domingo, 1 de junio de 2014

Crónica de una noche en Urgencias

Xavier Q Farfán

El Juramento de Hipócrates, más vigente que nunca

   Desde hace rato traigo la inquietud de contárselo a alguien, pero como se trata de un tema un poco personal me he resistido porque entiendo, amabilísimo lector, que a tí no te importan mis aventuras personales, y si son hospitalarias, menos. Sin embargo, esta tarde me topé con la versión original del Juramento de Hipócrates y de inmediato lo asocié con una experiencia que vivimos mi familia y yo al inicio de este año. ¡Vaya, vaya!, por fin tengo una excusa más o menos decente para venir con el chisme...
   Antes de darte los pormenores de este episodio, ciertamente difícil, permíteme transcribir esta versión de la que te hablo, la clásica, atribuida al médico griego Hipócrates (Siglo V a.C.) y que con adaptaciones según la época y las bases éticas dominantes, los nuevos médicos juran al inicio de su ejercicio profesional.

Juramento hipocrátco clásico

   Juro por Apolo, médico, Esculapio, Higia y Panacea, y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.
   Tributaré a mis maestros de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se las enseñaré desinteresadamente y sin un género de recompensa,
   Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los demás discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica y a nadie más.
   Estableceré el régimen de los enfermos en la manera que sea más provechosa, según mis facultades y mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé las pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a mujeres presarios abortivos,
   Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla.
   En cualquier casa donde entre no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos
   Guardaré secreto acerca de lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos.
   Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.

   Qué tal con Hipócrates, que les dejó tremendo compromiso a todos los médicos de todos los tiempos y aunque sea un formalismo, y hasta un rito iniciático, si se quiere, reviste relevancia mayúscula dado el delicado asunto de la salud que enfrentan los galenos todos los días. Nobleza obliga, y los recién graduados honran su calidad humana observando religiosamente este Juramento. Y como en todo, habrá doctores que al Juramento de Hipócrates se lo pasean por la ingle. Allá ellos y su karma.
   Pues bien, amigazo del alma, te decía que al iniciar este 2014, Liza, mi hija, tuvo una complicación de su colitis ulcerativa y fue necesario ingresarla al Hospital Morelos del IMSS, aquí en Chihuahua. Luego de las observación por parte de los médicos de guardia de Urgencias, nos avisaron que algo andaba mal, muy mal; que se hacía apremiante una cirugía abdominal para saber que estaba pasando con su colon. Luego de un intercambio de opiniones entre mi esposa y yo, perturbador e innecesario, porque ni mi esposa ni yo somos médicos, y sólo la demoramos, por fin realizaron la operación. Fue necesario extirpar el intestino grueso y las complicaciones no se hicieron esperar.
   Durante dos semanas en cuidados intensivos y sin saber que iba a suceder con mi nena, nuestra única salida fue la oración y la confianza total, ciega, a los cirujanos y enfermeras del Seguro Social. Y claro, Diosito no nos ignoró y guió, como sólo El sabe hacerlo, las manos de los facultativos para que todo fuera mejorando y al cabo de dos meses todos pudiéramos dormir en casa otra vez.
   Fue una temporada agobiante, de sobresaltos, de miedos, de desorden, de dudas, de rebeldías y de un campamento permanente en la Clínica por 60 días. Pero lo más extraordinario, lector mío, es que jamás, ¡ni por un segundo!, recibimos un maltrato , una mala cara, nada, por parte del personal del IMSS. Desde guardias, enfermeras, internistas, administrativos, cirujanos, absolutamente todos fueron amables y profesionales con nosotros. Gustoso haría una lista de todos, pero si se me llegara a olvidar alguno, en la próxima visita me querrá poner una vacuna, y yo, con la pena, pero safo.
   Qué curiosa es la vida: siempre nos pone en nuestro sitio, tarde o temprano. En mi caso me ha dado una lección formidable, pues antes de este trago amarguísimo, mi opinión respecto al IMSS era ruin, para decirlo elegantemente. Por una o dos malas experiencias, ahí estaba el idiota, despotricando y juzgando. Fue difícil, lo admito, pero me tuve que tragar, una por una, cada palabra dicha. Una por una, lentamente, para que no se me olvide nunca. Namasté.
 
   

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