Nuestra actitud hacia los extranjeros: de la cortesía al miedo
Todos los días celebro ser de esta tierra prodigiosa en la que Dios no se anduvo con pobrezas: nos regaló de todo. Desde la alucinante montaña de Chihuahua, hasta el baño perenne de dos oceanos con playas en las que la única ambición posible sería morir ahí mismo. Ni duda cabe, qué suertudos somos los mexicanos de ser mexicanos. Pero como todos, los de México tenemos por ahí un par de debilidades, mínimas, si tu quieres amigo lector, pero debilidades al fin.
No entiendo de dónde la sacamos, pero mis paisanos y yo tenemos la habilidad extraña de escoger para que administre nuestra abultada riqueza, a la pandilla más incompetente y ladrona de todas cuantas hay. Así ha sido desde siempre; en cada elección creemos que "ahora sí, éstos son los buenos" y como siempre, resulta igual: ponemos en el poder a una partida de inútiles guapos. Y gandallas, claro. Pero éste no es el tema y perdón por divagar con mis lamentos mexicanos. Y como decimos en Parral, a lo que te truje Chencha.
Una de las actitudes más curiosas de los mexicanos, se presenta en sus relaciones con los extranjeros; es una postura definitivamente bipolar. Por un lado los recibimos con mucho gusto y entusiasmo: somos hospitalarios y corteses con ellos, les abrimos nuestras casas y nuestros refrigeradores; intentamos hablar su idioma porque nos sentimos obligados a que ellos se sientan cómodos. Es una característica natural, innata, que veces exageramos por cuestiones monetarias, como el turismo, por ejemplo. Pero por el otro lado, cuando un extranjero accede a ciertos niveles de poder, en automático se encienden las luces de alerta, y le damos una revisada al Artículo 33 de nuestra Constitución, nomás por si se ofrece.
Claro que no somos xenófobos, pero por alguna razón que no alcanzo a entender, quizá atávica, o de índole subconciente-colectiva, empezamos a ver moros con tranchete en caliente: que si quieren dividir al país, que si lo quieren mal vender, que si le van a cambiar la letra a nuestro Himno Nacional, que con los ratas mexicanos tenemos, para qué queremos gabachos, etc. son algunos de los razonamientos nacionales. Tenemos miedo, pues. (Nota. Lo de cambiarle la letra al Himno no me parece una mala idea: es una letra desfasada, anacrónica y cursi. Los mexicanos no somos guerreros, nunca lo fuimos y ahí están como pruebas las madrizas que nos han dado periódicamente).
Después de todo esto, amabílisimo lector, la propuesta que tengo preparada ha perdido un poco la sorpresa, pero igual la voy a soltar. Por lo pronto me voy a poner los audífonos con Las Cuatro Estaciones de Vivaldi para no oir los gimoteos de los patrioteros mexicanos, esos que tanto defienden la soberanía de México escondiéndose lingotes de oro en sus faldas y en las faldas de sus esposas. Hela aquí.
Voy a invitar a Lech Walesa a que venga a México como super asesor de nuestro gobierno. Seguramente pensarás que he perdido el juicio y que el único par de neuronas útiles que tengo han hecho corto y que ya me perdieron para siempre, pero no lector mío, eso no ha sucedido. Ahora te platico por qué he pensado en el polaco.
El señor Walesa trabajó durante muchos años como electricista en los astilleros de Gdanks, Polonia, donde co-fundó el sindicato Solidaridad, el primero libre en el este de Europa. En 1983 le entregaron el Premio Nobel de la Paz, fue Presidente de su país en 1990 y es considerado, junto a Juan Pablo II, también polaco, y a Mijail Gorvachov, factor del colapso del sueño soviético, cuyo símbolo más notorio, el Muro de Berlín, empezó a caer en noviembre de 1989.
Cuando terminó su ajetreo político y social, Lech pidió regresar a su antiguo trabajo de electricista en los astilleros, con sueldo de electricista y claro, una pensión honorable de expresidente. Pero nada más. Ocasionalmente dicta conferencias en universidades de Europa y Estados Unidos. Por eso lo quiero traer a México como asesor, a ver si se nos pega algo. A mi personalmente me gustaría que me enseñara a preparar salchichas como las preparan en Polonia. Namasté.
El señor Walesa trabajó durante muchos años como electricista en los astilleros de Gdanks, Polonia, donde co-fundó el sindicato Solidaridad, el primero libre en el este de Europa. En 1983 le entregaron el Premio Nobel de la Paz, fue Presidente de su país en 1990 y es considerado, junto a Juan Pablo II, también polaco, y a Mijail Gorvachov, factor del colapso del sueño soviético, cuyo símbolo más notorio, el Muro de Berlín, empezó a caer en noviembre de 1989.
Cuando terminó su ajetreo político y social, Lech pidió regresar a su antiguo trabajo de electricista en los astilleros, con sueldo de electricista y claro, una pensión honorable de expresidente. Pero nada más. Ocasionalmente dicta conferencias en universidades de Europa y Estados Unidos. Por eso lo quiero traer a México como asesor, a ver si se nos pega algo. A mi personalmente me gustaría que me enseñara a preparar salchichas como las preparan en Polonia. Namasté.
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