Xavier Q Farfán
Animo, el siete es de buena suerte
!No lo puedo creer¡ Debe ser un sueño guajiro al revés, una maldita pesadilla. Que por favor alguien me despierte ya de este 7-1 ultrajante sin fin. Prefiero un baldazo de agua fría, o un puñetazo de arena, de Ipanema, si se puede, a seguir viendo cómo el bulldozer teutón arrasa a la verdeamarela, y si no se le acaba el diessel, seguramente aplastará a Rio de Janeiro completo, y a la mitad de la amazonia. ¡Dios mío, qué tunda!
Pensarás, lector amigo, que me estoy quedando sin memoria pues días atrás te había confesado que el tema del Mundial de Futbol no me generaba mucha emoción, pero lo sucedido esta mañana en Brasil no tiene madres. ¡Mira que meterle siete! Eso no es de Dios. Tres o cuatro como quiera, ¿pero siete?, ¿a Brasil?, ¿a domicilio? ¿en menos de media hora? Ni que fuera pizza.
No, no y no. A los creadores del jogo bonito, a las únicos depositarios universales de la ginga, no se les puede humillar de esta manera. Es como quemarles un templo, literalmente, porque los cariocas desayunan, comen y cenan fubol; es su religión, cuyos santos ofician en una cancha. Y todo esto lo sabían los alemanes, desde siempre -y lo sabían también los uruguayos que perpetraron aquel odioso maracanazo de 1950-, pero no les importó: ellos venían a ganar a la canarinha, con Neymar o sin él. No hay más: esta vez la máquina eficiente y precisa de ejecutar bien el futbol aplastó a la máquina errática y desangelada de imaginar el futbol. Siete a uno, razón suficiente para que el mundo se fuera acabando desde hoy. Quién lo iba a decir.
P.D. En honor a la verdad, este desastre brasileño se venía gestando desde el juego que, a duras penas, empataron con México; les dimos tremendo susto que el scratch du oro ya no se repuso jamás. Los alemanes nomás capitalizaron el temor, así que, en reciprocidad, si se topan a un tal Robben en la final, ahí se los encargo. Namasté.
Animo, el siete es de buena suerte
!No lo puedo creer¡ Debe ser un sueño guajiro al revés, una maldita pesadilla. Que por favor alguien me despierte ya de este 7-1 ultrajante sin fin. Prefiero un baldazo de agua fría, o un puñetazo de arena, de Ipanema, si se puede, a seguir viendo cómo el bulldozer teutón arrasa a la verdeamarela, y si no se le acaba el diessel, seguramente aplastará a Rio de Janeiro completo, y a la mitad de la amazonia. ¡Dios mío, qué tunda!
Pensarás, lector amigo, que me estoy quedando sin memoria pues días atrás te había confesado que el tema del Mundial de Futbol no me generaba mucha emoción, pero lo sucedido esta mañana en Brasil no tiene madres. ¡Mira que meterle siete! Eso no es de Dios. Tres o cuatro como quiera, ¿pero siete?, ¿a Brasil?, ¿a domicilio? ¿en menos de media hora? Ni que fuera pizza.
No, no y no. A los creadores del jogo bonito, a las únicos depositarios universales de la ginga, no se les puede humillar de esta manera. Es como quemarles un templo, literalmente, porque los cariocas desayunan, comen y cenan fubol; es su religión, cuyos santos ofician en una cancha. Y todo esto lo sabían los alemanes, desde siempre -y lo sabían también los uruguayos que perpetraron aquel odioso maracanazo de 1950-, pero no les importó: ellos venían a ganar a la canarinha, con Neymar o sin él. No hay más: esta vez la máquina eficiente y precisa de ejecutar bien el futbol aplastó a la máquina errática y desangelada de imaginar el futbol. Siete a uno, razón suficiente para que el mundo se fuera acabando desde hoy. Quién lo iba a decir.
P.D. En honor a la verdad, este desastre brasileño se venía gestando desde el juego que, a duras penas, empataron con México; les dimos tremendo susto que el scratch du oro ya no se repuso jamás. Los alemanes nomás capitalizaron el temor, así que, en reciprocidad, si se topan a un tal Robben en la final, ahí se los encargo. Namasté.
Neymar pidió cinco¿Por qué no siete de una vez? |
No hay comentarios:
Publicar un comentario