Mundial de futbol: la tregua a la realidad
Faltan apenas unos días para que el mundo se ponga raro como se pone cada cuatro años con el Mundial, ahora en Brasil. Tres semanas de pasmo universal en las que el futbol será nuestro único pan de vida. Es el momento de la renovación de nuestra fe temporal, cuando entregamos nuestra alma tangible a once tipos en shorts y les suplicamos que nos la regresen salva y ganadora, bañada de oro. Supongo que este anhelo es común a todos los habitantes de este planeta: es perfectamente normal querer ser campeones del mundo aunque sea una vez. La mala noticia es que cada cuatro años sólo hay un ganador y los demás, pues a casa con las cajas destempladas. ¡Gracias por participar!
En mi país, México lindo y querido, no queremos ser la excepción que confirma la norma, ¡no señor!, y cada cuatro años, ritualmente, llenamos nuestro cántaro de la esperanza con la seguridad notariada de que esta vez si nos ganamos la Copa. Hasta ahora no se podido y el cántaro invariablemente termina roto en medio de un charco de lágrimas; sin embargo algún día -si se pudiera este año, mejor- saldrá ileso de la competencia y lo tendremos rebosante de alegrías. Dios lo permita.
¿Pero de veras el futbol, en particular el Mundial, es una monumental evasión de nuestra realidad que no acaba de gustarnos? ¿o es simplemente el gozo exacerbado de un deporte, de un juego, que nos gusta tanto? ¿o será esa expectativa feliz de acariciar un trofeo que nos confirme mejores que los demás? Estas preguntas, y cien más, podemos plantearnos sobre el futbol y el comportamiento de las masas. Las respuestas habrá que esperarlas de los especialistas, pero si tu me pidieras, aficionado lector, mi opinión al respecto, te contestaría, según mi corto entender, que es un poco de todo: evasión, gozo y esperanza.
Los teóricos de la confabulación suponen que este tipo de eventos son creados ex profeso, para mantener a la multitud en estado de éxtasis, y por consecuencia, de indefensión. Es cuando, afirman, los gobiernos toman decisiones impopulares, casi subrepticiamente, para amortiguar la rezongadera del respetable. Tengo para mí que esta conjetura de la intriga no aplica para México, pues los que gobiernan nuestro reino no se esperan al Mundial o a las Olimpiadas; ellos tienen la pasmosa habilidad de decidir cosas muy raritas en cualquier momento. Por lo pronto dejemos que nuestro nivel de paranoia acepte, o rechace, esta hipotóntica, perdón, hipotética versión.
Finalmente, querido lector, te suplico que dejemos por la paz esta brillante dialéctica, digna de los liceos atenienses más picudos y no concentremos en nuestro tema: el juego del hombre.
Los teóricos de la confabulación suponen que este tipo de eventos son creados ex profeso, para mantener a la multitud en estado de éxtasis, y por consecuencia, de indefensión. Es cuando, afirman, los gobiernos toman decisiones impopulares, casi subrepticiamente, para amortiguar la rezongadera del respetable. Tengo para mí que esta conjetura de la intriga no aplica para México, pues los que gobiernan nuestro reino no se esperan al Mundial o a las Olimpiadas; ellos tienen la pasmosa habilidad de decidir cosas muy raritas en cualquier momento. Por lo pronto dejemos que nuestro nivel de paranoia acepte, o rechace, esta hipotóntica, perdón, hipotética versión.
Finalmente, querido lector, te suplico que dejemos por la paz esta brillante dialéctica, digna de los liceos atenienses más picudos y no concentremos en nuestro tema: el juego del hombre.
continua
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