Ahora resulta que el personaje del Subcomandante Marcos va a desaparecer. La neta que se le estaba haciendo tarde para tomar esta determinación a Rafael Sebastián Guillén Vicente, luego de 20 largos años de darle vida. ¿Se cansó Rafael de ser Marcos?, ¿Las exigencias que le dieron vida ya fueron resueltas? ¿Ser guerrillero es aburrido si no sales en la tele o si no te entrevistan reporteros europeos? ¿Qué te paso Rafael? ¿Y ahora de qué te vas a disfrazar?
Para quienes son muy sensibles a este tema quiero decirles que estoy hablando del personaje exclusivamente; de los motivos subyacentes al movimiento guerrillero -ideológicos, sociales, políticos, etc.- que se encarguen los especialistas, yo no.
Cuando lo vimos por primera vez en la tele, muchos nos fuimos con la finta de que al fin había llegado el justiciero enmascarado a caballo y darles su merecido a los malos de la Patria. Venia con su gorrito militar, audífonos, su pasamontañas negro, dos o tres relojes -que sólo él sabe para qué son cada uno-, cananas cruzadas, y su trapo ese que se cuelga del cuello, como la "gabardina" que usaba Cantinflas. En el cinturón cargaba su pistola, radios, teléfonos celular y satelital, y hasta el control del aparato de Sky. Y de pilón llegó fumando una pipa. Ideal para la TV y para que se empezaran a tejer las historias más románticas en torno suyo. Además tenía pretensiones literarias y de cuando en cuando nos lanzaba ganchos prosísticos de regular valor.
En el pináculo de su fama sacó de la selva chiapaneca al circo zapatista y lo llevó al mismísimo Congreso de la Unión, sede del Estado Mexicano, su enemigo jurado, en un desplante que para algunos fue conciliador, pero para muchos de vedettismo ramplón. Fue el Subcomediante Marcos un personaje mediático, para consumo popular, manipulador de masas, al que finalmente eclipsó su propia historia. Ya no dio para más.
Dicen por ahí que genio y figura hasta la sepultura, y aficionado como es a los reflectores, seguramente Rafa nos tiene preparada otra sorpresa -que esperamos menos patética, porfas-. Namasté.
Para quienes son muy sensibles a este tema quiero decirles que estoy hablando del personaje exclusivamente; de los motivos subyacentes al movimiento guerrillero -ideológicos, sociales, políticos, etc.- que se encarguen los especialistas, yo no.
Cuando lo vimos por primera vez en la tele, muchos nos fuimos con la finta de que al fin había llegado el justiciero enmascarado a caballo y darles su merecido a los malos de la Patria. Venia con su gorrito militar, audífonos, su pasamontañas negro, dos o tres relojes -que sólo él sabe para qué son cada uno-, cananas cruzadas, y su trapo ese que se cuelga del cuello, como la "gabardina" que usaba Cantinflas. En el cinturón cargaba su pistola, radios, teléfonos celular y satelital, y hasta el control del aparato de Sky. Y de pilón llegó fumando una pipa. Ideal para la TV y para que se empezaran a tejer las historias más románticas en torno suyo. Además tenía pretensiones literarias y de cuando en cuando nos lanzaba ganchos prosísticos de regular valor.
En el pináculo de su fama sacó de la selva chiapaneca al circo zapatista y lo llevó al mismísimo Congreso de la Unión, sede del Estado Mexicano, su enemigo jurado, en un desplante que para algunos fue conciliador, pero para muchos de vedettismo ramplón. Fue el Subcomediante Marcos un personaje mediático, para consumo popular, manipulador de masas, al que finalmente eclipsó su propia historia. Ya no dio para más.
Dicen por ahí que genio y figura hasta la sepultura, y aficionado como es a los reflectores, seguramente Rafa nos tiene preparada otra sorpresa -que esperamos menos patética, porfas-. Namasté.
El Subcomediante Marcos en pose para la tele. |
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