jueves, 8 de mayo de 2014

La rebelión de las mascotas

Xavier Q Farfán

   ¿Por qué los humanos nos empeñamos en tener mascotas? ¿Por qué en ocasiones las preferimos por encima de hijos o nietos o sobrimos?. ¿Porque elegimos ciertos animales para adoptarlos como nuestras mascotas? Se requiere ser un mascotólogo experto para responder a esta cuestiones, que a la distancia parecen  ser una banalidad, pero que bien mirado no lo son, por sus implicaciones en la vida ordinaria nuestra. Evidentemente no soy un perito en el tema, pero la observación y la experiencia me han llevado a elaborar mi propia teoría al respecto. Déjame decirte, amigo lector, que mi teoría es totalmente imparcial, sin apegos emocionales, pues a mí no me gustan las mascotas.

-Las mascotas no son niños

   A muchas familias les encantan las mascotas, de preferencia perros y si son de alguna raza superior, mejor. Buscan en las tiendas de animales los ejemplares más bonitos, más finos y más caros con la supina idea de que serán mejor compañía. Este fenómeno se observa cada vez más, sobre todo en parejas jóvenes que están posponiendo a los hijos. En casa, los bichos "adorables" son objeto de una serie de privilegios y comodidades -que ningún niño indígena se atrevería siquiera a soñar-. Primero se les busca un nombre muy original y los amos se ponen muy creativos: Manchas, Lasi, Pecas, Goliat, Peludo, Rufo (el santoral perruno es ilimitado); luego hay que buscarle una casita con piso mullido, claro, porque si duerme en el piso "le puede dar un aire". La cuestión de la comida es vital y requiere una cita con el veterinario para saber que es lo que el perrito necesita para un desarrollo físico y mental óptimos. Resuelto esto, enseguida toca buscarle un sitio dónde zurre, que normalmente son areneros de plástico o madera, o sencillamente la calle. 
   Cuando todas las necesidades de las mascota han sido puntualmente cubiertas, sus dueños deben de contratar un entrenador personal, que cobra muy bien, para que el infeliz perro se enseñe a aprovecharlas. Y de paso piden al pet-coach que lo adiestre para seguir ciertas indicaciones: siéntate, párate, ladra poquito, hazte el muertito, dame una mano, dame la otra, etc. Ojala que César Millan, el encantador de perros, no lea esto porque seguro le da un aneurisma. 
   En el caso de los gatos, cínicos y taimados como son, lo anterior no aplica.

-Parece, pero las mascotas no dan estatus

   La competencia social ya no se limita a las casas bonitas o los coches de colección; tal parece que se ha extendido hasta el rubro de las mascotas, que son ahora una suerte de "piezas de caza" que los individuos presumen en las reuniones con la peregrina idea de que hacerlo les da mayor posición social, estatus, pues.
   Como si se tratara de un duelo absurdo, me ha tocado escuchar -sin proponérmelo- algunas conversaciones bizarras en torno quién tiene los mejores y más exóticos ejemplares como mascotas.
-Hace unos días pagué por una boa constrictora de dos metros, que me van a llevar a casa. ¡Imagínate, tremenda víbora en mi cuarto! La impresión que se llevarán los chavos cuando la vean. Definitivamente será la mejor mascota que haya tenido antes. Voy a tener que buscarle hamsters o ratones para que coma. Qué cool -. le comenta un adulto joven a su amigo en un restaurante. Y el amigo, que no pretende quedar atrás, repone
-¡Guau, qué genial!, pero cuando tú veas la familia de iguanas que apenas compré el domingo te vas a cagar, hermano, están preciosas. Ahora mismo les están construyendo un hábitat ideal en el jardín de la casa, hasta con una cascadita y un estanque.
   Huelga decir que los personajes de esta charla no tienen la mínima idea de lo que se trata tener iguanas o víboras en la casa, y la verdad ni les interesa. El punto es tenerlas, mientras dura la euforia o se mueran, lo que suceda primero.
   Y hay también quienes adoptan una mascota por imitación. Si ven, por ejemplo, que Paris Hilton o Fran Drescher tienen unos "chihuahua divinos", ahí van presurosos a encontrar los suyos en los tianguis de perros callejeros que no faltan. Y el capricho no es barato, es más bien oneroso, pero estar a la moda como las estrellas de Hollywood bien vale la pena. Y si Paris y Fran llevan a sus canes con el estilista y les compran sus accesorios y ropita de diseñador, sus imitadores hacen lo propio, toda proporción guardada, llevando a los suyos con la vecina que corta el pelo y a Wall-Mart para buscarles unas garritas en el departamento de mascotas.
   Por todo lo dicho, no me sorprendería tanto -y supongo que a tí tampoco, lector querido- que cualquier tarde los animales se cansen y se rebelen contra el dominio de los humanos, que no es ciertamente cruel o sanguinario, pero si es muy estúpido.  Namasté

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