jueves, 19 de junio de 2014

Zancadilla a la Historia

Xavier Q Farfán

Coño, la máquina del tiempo se ha averiado

   Yo no lo sabía, y por supuesto que no saberlo nunca me generó disturbio emocional alguno; es más, yo era feliz sin saberlo, y ahora que lo se sigo igual de campante. Me acabo de enterar que una efémeride no es el aniversario de algún evento importante del pasado, como inocentemente creía, sino que es la posición de cualquier objeto celeste en un momento determinado, que se calcula por medio de una tabla de valores. Qué tal. La significación del terminajo, por los usos y costumbres, o por otra razón que escapa a mi entender, se fue distorsionando poco a poco, como sucede con otros vocablos.
   Tienes razón, ilustre lector: no es el momento de una disertación anestésica que explique este proceso semántico de la palabra "efeméride"; eso mejor se lo dejamos a los lingüistas, para que nos enreden más. Y esta información no solicitada viene a cuento porque desde hoy, 19 de junio de 2014, en este dizque folleto virtual nos daremos a la tarea inane de fingir que los eventos importantes del pasado nunca sucedieron. O sea que no hay efemérides qué recordar. ¡Qué pinche locura!
    Y no se trata de inventar por inventar, no; tampoco es terapia ocupacional pues trabajo tengo mucho - al menos esta temporada-, por suerte. Se trata, lector mío, simplemente de obediencia y sentido común, porque mi médico familiar me ha sugerido que ejercite más al único par de neuronas que me queda en funciones, porque cualquier tarde, me advirtió, cuando esté en el cuarto de baño voy a olvidar para qué sirve el rollo de papel higiénico, Debo hacer, pues, gimnasia mental.
   Pido una disculpa adelantada, pero desde hoy tendré que mostrar aquí el resultado de mi pilates cerebral, o cardio, o spinning, o crossfit, o como sea que se denomine a mi nuevo programa de entrenamiento sináptico. Dios mío, lo que hace uno por no quedar tonto. Y lo que se ha de cocinar que se vaya remojando.

19 de junio de 1867. NO fusilaron a Maximiliano de Habsburgo en Querétaro.

   Todo lo relativo al fusilamiento del Emperador Maximiliano de Habsburgo-Lorena, y que durante años nos han enseñado en las clases de Historia de de México, nunca sucedió. El pelotón republicano que supuestamente capturó y ejecutó al europeo, en realidad tenía la orden expresa de Don Benito de dejarlo ir y poner en el paredón a un doble, y a ese sí, darle matarile. No es que fueran muy amigos el Benemerito y Su Alteza, pero resulta que ambos eran masones, un vínculo mayor que salvó el pellejo al esposo de Carlota, la loca.
   Y los mexicanos de entonces se quedaron muy contentos porque les habían fusilado al Emperador, y el Emperador también se quedó muy contento porque al que fusilaron fue a otro que se le parecía mucho. Y sin pensarlo tomó las de Villadiego rumbo a Centroamérica, a El Salvador, donde se cambió de nombre y de profesión. Ahí fue Justo Armas, inmigrante español vendedor de baratijas.
   Esta historia no es una alucinada mía, ni de la cannabis; es una leyenda que acompañó muchos años a la figura de Maximiliano, que en última instancia no era responsable del desorden nacional de aquella época, él simplemente se dejó querer. Y la otra versión es que el Segundo Imperio Mexicano, luego de la muerte ficticia de su líder, sigue en pie, en la clandestinidad absoluta a la que poquísimas personas tienen acceso. Dicen las malas lenguas que el Presidente actual es en realidad Enrique I, Emperadorcito de México y tataranieto del Archiduque.


Ser masón le salvó la vida y murió de
 viejo. Eso sí, sus barbas, tan cuidadas,
 reencarnaron en el Jefe Diego.







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