Píldoras de excelencia para México. Tercera dosis
SEGUNDA PARTE. Final
En la entrega anterior platicamos un poco de lo gravoso que resulta el festejo de las quinceañeras y propusimos algunas alternativas para invertir el dinero, en el inteligente caso de que los padres decidan no organizarlo. Claro que es una determinación que sólo incumbe a la familia, y además es su dinero el que tiran a la basura; en consecuencia, lo que yo diga carece de importancia, pero como ya empece, ni modo. Quién me manda.
Veamos ahora, a vuelo de pájaro, el lado simbólico de esta fiesta que con el correr de los años no ha perdido su significación más subterránea, pero sus expresiones se han cambiado hasta convertirse, hoy, en auténticas meriendas de negros gobernadas alegremente por Baco.
Veamos ahora, a vuelo de pájaro, el lado simbólico de esta fiesta que con el correr de los años no ha perdido su significación más subterránea, pero sus expresiones se han cambiado hasta convertirse, hoy, en auténticas meriendas de negros gobernadas alegremente por Baco.
Pues resulta, fiel lector pachanguero, que la celebración de los Quince se realiza desde épocas remotas, quizá desde el momento ese, abominable, en que el hombre se enteró de que con un par de tortazos en la cara, podía reducir a la mujer a la obediencia y al temor. Ya sometidas, ahí en su reducto obligado, cueva o casa, las damas empezaron a ritualizar su posición secundaria, primero como una medida de supervivencia, para mantener al simio contento, pues; y luego para reafirmarse como personas, aún en desventaja, con una serie de protocolos singulares.
Y uno de estos protocolos es precisamente el festejo de los Quince: criar y educar a la hija, para que a cierta edad esté lista para dejar la casa y empezar a interactuar en sociedad con sus propios medios. Ese es el propósito visible, el que conscientemente las madres argumentan, Sin embargo, el propósito subconsciente, el que dicta el instinto de conservación y el miedo, es preparar a la niña para que venga un mono igual que el papá y se la lleve. Voy a intentar ilustrar esto con un monólogo, hipotético, de cualquier mujer:
"Ya entendí que eres más fuerte que yo; no es necesario que me lo recuerdes todos los días con una golpiza. En adelante, no impugnaré tu condición de macho dominante, es más, la alentaré de tal modo que siempre estés contento. Hacerlo así demostrará que soy más inteligente que tú. Mis pequeños actos diarios como cuidar de tus hijos, asear tu casa, preparar tu cena ya no son productos del miedo, son estrategias para superarte. Son como una bofetada con guante blanco".
Es evidente que la misoginia es el elemento subyacente a esta trama de respuestas intrincadas. Hoy, como hace cientos de años, las mujeres defienden sus vidas y su género con escudos simbólicos y ritualistas en los que los hombres, sin darnos cuenta, nos hemos enredado siempre.
Y uno de estos protocolos es precisamente el festejo de los Quince: criar y educar a la hija, para que a cierta edad esté lista para dejar la casa y empezar a interactuar en sociedad con sus propios medios. Ese es el propósito visible, el que conscientemente las madres argumentan, Sin embargo, el propósito subconsciente, el que dicta el instinto de conservación y el miedo, es preparar a la niña para que venga un mono igual que el papá y se la lleve. Voy a intentar ilustrar esto con un monólogo, hipotético, de cualquier mujer:
"Ya entendí que eres más fuerte que yo; no es necesario que me lo recuerdes todos los días con una golpiza. En adelante, no impugnaré tu condición de macho dominante, es más, la alentaré de tal modo que siempre estés contento. Hacerlo así demostrará que soy más inteligente que tú. Mis pequeños actos diarios como cuidar de tus hijos, asear tu casa, preparar tu cena ya no son productos del miedo, son estrategias para superarte. Son como una bofetada con guante blanco".
Es evidente que la misoginia es el elemento subyacente a esta trama de respuestas intrincadas. Hoy, como hace cientos de años, las mujeres defienden sus vidas y su género con escudos simbólicos y ritualistas en los que los hombres, sin darnos cuenta, nos hemos enredado siempre.
Para una sociedad moderna y semi-educada como la nuestra, todo este complejo sistema de supervivencia no existe, claro que no: se trata solamente de una feliz ocasión para demostrar nuestro cariño a la hija que cumple sus quince primaveras. Nada más.
El paseo de las estrellas en Hummer
Luego de esta excursión psicoanalítica sin sentido, y si te queda un poco de humor para soportarlo, amigo lector, vamos por el epílogo de este bebistrajo somnífero.
Ya repasamos los aspectos monetario y simbólico de los Quinceaños y ahora intentemos describir un poquitín la fiesta, que inicia desde muy temprano y en forma caótica, porque si no es caótica, no es una fiesta de quinceaños. Y en este caos, curiosamente los hombres no participan, solo miran con azoro la actividad frenética de las mujeres, excepto cuando se trata de un muchacho con maneras delicadas, es decir jotito, pues él sí colabora gustoso.
Luego de las prisas mañaneras, de las pruebas de vestidos, de las de maquillaje, de las de peinado, por fin a media tarde la festejada queda lista al igual que su séquito de damitas y chambelanes, para iniciar el tour tradicional: primero a la iglesia para dar gracias, luego a una sesión de fotos en algún monumento famoso y finalmente al salón de baile, donde finalizará, a Dios gracias, el evento.
Este recorrido obligado se debe hacer a bordo de una limosina, gigante si se puede, y Hummer si se puede, porque de otra forma no sería una quinceañera. Moda es moda, y aplica tanto para las familias ricas como para las más depauperadas. Aquí no hay clases, todo es deliciosamente universal.
Cuando finalmente el cortejo arriba al salón, inicia el momento crucial del ágape, en el que todo lo ensayado por meses debe salir encantador. Pero con la novedad, que todo salió mal. Si la ceremonia implicaba el uso de fuego, pese las arduas prácticas, alguien no hizo bien su parte y el vestido de la festejada terminó chamuscado o si eran necesarias algunas acrobacias para la presentación, alguien no hizo bien su parte y un chambelán terminó con el hombro dislocado. Venturosamente, los presentes que no están ebrios, y que sólo fueron a cenar y a beber gratis, nunca se dieron cuenta de los percances porque creyeron que eran parte del show. Pero que no cunda el pánico: todo esto es normal, es parte de la novatada que la jovencita quinceañera debe superar ahora que ya es toda una mujer. Namasté.
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