para la junta en la que vamos a revisar los resultados de la encuesta y decidir cómo será el homenaje, o el obsequio, o lo que sea que fuere, para nuestra Clase Política.
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