Una pesadilla con Elton John de colado
Quiero imaginar que todas la mamás son así, que todas quieren que sus hijos tengan modos educados, y hasta elegantes, sobre todo en la mesa, a la hora de comer. La mía así era: nos insistía, a sus cuatro hijos, que usáramos correctamente los cubiertos, que no apoyáramos los codos sobre la mesa, que no habláramos con la boca llena, que no hiciéramos ruidos al tomar la sopa. En fin, todas esas valiosas recomendaciones que hacen las madres a sus hijos silvestrones, como yo.
Debo decirte, lector gourmet, que en aquella época el aprendizaje de los buenos modales era a base de sapes: si a la primera no aprendías, tu madre te lanzaba una mirada preventiva de pocos amigos; luego, a la segunda, era un grito: ¡que bajes los codos de la mesa, fregaderas! A la tercera de plano era un manotazo en la nuca. Así más o menos era el sistema educativo en mi casa, y supongo que en otras también. Por supuesto que las quejas ante el DIF no existían, y de muy poco hubieran servido, pues el temor a una cintareada mayor me quitaba las ganas de ir de soplón.
Tengo la curiosidad enfermiza de saber quién si hubiera infartado primero, si María Montessori al ver la pedagogía del cinturón, efectiva por cierto, de mi santa madre o mi santa madre, al conocer el método permisivo, muy laissez faire, de la italiana. En fin, ahora creo que me he salido del tema, para variar.
Te decía, amigo paciente, de cómo aprendí a usar los cubiertos, que son tres, según yo: cuchara, tenedor y cuchillo. Con el cuchillo, lo confieso, no soy muy hábil pues como no había mucho que cortar a la hora de comer, no lo usaba con regularidad. Acaso una vez por semana y el resto de los días no era necesario, vamos, ni sacarlo del cajón. ¡Ni modo de cortar las frijolitos o las tortillas! De cualquier forma se agradecen los trancazos educadores. Pero... ¡Mi mamá nunca me dijo que los cubiertos eran muchos más que tres! Y tampoco me enseño a distinguir las añadas de los vinos de mesa. Que contrariedad. Finalmente quiero dejar claro que esto no es un reclamo para la autora de mis días, que murió hace 15 años, pues tengo para mí que ella sabía todo esto, pero no le encontró mucha utilidad enseñárselo al mongolito.
Y ya se que había prometido no reseñar mis aventuras infantiles, pero esta vez no me pude contener pues estoy metido en un gran dilema, único lector mío, y por eso este prólogo inapetente que te estoy recetando. Ahí tienes que durante la semana me llegó una invitación en sobre lacrado cuyo remitente es, ni más ni menos, la Casa Real del Reino Unido, y está firmada, ¡lo juro!, por la Reina Isabel II, y con letras más chiquitas, también por el Príncipe Felipe. Cagadísima que me dí creyendo, en un principio, que se trataba de una notificación por algún apunte mío del pasado. Pero no, resulta que es una convocatoria para asistir a una reunión en el Palacio de Westminster en la que la Monarca le quitará el título nobiliario de "Sir" a Elton John, dizque por conducta antideportiva. El motivo de la velada, el que sea, en estos momentos me viene valiendo madres; lo que me tiene alarmado es la lista larguísima de sugerencias protocolarias que trae, como encarte, el aviso real.
Como te imaginarás, los puntos más importantes de esta lista atroz son los relativos a la cena de gala, cuyo éxito radica en el buen uso que se haga de los cubiertos, tema en el que soy, como advertía líneas atrás, un tanto analfabeto. Tendré que buscar en el Manual de Carreño, o preguntar a quien ya asistió a una cena con Isabel II, cómo salir bien librado, o cuando menos no pasar por tonto, en este evento al que no tengo la más remota idea del por qué fui invitado. Otro día te seguiré platicando de esta pesadilla, lectorazo del alma, porque tú ya te enteraste que estoy soñando y yo aún no, porque estoy dormido. Y en lo que despierto, me voy a poner a estudiar un esquema de los cubiertos. Namasté.
P.D. Después del diagramita te voy a dejar una rola del ex-Sir Elton John como homenaje, antes de que le chupen la sangre azul y le trasfundan la roja que tenía antes.
Tengo la curiosidad enfermiza de saber quién si hubiera infartado primero, si María Montessori al ver la pedagogía del cinturón, efectiva por cierto, de mi santa madre o mi santa madre, al conocer el método permisivo, muy laissez faire, de la italiana. En fin, ahora creo que me he salido del tema, para variar.
Te decía, amigo paciente, de cómo aprendí a usar los cubiertos, que son tres, según yo: cuchara, tenedor y cuchillo. Con el cuchillo, lo confieso, no soy muy hábil pues como no había mucho que cortar a la hora de comer, no lo usaba con regularidad. Acaso una vez por semana y el resto de los días no era necesario, vamos, ni sacarlo del cajón. ¡Ni modo de cortar las frijolitos o las tortillas! De cualquier forma se agradecen los trancazos educadores. Pero... ¡Mi mamá nunca me dijo que los cubiertos eran muchos más que tres! Y tampoco me enseño a distinguir las añadas de los vinos de mesa. Que contrariedad. Finalmente quiero dejar claro que esto no es un reclamo para la autora de mis días, que murió hace 15 años, pues tengo para mí que ella sabía todo esto, pero no le encontró mucha utilidad enseñárselo al mongolito.
Y ya se que había prometido no reseñar mis aventuras infantiles, pero esta vez no me pude contener pues estoy metido en un gran dilema, único lector mío, y por eso este prólogo inapetente que te estoy recetando. Ahí tienes que durante la semana me llegó una invitación en sobre lacrado cuyo remitente es, ni más ni menos, la Casa Real del Reino Unido, y está firmada, ¡lo juro!, por la Reina Isabel II, y con letras más chiquitas, también por el Príncipe Felipe. Cagadísima que me dí creyendo, en un principio, que se trataba de una notificación por algún apunte mío del pasado. Pero no, resulta que es una convocatoria para asistir a una reunión en el Palacio de Westminster en la que la Monarca le quitará el título nobiliario de "Sir" a Elton John, dizque por conducta antideportiva. El motivo de la velada, el que sea, en estos momentos me viene valiendo madres; lo que me tiene alarmado es la lista larguísima de sugerencias protocolarias que trae, como encarte, el aviso real.
Como te imaginarás, los puntos más importantes de esta lista atroz son los relativos a la cena de gala, cuyo éxito radica en el buen uso que se haga de los cubiertos, tema en el que soy, como advertía líneas atrás, un tanto analfabeto. Tendré que buscar en el Manual de Carreño, o preguntar a quien ya asistió a una cena con Isabel II, cómo salir bien librado, o cuando menos no pasar por tonto, en este evento al que no tengo la más remota idea del por qué fui invitado. Otro día te seguiré platicando de esta pesadilla, lectorazo del alma, porque tú ya te enteraste que estoy soñando y yo aún no, porque estoy dormido. Y en lo que despierto, me voy a poner a estudiar un esquema de los cubiertos. Namasté.
P.D. Después del diagramita te voy a dejar una rola del ex-Sir Elton John como homenaje, antes de que le chupen la sangre azul y le trasfundan la roja que tenía antes.
Mi reto gourmet del día: memorizar esta tablita idiota. |
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