domingo, 8 de junio de 2014

Ser rubia natural, ¿es una obra de arte?

Xavier Q Farfán

Los renglones torcidos de Minerva Diosa

   Supongo que no soy el único de por aquí que, por momentos, piensa que ya lo ha visto todo. ¡No lo niegues por favor lector, que te conozco, a tí también te ha sucedido! ¿a poco no? Esa sensación -falsa, claro- de que ya nada me podría sorprender en el mundo, de vez en cuando me asalta y me tranquiliza, pues mi corazoncito ya no está para muchas novedades y sorpresas. Pero la realidad es testaruda y todos los santos días me topo con algo o con alguien que me asombra, pero ya no se lo cuento nadie, porque cuando lo hacía me asombraba que se asombraran de mi asombro: ¡qué lindo Javier, no has perdido tu capacidad de asombro! Mon Dieu.
   No obstante, la asombrada que me dí ayer, esa sí no tuvo madre, fue Categoría 5 en la escala Saffir-Simpson, la neta.  Sucede que una artista de Luxemburgo, Deborah de Robertis, hermosísima con su vestido corto de lamé dorado, entró al Museo D Orsay, en París y avanzó hacia el cuadro El Origen de la Vida, de Gustave Courtbet, se sentó ahí y abrió sus piernitas, con mucha seguridad, para mostrar sus genitales a los asistentes, mientras decía un poema feminista, por supuesto. Los guardias del museo nada pudieron hacer para evitar este performance inusitado. La rubia, genuina como ya comprobamos, quiso replicar la pintura de Courbet, que muestra la vagina de una mujer con profuso vello púbico. ¡Por el amor de Dios!
   Te confieso, asustado lector mío, que poco me faltó para zurrarme de la sorpresa, y después de la risa. Y también te confieso que no me sorprendió el hecho de que una mujer se encuerara en el D Orsay; lo que me sorprende es que digan que es una obra de arte, o un performance de arte. ¡Que no mamen! No soy ningún mojigato, ni me ando meando con moralinas de fariseo, y la vagina de la Güera de Luxemburgo no me enoja, sólo me sorprende. Admito, además, que no soy un diletante consumado como para decidir qué es arte y qué no lo es, pero pendejo no soy y a mí no me la pegan: esto de exhibir los genitales declamando un poema no es arte. Tampoco es arte que otra mujer haga "cuadros" con los chorros de pinturas que, a fuerza de contracciones uterinas, salen por su vagina. Y menos es arte aquella premiada película mexicana "La tarea", en la que una cámara oculta bajo una mesa o un escritorio, registra los encuentros sexuales, aburridísimos por cierto, de aquella pareja formada por María Rojo y José Alonso.
  Pudo suceder, sin embargo, que en algún lapsus mío, o en algún estado de coma que ahora no recuerdo, hayan inaugurado el Octavo Arte -o deliberadamente no me invitaron- en el que cabrían sin problema esta expresiones que acabo de referir. Entonces tendría yo que retractarme de todo lo dicho y aceptar, finalmente, que sí es arte. Puede ser. Y si ese fuera el caso, voy a postular para esta categoría un arte personal, muy personal, que desarrollé durante mi infancia, en la que no hubo Ataris ni cochecitos eléctricos; solo tierra, mucha tierra. Pues bien, esta notable habilidad consistía en formar un cerrito de tierra de unos 10 centímetros de alto; luego en la punta le hacía una cavidad, como un cráter de volcán, que finalmente rellenaba con orina, que depositaba con prometedora precisión. Al cabo de un rato, soplando, retiraba toda la tierra que había quedado sin mojar y ¡Bazinga! El resultado era una hermosa copa con forma cónica. Mira, amigazo del alma, las vueltas que da la vida: ahora resulta que soy alfarero, que soy Xavier Potter. Namasté.

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