martes, 13 de mayo de 2014

Hola, me llamo Enrique y soy Presidente

Xavier Q Farfán

Un día de ficción en la vida de ficcíón de un presidente de ficción

CUARTA PARTE. FINAL

11:00 a.m.
   El avión presidencial ha despegado de la capital con rumbo a Monterrey NL y el capitán de la nave informa que hay buen clima y que el vuelo será tranquilo y rápido. El Presidente se nota relajado y bromea con los funcionarios que lo acompañan a su fugaz gira norteña
-Espero que luego del Congreso el gober tenga preparada esa arrachera de la que tanto presume, pinche guero, se me hace que es puro cuento eso de que cocina muy sabroso-, le comenta el SP a su secretario, que responde en el mismo tono burlón.
-Qué va a saber cocinar, compra ya todo preparado y dice que él lo hace para darse humos de chef, aunque te diré que sí tiene cara de mandilón.
-Señor presidente-, interrumpe cortésmente el Capitán II, -la Primera Dama está en el teléfono.
-¡Quique!, ¿dónde andas mi vida? ¿que vas a Monterrey? Okey, ten cuidado chaparrito y acuérdate de traer las cajas de cabrito que vamos a preparar el fin de semana, para la fiesta esa, la de tu ahijada. Y si puedes traerte de una vez carne seca para que Doña Meche haga machacado. Luego te cuento lo que me dijeron en el colegio de los niños, ¡te vas a desmayar de puro gusto Enrique!, bueno te dejo porque debes estar muy ocupado, nos vemos en la noche, Tigre.
   La respuesta del Presidente fue de monosílabos, como usualmente son las respuestas de los maridos a las llamadas de sus esposas, no porque seamos parcos o porque nos de un poco de pena explayarnos, sino porque es casi imposible decir más.

12:00 p.m.
   El Presidente desciende de su avión y es recibido por el Gobernador del Estado y una comitiva de ministros, que lo conducen por un caminito rojo hasta una plataforma próxima, donde habrán de ser los honores a los Símbolos Patrios. Tú sabes, amigo lector, Himno, escoltas, tambores, Bandera...
   Las personas cercanas a Enrique no lo notan, pero su semblante empieza a cambiar: sus gesto es ahora adusto, su mandíbula está endurecida y sus manos sudan. Pareciera que está a punto de colapsar, pero no colapsa y la ceremonia da inicio. A medio Himno el sudor es más intenso y el Presidente suplica, en voz muy baja, "por el amor de Dios, que ya termine esto". Su actitud no es irrespetuosa, claro que no, pero sucede que escuchar y cantar el Himno Nacional media docena de veces durante el día, con cornetas y todo, es una verdadera tortura aún para el más patriota de los mexicanos. Con una vez en la mañana muy temprano, resultaría suficiente.
   Cuando al fin acaba la solemnidad, el SP ya está indispuesto y de mal humor, aunque lo matiza bien, con sonrisas cautivadoras que ha ensayado noche tras noche frente al espejo de su baño. Si por él fuera, en este preciso momento se regresaría a México a pie, no importa, para tranquilizarse en los brazos de Angélica, su Primera Dama. Pero el Presidente no se puede regresar y tiene que inaugurar el Congreso Panamericano de Nanotecnología, donde, ya te la sabes, único lector mío, habrá honores a la Bandera. ¡Chingada madre!

13:00 p.m.
"Por motivos ajenos a su voluntad, el Señor Presidente no estará con nosotros para inaugurar este Congreso, pero ha dejado instrucciones para que el Señor Gobernador del Estado haga lo propio. Gracias".

   El Presidente no pudo más, y por sugerencia de su médico canceló sus actividades por el resto del día. En este momento vuela de regreso a la Ciudad de México con unas rodajas de papa cruda en las sienes. Ahora sólo le queda una pesadilla pendiente: gracias a su vahído, Enrique olvidó el cabrito de su vieja. Qué día, qué día de perros, Señor Presidente de México. Y tan contento y tan guapo que te veías pidiendo votos. 

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