Un día de ficción en la vida de ficción de un presidente de ficción.
Desconozco si en otras latitudes suceda lo mismo, pero en mi México lindo y querido cuando un personaje es elevado al altar máximo del poder, la Presidencia, su vida personal, su vida pasada, su historial crediticio, su familia y su patrimonio desaparecen de pronto, en un santiamén. Ya no es un ciudadano ordinario, ahora sólo es el Presidente; y tratar de indagar datos y curiosidades más allá de los relacionados con su trabajo de ser Presidente, es tiempo perdido. Por eso ni lo intento y por eso, amable único lector, este potingue que te entrego ahora surge de la imaginación afiebrada, más que de la comprobación científica y documental requerida. Pero bueno...
6:00 a.m.
-Toc, toc, toc. Señor Presidente, son la 0600, buenos días-, avisa educadamente el Capitán I.
- Buenos días Capitán I, gracias, enseguida salimos-, responde una voz cordial, de mujer, desde la alcoba presidencial. Supongo que es la esposa del Presidente, Angélica.
-¡Apresúrate, Enrique!, apenas tenemos un poco de tiempo para almorzar y hay que volarle al Salón Carranza porque tienes el Desayuno Anual de la Barra de Pepenadores. Espero que hayas revisado tu discurso.- dice la Primera Dama, con ese tono que tienen todas las esposas por la mañana cuando están alistando al marido para que se largue a trabajar.
-Claro que lo revisé, está bueno el discurcito-, afirma el Señor Presidente. Y pregunta: -Oye mi vida, qué corbata me viene mejor, ¿esta roja con rayas grises o esta gris con rayas rojas?
-¡No mames, Enrique, no mames! ¡Anda, apúrate!
La recamara de la pareja presidencial es espaciosa, sin lujos. Los muebles son pocos y austeros -minimalistas les dicen ahora-; todos tallados en buena madera; en los burós hay libros y revistas, un despertador, lámparas, un frasquito que parace de medicamento, nada especial. Contra lo que se piensa, es una habitación bastante normalita, con ciertas comodidades: sábanas de algodón egipcio de 400 hilos, perfumes Vetiver, Halston y Channel y un guardarropa básico pero, eso sí, de diseñador. El baño también es casi ordinario, salvo por el altero impecable de toallas blancas bordadas con el monograma del Presidente.
El único gran lujo del aposento es la terraza. ¡qué vista, qué bárbaro!. Desde ahi se domina el hermoso jardín de Los Pinos con sus vereditas de lajas, sus fuentes de granito, sus estatuas discretas, los macizos de flores. Todo es impresionante.
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