miércoles, 18 de junio de 2014

¿Qué demonios le pasó al PAN?

Xavier Q Farfán

Se armó el traca traca y hasta sin Misa nos querían dejar

SEGUNDA PARTE. FINAL

   El pronóstico de Don Manuel Gómez Morín, fundador de Acción Nacional, en el sentido de que los esfuerzos opositores por desbancar a los priístas del poder se reducían a una "brega de eternidades", temporalmente perdió vigencia. Primero en Baja California, después en Chihuahua, los ciudadanos nos encargamos de cambiarlo a base de votos. En adelante, ser oposición dejaría de ser sinónimo de fracasos programados.
   De pronto nos enteramos que cualquier aspiración colectiva podría materializarse con la sinergia del pueblo y sus líderes, que no habría objetivo común que no pudiera ser cubierto a cabalidad con esta fórmula de éxito. En 1986 la mayoría de los chihuahuenses sentimos a Pancho Barrio como nuestro y él nos sintió como suyos. Fue la comunión perfecta, que ni la decisión autoritaria del entonces Presidente Miguel de la Madrid, de imponer a Baeza como gobernador, pudo doblegar. Al contrario, 6 años de gobierno ilegítimo, la fortalecieron e inmunizaron. Y en 1992 al sistema no le quedó otra que reconocer la victoria panista: fue la reelección de Barrio. Pancho, el Bárbaro del Norte, era ya gobernador por segunda ocasión.
   Los panistas, y los que simpatizábamos con ellos, sentimos por fin que las puertas de la igualdad y la oportunidad se nos abrían de par en par y que ya no se cerrarían jamás. Muy pronto olvidamos agravios, desaires, desencuentros y nos pusimos a trabajar todos en pos de los ideales superiores de la Patria. Pero luego algo extraño sucedió... ¿Qué demonios le pasó al PAN?
   Por momentos creí que todo el sudor de 1986 y 1992 había valido la pena. Que la relación del ciudadano con sus gobernantes sería de colaboración y respeto, que cada quien haría su parte correctamente, que el bien común sería la única meta de ambos, que íbamos a colocar la primera piedra de aquella Patria Ordenada y Generosa, básica en los cuadernos ideológicos del PAN; en fin, que nos volvería el gusto de ser mexicanos. Pero el gozo se fue al pozo.
 
   Sin embargo valió la pena vivir la experiencia, porque tú lo debes saber, amigo lector, esa sensación de que algo muy grande está por llegar no tiene precio. Así lo sentimos en aquel verano de 86, de canícula implacable en nuestro estado, cuando las marchas de apoyo para Barrio, o los mitines, o las caravanas interminables no necesitaban mayor convocatoria que el boca a boca relampagueante, como un Twitter o un Facebook que no requieren wi-fi. Conforme se acercaba el día de la elección mayores eran las concentraciones hambrientas de cambio, a grado de no caber en la plaza frente a Palacio de Gobierno. Cada vez más, cada vez más ruidosos, cada vez más convencidos. Era pues, un triunfo cantado el del panista. Y todo el mundo lo vio, excepto el árbitro.
   Con la manipulación obscena del padrón, relleno de urnas, expulsión de representantes de casillas y todas esas lindezas que los priístas inventaron para consumo propio primero, para robarse votos entre ellos y que más tarde tuvieron que aplicar afuera, el sistema cambió el veredicto popular. Al cabo de unos días Fernando Baeza recibía, sonriente, la constancia de mayoría. Consummatum est. El fraude estaba consumado. El fraude patriótico, como lo explicaría después Manuel Bernardo, en una de las últimas estupideces que segregó. (Te recuerdo, lector, que Manuel Bernardo Aguirre, fue Gobernador de Chihuahua, y no un gimnasio con nombre de basquetbolista, ¿o era al revés?)
    Y apenas nos enteramos y salimos todos a la calle a defender lo que nos habíamos ganado a pulso, Se armó, en términos futboleros, la cámara húngara, y el incipiente gobierno del priísta ya no tuvo reposo, ni por un segundo. Y de todas las acciones de protesta, que fueron miles a lo largo del estado y del país, solo voy a describir un poco las que recuerdo, porque las recuerdo muy bien. Por ejemplo ese bloqueo a la 45 (Carretera Panamericana) a la altura de Pemex, al que asistimos provistos de toallas mojadas por el rumor de que la policía lo evitaría lanzando gases lagrimógenos a la perrada, que entonces éramos todos. Por suerte no sucedió así y ahí en el llano, trepado en la caja de un tráiler, Pancho nos alentaba a defender el voto como perros, pero educados, pacíficamente. Las filas de coches atorados eran kilométricas, y molestas por supuesto, pero muy pocos conductores mostraban enfado.
   Luego la huelga de hambre de Don Luis, que se prolongó creo que 41 días y de la que casi sale en un cajón. Instalado en su campamento del Parque Lerdo, Luis Héctor recibió la vista de Maquío Clouthier y de Cuauhtémoc Cárdenas, para mostrarle su apoyo y pedirle que desistiera de su ayuno, Ahí mismo, tarde tras tarde se improvisaban mitines con los discursos incendiarios e hipnóticos de Guillermo Prieto Luján, que era un orador excelso, como ninguno que yo recuerde.
   En otro frente, el Arzobispo de Chihuahua, Monseñor Adalberto Almeida, ante el pisoteo oficial, canceló las misas que habrían de celebrarse el domingo 20 de julio, pero una orden directa del Vaticano le hizo cambiar de opinión. Al final los templos sí abrieron pero quedó ahí el precedente histórico. Y los cierres de los puentes fronterizos y los exhortos de organismos internacionales y las familias enteras peleadas y luego reconciliadas y los bloqueos a negocios de priiítas y los periodicazos y reportajes de Proceso y los insultos y las marchas hasta el Diario de Chihuahua o hasta el Heraldo y el acompañamiento siempre tangencial de Francisco Ortiz Pincheti para relatar nuestra furia y la mamá del muerto. Todo esto fue el verano de 1986, el verano caliente, cuando nos enteramos de que cualquier cosa era posible. A los líderes panistas esto ya se les olvidó, pero a nosotros no.
   Ellos, al parecer, se fueron a bautizar al mismo charco de inmundicia en que se bautizan los otros, a quienes criticaban y odiaban tanto. Así es la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario