Nadie aprende en cabeza ajena, que quede claro
¿Alguna vez, único lector mío, te han pedido de la manera más atenta que aprendas de la experiencia de los demás? A mí me lo sugieren todos los santos días, pero ¿qué crees?, parece que se lo sugieren a una tapia: no hago caso y prefiero confirmar en carne propia la conseja popular aquella que dice que "nadie aprende en cabeza ajena". Entendería si tu respuesta fuera "yo sí aprendo en cabeza ajena", y espero que tú también entiendas que no te crea.
Este refrán encierra, en sus cinco vocablos, una verdad irrebatible de la condición humana: todos sentimos que con nuestra fórmula secreta personal, habremos de tener éxito en cualquier asunto de la vida y que las experiencias de los otros no sirven. Y esto, aunque parezca un contrasentido, es la sal del mundo porque gracias a que somos remisos a esta recomendación, somos mejores y más creativos. Los grandes logros, los avances técnicos, las hazañas humanas se las debemos a quienes tercamente la desoyeron. ¿O tendría sentido y vigencia un refrán que dijera "todos aprendemos en cabeza ajena"? Por supuesto que no y de ribete, seria muy aburrido.
Entonces resulta tiempo perdido el que nuestros padres, o nuestros amigos, o nuestro maestros ocupan en darnos el consejo de aprender en cabeza ajena; están, al estilo de Juan el Bautista, predicando en el desierto. Incluso los incontables manuales que leemos, las conferencias a las que asistimos, los cursos en que nos inscribimos y las clases de la Universidad, cuyo fin primero es enseñarnos algo, resultan sólo datos accesorios porque siempre terminamos haciendo lo que creemos mejor, o sea, lo que nos da la gana.
Pero, ¿por qué, las mamás sobre todo, y pese a saber que no servirá de nada, insisten en recordarnos que aprendamos en cabeza ajena? Muy sencillo, porque son nuestras madres y no entenderían la vida si no nos abruman con mil consejos que no seguiremos y, encima, haremos exactamente lo contrario. Y además porque saben que tarde o temprano tomaremos una mala decisión que nos traerá sufrimiento. "Mijo, para qué estudias Derecho si vas a acabar de político muerto-de-hambre; mejor busca una carrera técnica" o "Mija, no se vaya a casar con el flojo borracho de su novio porque no va cambiar nunca, yo se lo que le digo". Invariablemente el muchacho terminara como abogado y político muerto-de-hambre y la chica se casará con el vago, no porque les guste la mala vida, sino porque tienen el firme propósito de cambiar los pronósticos maternos adversos, por otros felices. Sin embargo, en ocasiones no resulta.
En el tema de las relaciones familiares esta recomendación ancestral cobra mayor relevancia y es, justamente, donde menos se aplica. Ni por error se admite una sugerencia materna respecto, por ejemplo, a los planes de matrimonio que tenga el hijo. Desprovisto como está de sentido común y sensatez durante los preparativos nupciales, no repara en la importancia de la decisión que ha tomado y que obligadamente le marcará el resto de su vida. Su visión del futuro es optimista y supone que su relación será una luna de miel interminable. Ni por un segundo piensa que los errores o aciertos de los demás le pueden servir de algo. A él no, ni a su nueva vida.
Concluyamos pues que la mayoría de los hijos que se va a casar no obedece el mandato del refrán -los más juiciosos sí lo hacen, para confirmar la regla- y concluyamos también que la mayoría de las madres lo recitarán a sus hijos casaderos, aun sabiendo que nos le harán el menor caso. Es como una ley no escrita que las partes fingen que cumplen y todos tan contentos. Y todos estaríamos más contentos aún, si a esta ley la complementamos con otra que se deberá cumplir religiosamente: los padres de los nuevos esposos no deberán inmiscuirse en sus asuntos. Punto. Y aplica desde el momento que la hija o el hijo salgan de la casa materna y emprendan su aventura conyugal. Para ayudar a los desconsolados papás, ojalá sirvan los siguientes puntos
Pero, ¿por qué, las mamás sobre todo, y pese a saber que no servirá de nada, insisten en recordarnos que aprendamos en cabeza ajena? Muy sencillo, porque son nuestras madres y no entenderían la vida si no nos abruman con mil consejos que no seguiremos y, encima, haremos exactamente lo contrario. Y además porque saben que tarde o temprano tomaremos una mala decisión que nos traerá sufrimiento. "Mijo, para qué estudias Derecho si vas a acabar de político muerto-de-hambre; mejor busca una carrera técnica" o "Mija, no se vaya a casar con el flojo borracho de su novio porque no va cambiar nunca, yo se lo que le digo". Invariablemente el muchacho terminara como abogado y político muerto-de-hambre y la chica se casará con el vago, no porque les guste la mala vida, sino porque tienen el firme propósito de cambiar los pronósticos maternos adversos, por otros felices. Sin embargo, en ocasiones no resulta.
En el tema de las relaciones familiares esta recomendación ancestral cobra mayor relevancia y es, justamente, donde menos se aplica. Ni por error se admite una sugerencia materna respecto, por ejemplo, a los planes de matrimonio que tenga el hijo. Desprovisto como está de sentido común y sensatez durante los preparativos nupciales, no repara en la importancia de la decisión que ha tomado y que obligadamente le marcará el resto de su vida. Su visión del futuro es optimista y supone que su relación será una luna de miel interminable. Ni por un segundo piensa que los errores o aciertos de los demás le pueden servir de algo. A él no, ni a su nueva vida.
Concluyamos pues que la mayoría de los hijos que se va a casar no obedece el mandato del refrán -los más juiciosos sí lo hacen, para confirmar la regla- y concluyamos también que la mayoría de las madres lo recitarán a sus hijos casaderos, aun sabiendo que nos le harán el menor caso. Es como una ley no escrita que las partes fingen que cumplen y todos tan contentos. Y todos estaríamos más contentos aún, si a esta ley la complementamos con otra que se deberá cumplir religiosamente: los padres de los nuevos esposos no deberán inmiscuirse en sus asuntos. Punto. Y aplica desde el momento que la hija o el hijo salgan de la casa materna y emprendan su aventura conyugal. Para ayudar a los desconsolados papás, ojalá sirvan los siguientes puntos
- La mamá dirá al hijo que se casa: "aprende en cabeza ajena, muchacho". Con esto, la señora habrá matado a dos pájaros de un tiro: primero, cumple con su deber de madre responsable y amorosa de aconsejar a su crío y segundo, disfrutará de lo lindo cuando su muchacho regrese cacheteado a casa y le recuerde: "te lo dijo, muchacho".
- Cuando el hijo sale de la casa para ir a vivir con su flamante esposa, termina el contrato mama-hijo. Y aunque no lo hace, la mamá se podrá negar, de ahora en adelante, a lavar la ropa de su hijo.
- La obligación del hijo de lavar los platos de la cena, queda suspendida desde el momento que abandona la casa materna, hasta el día que regrese a casa cacheteado.
- El matrimonio novato es una sucesión sanísima de prueba-error-prueba-éxito, que no requiere de asesorías externas.
- La elección de los muebles y demás enseres de la nueva casa es exclusiva de la pareja. Las únicas opiniones aceptadas serán: "qué bonito...", "qué bien combina...", "qué original..." (aunque no sean ciertas).
- Las mamás deberán recordar que su retoño no se casó con una cocinera cuando vean a la nuera poner cebolla de más a las enchiladas. Pueden pensar, si es su deseo, algo como esto: "esta pendeja ya le puso cebolla de más...". Pero sólo pensarlo, porque decirlo es políticamente incorrecto.
- El padre nunca dirá a su hija que su esposito querido es un inútil, pues es de mala educación. Un par de meses después la muchacha le reclamará por qué no lo hizo. Así pasa.
- El hijo no se casó con la señora que lava y plancha ajeno, así que cuando su progenitora lo vea con la camisa arrugada, sólo hará mutis elegantemente.
- El hijo se presentará, si es metrosexual, en la casa de su mamá con un altero de ropa para que se la planche. Esto se hace, huelga decirlo, a escondidas.
- Las visitas al nuevo matrimonio son más bien esporádicas, nunca sorpresivas.
- Los nombres de sus hijos los escogen los padres, no los abuelos.
- La casa de los abuelos no es guardería.
- En caso de violencia física, verbal, emocional, económica o sexual por parte de cualquiera de los dos, los padres deben intervenir ipso-facto y dar por terminada la relación. En esos casos las segundas oportunidades no aplican ni aplicarán nunca. He dicho.
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